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martes, 29 de enero de 2013

LOS PROFETAS



EL PRPFETA.

 

PELIGROS.

La libertad de expresión, sin duda alguna fundamental para una convivencia democrática, no consiste sólo en poder hablar, porque nadie puede hablar si los otros no escuchan. Por tanto, defender la libertad de expresión apenas tendría sentido alguno si todos estuviéramos predispuestos a hablar y a quitarnos la palabra los unos a los otros, atropelladamente, violentamente, y no quisiéramos escuchar y recibir de los otros la palabra que nos dirigen.

Incluso en la más democrática y pluralista de las sociedades modernas, sabemos que la libertad de expresión está sometida a grandes limitaciones. Está claro que los que no tienen dinero, los más pobres, son también los que no tienen voz, o los que no tienen medios para dejarse oír. Las grandes agencias informativas, que se pueden contar con los dedos de una mano, ejercen un control severo y disfrutan de un monopolio mundial sobre la información que nadie discute. Las naciones del Tercer Mundo se quejan en vano de cómo se desfiguran o se silencian las noticias que en ellas se producen. Y en todas partes la prensa independiente, si quiere seguir subsistiendo, se ve obligada a rebajar sus ideales de independencia y de objetividad. y en cuanto a los periodistas, ¿qué podemos decir? Porque todavía se sigue practicando la antigua costumbre de "matar al mensajero que trae malas noticias". De modo que su profesión, como se ha dicho repetidamente, es una de las más peligrosas, en el supuesto, claro está, de que hagan siempre un trabajo honesto e informen de lo que tienen que informar con oportunidad o sin ella. Lo que no siempre es el caso.

Pero nadie corre tanto peligro en este mundo, dominado por la mentira, como los profetas. Porque si alguien está al servicio de la verdad, y no sólo de la verdad que es, sino de la verdad que nace y se abre paso con dificultades, y se enfrenta limpiamente con la mentira, ése es el profeta. Muchas veces el profeta tiene que ir donde no le llaman y decir lo que nadie quiere escuchar, de modo que resulta un entrometido y un impertinente, sobre todo para los que dominan la situación. Por eso rechazan a los profetas, se les persigue, se les asesina, para acallar su anuncio y su denuncia. Pero un pueblo que asesina a los profetas no tiene sentido. Porque éstos, los profetas, son los heraldos de lo que está por ver y por venir, de lo que aún no es y debe ser.

Porque éstos son los mensajeros que preparan los caminos, que abren los ojos y los oídos, que ponen a los hombres en pie y en responsabilidad, que movilizan la esperanza de los pueblos.

Cuando un profeta no se vende, cuando no traiciona la verdad, entonces ponen precio a su cabeza los hijos de la mentira, y los pueblos siguen postrados en las tinieblas de la muerte. No hay salida.

 

EL PROFETA ES UN DELINCUENTE DONDE IMPERA LA MENTIRA.

Generalmente, cuando se habla de los profetas, aparte de las reminiscencias del profetismo en Israel, lo más que despierta en nosotros es la imagen equivocada de un hombre que adivina el futuro. Y no hay tal. El profeta es un hombre que, como todos los mortales, sólo ve el presente. Lo que pasa es que lo mira de otra forma: libre de todos los prejuicios del lenguaje de las ciencias, de las diplomacias, de las políticas.

El profeta es, además  un contemplativo, un hombre de oración, de rezos. Pero no reza sólo para ser escuchado por Dios: reza, sobre todo, para escuchar a Dios, para -diríamos- estar al corriente de los planes de Dios.

Por eso mismo, el profeta es un hombre que sabe callar. No es un charlatán. Su silencio, en ocasiones, es tan inquietante como sus amenazas. Sólo habla en contadas ocasiones, cuando es necesario.

Pero cuando habla, lo hace con autoridad, porque es un hombre soberanamente libre. Es decir, es un hombre liberado de todo cálculo oportunista, de la prudencia de la carne, de todo tipo de intereses. Por eso, su palabra escandaliza a cuantos aprovechan la oportunidad, a cuantos están atrapados en su prudencia, a cuantos quieren defender sus intereses particulares.

Y por ser molesto, es perseguido. La verdad que sale de su boca denuncia la mentira de nuestras verdades siempre interesadas.

Resulta molesto, insolente, inaguantable. Como Juan Bautista, como el Profeta de Nazaret, perderá su cabeza, será atado a la cruz. Y su muerte será su palabra más dura, la que seguiremos escuchando siempre y no podremos nunca acallar.

Muchos, incluso creyentes, sonríen ante el profetismo. Sin embargo, Pablo VI señaló el profetismo como un redescubrimiento de la Iglesia, como una misión esencial para la Iglesia. Y la profecía es misión del obispo, del sacerdote, del seglar, de todos los creyentes. Porque, en definitiva, reconocer a los profetas es reconocer que Dios es muy dueño de hablar, aunque no queramos escucharle. ¡Peor para nosotros!

 

PROFETA.

