SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XLVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A pesar de que el mundo está todavía lamentablemente marcado
por «focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad
entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e
individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no
regulado», así como por distintas formas de terrorismo y criminalidad, estoy
persuadido de que «las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo
atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es
una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo
de una vida humana plena, feliz y lograda… El hombre está hecho para la paz,
que es un don de Dios. Todo esto me ha llevado a inspirarme para este mensaje
en las palabras de Jesucristo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9)». Esta bienaventuranza «dice que
la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana …Se trata de paz
con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior
con el prójimo y con toda la creación». Sí, la paz es el bien por excelencia
que hay que pedir como don de Dios y, al mismo tiempo, construir con todas las
fuerzas.
Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento, el origen, la
raíz de esta paz? ¿Cómo podemos sentir la paz en nosotros, a pesar de los
problemas, las oscuridades, las angustias?
Jesús afirma: «He manifestado tu nombre a los hombres» (Jn
17,6). El Hijo de Dios que se hizo carne nos ha dado a conocer al Padre, nos ha
hecho percibir en su rostro humano visible el rostro invisible del Padre; a
través del don del Espíritu Santo derramado en nuestro corazones, nos ha hecho
conocer que en él también nosotros somos hijos de Dios, como afirma san Pablo
en el texto que hemos escuchado: «Como sois hijos, Dios envió a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba Padre!”» (Ga 4,6).
Queridos hermanos, aquí está el fundamento de nuestra paz:
la certeza de contemplar en Jesucristo el esplendor del rostro de Dios Padre,
de ser hijos en el Hijo, y de tener así, en el camino de nuestra vida, la misma
seguridad que el niño experimenta en los brazos de un padre bueno y
omnipotente. El esplendor del rostro del Señor sobre nosotros, que nos da paz,
es la manifestación de su paternidad; el Señor vuelve su rostro sobre nosotros,
se manifiesta como Padre y nos da paz. Aquí está el principio de esa paz
profunda -«paz con Dios»- que está unida indisolublemente a la fe y a la
gracia, como escribe san Pablo a los cristianos de Roma (cf. Rm 5,2). No hay nada
que pueda quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera las dificultades y
sufrimientos de la vida. En efecto, los sufrimientos, las pruebas y las
oscuridades no debilitan sino que fortalecen nuestra esperanza, una esperanza
que no defrauda porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).
Que la Virgen María, a la que hoy veneramos con el título de
Madre de Dios, nos ayude a contemplar el rostro de Jesús, Príncipe de la Paz.
Que nos sostenga y acompañe en este año nuevo; que obtenga para nosotros y el
mundo entero el don de la paz. Amén.
A pesar de que el mundo está todavía lamentablemente marcado por «focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado», así como por distintas formas de terrorismo y criminalidad, estoy persuadido de que «las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda…
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