San Juan Bautista predicada e impartía en el Río Jordán un Bautismo
de conversión. Quien se acercaba al
Jordán se reconocía pecador y deseaba cambiar de vida.
Y es que en esta escena en el Jordán podemos entender esas palabras
de San Pablo: “Dios hizo cargar con
nuestro pecado al que no cometió el pecado” (2 Cor 5, 21).
¡Jesucristo se humilla hasta pasar por pecador, hasta parecer
culpable, pidiendo a San Juan el Bautismo de conversión! Pero es que tenía que ser así, porque la
razón de su Bautismo en el Jordán era la misma que la de su Nacimiento: identificarse con nosotros que somos
pecadores.
Por eso cuando San Juan Bautista no quiere bautizarlo, Jesús le
insiste como queriéndole decir: a ti no
te parecerá adecuado, pero en realidad sí está en completa armonía con el
motivo de mi venida. Es que Cristo vino
a identificarse con una humanidad pecadora:
El vino a compartir nuestra culpa y a liberarnos de ella.
Entonces Juan Bautista al verlo venir de nuevo a Jesús exclamó: “He ahí el Cordero de Dios, el que carga con
el pecado del mundo” (Jn. 1, 29). ¿Qué
significará eso de que Cristo es ahora el Cordero?
Antes de Cristo los israelitas sacrificaban corderos, buscando la
expiación de sus pecados. Cristo, al
cargar con nuestros pecados, se hace el verdadero Cordero de Dios, para
salvarnos de nuestros pecados. Es lo que
nos dice el Sacerdote al presentarnos a Cristo en la Hostia Consagrada antes de
la Comunión: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…”.
Y, al Cristo ser bautizado en el Jordán, como una respuesta a esta
actitud de humillación de Jesús, “se abrió el Cielo, bajó el Espíritu Santo
sobre El en forma de paloma y vino una voz del Cielo: ‘Tú eres mi Hijo amado,
el perdilecto’” (Lc. 3, 15-16 y 21-22).
El Padre revela al mundo Quién es ese bautizado: su Hijo, el
Dios-Hombre.
Y en este bellísimo pasaje de la vida del Señor y de su Precursor,
no sólo vemos la revelación de Jesucristo, como Hijo de Dios, sino también la
revelación de la Santísima Trinidad en pleno:
el Padre que habla, el Hijo hecho Hombre que sale del agua bautizado y
el Espíritu Santo que aleteando cual paloma se posa sobre Jesús.
San Juan Bautista nos da el testimonio de lo que ve y escucha: por una parte, puede ver el Espíritu de Dios
descender sobre Jesús en forma como de paloma.
Las palabras del Bautista describiendo el Espíritu Santo hacen recordar
la mención del Espíritu de Dios en el Génesis, antes de la creación del mundo,
cuando “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1, 2). Tal vez ese “aletear” del Espíritu Santo hace
que San Juan compare ese “aletear” con el aletear de la paloma.
Un punto importante a notar en el Bautismo del Señor es que al
sumergirse Jesús en las aguas del Jordán, le confirió al agua un poder de
sanación espiritual, le dio significación especial al agua. De allí que el agua
sea la materia del Bautismo Sacramento, instituido después por Cristo, el cual
nos borra el pecado original con el cual todos nacemos.
Recordar el Bautismo del Dios-Hombre es recordar la necesidad que
tenemos de conversión, de cambiar de vida, de cambiar de manera de ser, de
pensar y de actuar, para asemejarnos cada vez más a Jesucristo. Es recordar la necesidad que tenemos de
purificar nuestras almas en las aguas del arrepentimiento y de la confesión de
nuestros pecados. Es recordar que en
todo momento y bajo cualquier circunstancia necesitamos la humildad y la
docilidad que nos llevan a buscar la Voluntad de Dios por encima de cualquier
otra cosa.
Que nuestra vida se convierta en una continua entrega a la Voluntad
de Dios, de manera que así como los cielos se abrieron para Jesús al recibir el
Bautismo de Juan, se abran también para nosotros en el momento de nuestro paso
a la otra vida y podamos escuchar la voz del Padre reconociéndonos también como
hijos suyos, porque como su Hijo Jesucristo, hemos buscado hacer su Voluntad.
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