¿Qué motivos provocan súbitamente la repulsa de los habitantes de Nazaret?. Al parecer, hay que contar con dos pretextos. La gente, dice primero el evangelista, "se admiraba de las palabras de gracia que salían de sus labios". Es, pues, "el mensaje de gracia" lo que les molestaba. Es cierto que el anuncio del régimen de misericordia, de perdón, de amor es difícil de admitir; a los que aguardan de la justicia que subrayara su propia perfección y que reforzara sus privilegio, no les gusta verse al nivel de aquellos a quienes la misericordia les muestra como sus iguales. La acogida que Jesús concede a los pobres, a los enfermos, a los pecadores, desagrada a los que no tienen sino menosprecio hacia estos pequeños. Bien situados, asentados en ciertos privilegios, se niegan a que los demás se les equiparen. Todo el libro de Lucas está lleno de este drama, y el libro de los Hechos describe la prolongación de este mismo drama, mostrando como los paganos toman en la Iglesia los primeros puestos que abandonan los judíos.

Y está, por otro lado, el mensajero. Jesús es misterioso. La gente de Nazaret cree conocerle bien, pero su mensaje deja entrever a alguien a quien las definiciones habituales no logran ajustarse de lleno. Precisamente cuando se piensa poder encerrar a Jesús en unas pocas palabras sencillas, se nos escapa.

Habitante de Nazaret, enteramente semejante a cualquiera de sus compatriotas, Jesús es , sin embargo, un profeta; incluso es más que un profeta. Es el testigo de una gracia inaudita; es el iniciador del reino de la gracia. ¿Cómo aceptarle? ¿Cómo aceptar su palabra? ¿Cómo acoger a este médico que "cura" a quien quiere, con desprecio de los derechos de los mejor establecidos? Negativa de ayer... , negativa de siempre ¿Negativa de hoy?.


 

¿EXISTEN HOY PROFETAS?

Normalmente se califica como profeta a quien dice conocer el futuro, a quien predice acontecimientos. Profeta y a divino parecen estar equiparados. Pero ser profeta es otra cosa: hablar en nombre de Dios, transmitir un mensaje nuevo, enfrentarse a unas estructura s caducas o viciadas, anunciar la salvación. No es empresa fácil ser profeta; por eso quienes han tenida conciencia de esta vocación han sentido miedo, como lo tuvo Jeremías. La lista de los profetas no es algo que pertenece exclusivamente al Antiguo Testamento. Porque el profetismo no se ha acabado en la Iglesia. Dios se sirvió de hombres para hablar en el pasado pero los sigue escogiendo para hablar hoy a su pueblo.

Profeta es aquel que nos mueve constantemente a la renovación y al cambio para que no nos quedemos satisfechos con nuestras actitudes y obras. Siempre es posible un paso adelante. Para descubrir la verdad plena y el horizonte de la perfección necesitamos que el profeta nos hable y nos describa nuestra situación e incoherencia rea

 Tenemos miedo a oír las palabras del profeta porque estamos instalados, porque preferimos el inmovilismo de lo que ya sabemos, porque escondemos nuestra pereza y cobardía en una verdad a medias. Profeta no es quien pacifica, sino quien impacienta nuestra fe, esperanza y caridad. Profeta es el que no vive para satisfacer ambiciones personales, sino para anunciar el Reino que hay que instaurar en nuestro mundo todos los días.

Cristo es el gran y definitivo Profeta. Su fuerza y poder le viene de arriba, su autoridad es la del Padre que está en el cielo.

Hoy debemos tomar conciencia de que, por el bautismo, todos hemos recibido el espíritu que movió a los profetas y a Cristo a hablar de parte de Dios, a anunciar mensajes liberadores, a predicar la Buena Noticia, a anunciar la salvación, a ser testigos del amor sin fronteras.

 

No les tengas miedo

 

El evangelio de este domingo continúa el relato de la presentación de Jesús en su propio pueblo. Lucas sabe que ya actuó en Cafarnaún y otros poblados, pero ha querido inaugurar la vida pública de Jesús con esta escena un tanto violenta. Es uno de los signos de la auténtica presencia del Reino, que suscitará siempre una reacción en contra por parte de los que viven y defienden los falsos valores de este mundo.

Esta incompatibilidad ya se detecta en la misión de los Profetas. En la primera lectura encontramos el caso concreto de la vocación de Jeremías. El Señor tiene que animar al elegido como si fuera a una batalla: "Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando" y, suponiendo lo que estaba sucediendo en las entrañas de Jeremías, le dice contundentemente: "No les tengas miedo".

El Carpintero de Nazaret animado por el mismo espíritu profético se atreve a referir a sí mismo un texto mesiánico de Isaías. La reacción de escándalo de sus paisanos era de esperar: "¿No es éste el hijo de José?". La respuesta de Jesús los pone contra la pared. Desde luego, no les tenía miedo y siguió adelante con la misión que había recibido del Padre.

