El personaje de Saint Exupery declaraba en El Principito que
"Lo esencial es invisible a los ojos". Hablaba por supuesto de
aquello que es oscuro a la razón. Pero la ciencia moderna sabe que esas
palabras tienen una fondo de verdad. Durante mucho tiempo se pensó que el
universo visible tenía su razón absoluta de ser, en el sentido de que todo lo
visible estaba diseñado por el Creador para el hombre. No tenía razón de ser
aquello que no podía visualizarse. Así pues que cuando Galileo descubrió con su
telescopio los satelites de Júpiter, que estaban claramente en el cielo aunque
no pudieran observarse a simple vista, el suceso marca con claridad uno de los
hitos iniciales de la ciencia moderna.
Nuestra visión del mundo se debe a un simple paso de la
evolución. Muy cerca de nosotros, la estrella llamada Sol transforma cada
segundo dos millones de toneladas de hidrógeno. El resultado de esa alquimia es
una enorme cantidad de energía que inicia su camino desde el centro hacia la
superficie de la estrella.
En el centro del Sol la temperatura alcanza los quince
millones de grados. Pero cuando la radiación llega a la superficie, las
múltiples colisiones de los fotones han reducido su energía lo suficiente para
que la superficie del Sol alcance unos seis mil grados. Una bola de gas
incandescente a esa temperatura tiene un máximo de emisión en la longitud de
onda que corresponde al amarillo.
Asi pues que cuando los organismos vivos en la atmósfera de
la Tierra evolucionaron del mar a la superficie y se adaptaron para vivir a la
luz del Sol, aquellos que desarrollaron naturalmente su visión diurna
especialmente hacia las longitudes de onda a las que el Sol emite mas
abundantemente. Y a eso lo denominaron luz visible.
La curiosidad del hombre lo llevo a preguntarse sobre la
naturaleza de la luz visible. Los griegos tenian su opinión formada. Por
ejemplo, Demócrito (con su escuela de atomistas) y Platón, explicaban que la
visión ocurría cuando partículas emitidas por los objetos que llegaban hasta
los ojos. Aristóteles creía en una interacción entre el ojo y el objeto
visualizado.
Pero los griegos daban mucho valor al pensamiento abstracto.
Y el verdadero progreso en la comprensión del mundo se logró cuando se comenzó
a aunar la observación de la naturaleza con la experimentación.
El personaje de Saint Exupery declaraba en El Principito que "Lo esencial es invisible a los ojos". Hablaba por supuesto de aquello que es oscuro a la razón. Pero la ciencia moderna sabe que esas palabras tienen una fondo de verdad. Durante mucho tiempo se pensó que el universo visible tenía su razón absoluta de ser, en el sentido de que todo lo visible estaba diseñado por el Creador para el hombre. No tenía razón de ser aquello que no podía visualizarse. Así pues que cuando Galileo descubrió con su telescopio los satelites de Júpiter, que estaban claramente en el cielo aunque no pudieran observarse a simple vista, el suceso marca con claridad uno de los hitos iniciales de la ciencia moderna.
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