Hemos de hacer una lectura actualizada y comprometida de ese profético "no les tengas miedo". Nuestro mundo, con su cultura hedonista y prácticamente atea, necesita que seamos todos -sacerdotes, religiosas y seglares- "testigos del Dios vivo" como reza el título de un documento de nuestros obispos.

Existe la tentación de separarse del mundo y quedarse en el "grupo" donde todos piensan igual. Pero ¿quién anunciará que "hoy se cumple la Escritura"?
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

4 comentarios:

  1. Cristo es el gran y definitivo Profeta. Su fuerza y poder le viene de arriba, su autoridad es la del Padre que está en el cielo.


    Hoy debemos tomar conciencia de que, por el bautismo, todos hemos recibido el espíritu que movió a los profetas y a Cristo a hablar de parte de Dios, a anunciar mensajes liberadores, a predicar la Buena Noticia, a anunciar la salvación, a ser testigos del amor sin fronteras.

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  2. Normalmente se califica como profeta a quien dice conocer el futuro, a quien predice acontecimientos. Profeta y a divino parecen estar equiparados. Pero ser profeta es otra cosa: hablar en nombre de Dios, transmitir un mensaje nuevo, enfrentarse a unas estructura s caducas o viciadas, anunciar la salvación. No es empresa fácil ser profeta; por eso quienes han tenida conciencia de esta vocación han sentido miedo, como lo tuvo Jeremías. La lista de los profetas no es algo que pertenece exclusivamente al Antiguo Testamento. Porque el profetismo no se ha acabado en la Iglesia. Dios se sirvió de hombres para hablar en el pasado pero los sigue escogiendo para hablar hoy a su pueblo.


    Profeta es aquel que nos mueve constantemente a la renovación y al cambio para que no nos quedemos satisfechos con nuestras actitudes y obras. Siempre es posible un paso adelante. Para descubrir la verdad plena y el horizonte de la perfección necesitamos que el profeta nos hable y nos describa nuestra situación e incoherencia rea


    Tenemos miedo a oír las palabras del profeta porque estamos instalados, porque preferimos el inmovilismo de lo que ya sabemos, porque escondemos nuestra pereza y cobardía en una verdad a medias. Profeta no es quien pacifica, sino quien impacienta nuestra fe, esperanza y caridad. Profeta es el que no vive para satisfacer ambiciones personales, sino para anunciar el Reino que hay que instaurar en nuestro mundo todos los días.

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  3. El Carpintero de Nazaret animado por el mismo espíritu profético se atreve a referir a sí mismo un texto mesiánico de Isaías. La reacción de escándalo de sus paisanos era de esperar: "¿No es éste el hijo de José?". La respuesta de Jesús los pone contra la pared. Desde luego, no les tenía miedo y siguió adelante con la misión que había recibido del Padre.


    Hemos de hacer una lectura actualizada y comprometida de ese profético "no les tengas miedo". Nuestro mundo, con su cultura hedonista y prácticamente atea, necesita que seamos todos -sacerdotes, religiosas y seglares- "testigos del Dios vivo" como reza el título de un documento de nuestros obispos.


    Existe la tentación de separarse del mundo y quedarse en el "grupo" donde todos piensan igual. Pero ¿quién anunciará que "hoy se cumple la Escritura"?

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  4. Incluso en la más democrática y pluralista de las sociedades modernas, sabemos que la libertad de expresión está sometida a grandes limitaciones. Está claro que los que no tienen dinero, los más pobres, son también los que no tienen voz, o los que no tienen medios para dejarse oír. Las grandes agencias informativas, que se pueden contar con los dedos de una mano, ejercen un control severo y disfrutan de un monopolio mundial sobre la información que nadie discute. Las naciones del Tercer Mundo se quejan en vano de cómo se desfiguran o se silencian las noticias que en ellas se producen. Y en todas partes la prensa independiente, si quiere seguir subsistiendo, se ve obligada a rebajar sus ideales de independencia y de objetividad. y en cuanto a los periodistas, ¿qué podemos decir? Porque todavía se sigue practicando la antigua costumbre de "matar al mensajero que trae malas noticias". De modo que su profesión, como se ha dicho repetidamente, es una de las más peligrosas, en el supuesto, claro está, de que hagan siempre un trabajo honesto e informen de lo que tienen que informar con oportunidad o sin ella. Lo que no siempre es el caso.


    Pero nadie corre tanto peligro en este mundo, dominado por la mentira, como los profetas. Porque si alguien está al servicio de la verdad, y no sólo de la verdad que es, sino de la verdad que nace y se abre paso con dificultades, y se enfrenta limpiamente con la mentira, ése es el profeta. Muchas veces el profeta tiene que ir donde no le llaman y decir lo que nadie quiere escuchar, de modo que resulta un entrometido y un impertinente, sobre todo para los que dominan la situación. Por eso rechazan a los profetas, se les persigue, se les asesina, para acallar su anuncio y su denuncia. Pero un pueblo que asesina a los profetas no tiene sentido. Porque éstos, los profetas, son los heraldos de lo que está por ver y por venir, de lo que aún no es y debe ser.

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