EL PRPFETA.
PELIGROS.
La libertad de expresión, sin
duda alguna fundamental para una convivencia democrática, no consiste sólo en
poder hablar, porque nadie puede hablar si los otros no escuchan. Por tanto,
defender la libertad de expresión apenas tendría sentido alguno si todos
estuviéramos predispuestos a hablar y a quitarnos la palabra los unos a los
otros, atropelladamente, violentamente, y no quisiéramos escuchar y recibir de
los otros la palabra que nos dirigen.
Incluso en la más democrática y
pluralista de las sociedades modernas, sabemos que la libertad de expresión
está sometida a grandes limitaciones. Está claro que los que no tienen dinero,
los más pobres, son también los que no tienen voz, o los que no tienen medios
para dejarse oír. Las grandes agencias informativas, que se pueden contar con
los dedos de una mano, ejercen un control severo y disfrutan de un monopolio
mundial sobre la información que nadie discute. Las naciones del Tercer Mundo
se quejan en vano de cómo se desfiguran o se silencian las noticias que en
ellas se producen. Y en todas partes la prensa independiente, si quiere seguir
subsistiendo, se ve obligada a rebajar sus ideales de independencia y de
objetividad. y en cuanto a los periodistas, ¿qué podemos decir? Porque todavía
se sigue practicando la antigua costumbre de "matar al mensajero que trae
malas noticias". De modo que su profesión, como se ha dicho repetidamente,
es una de las más peligrosas, en el supuesto, claro está, de que hagan siempre
un trabajo honesto e informen de lo que tienen que informar con oportunidad o
sin ella. Lo que no siempre es el caso.
Pero nadie corre tanto peligro en
este mundo, dominado por la mentira, como los profetas. Porque si alguien está
al servicio de la verdad, y no sólo de la verdad que es, sino de la verdad que
nace y se abre paso con dificultades, y se enfrenta limpiamente con la mentira,
ése es el profeta. Muchas veces el profeta tiene que ir donde no le llaman y
decir lo que nadie quiere escuchar, de modo que resulta un entrometido y un impertinente,
sobre todo para los que dominan la situación. Por eso rechazan a los profetas,
se les persigue, se les asesina, para acallar su anuncio y su denuncia. Pero un
pueblo que asesina a los profetas no tiene sentido. Porque éstos, los profetas,
son los heraldos de lo que está por ver y por venir, de lo que aún no es y debe
ser.
Porque éstos son los mensajeros
que preparan los caminos, que abren los ojos y los oídos, que ponen a los
hombres en pie y en responsabilidad, que movilizan la esperanza de los pueblos.
Cuando un profeta no se vende,
cuando no traiciona la verdad, entonces ponen precio a su cabeza los hijos de
la mentira, y los pueblos siguen postrados en las tinieblas de la muerte. No
hay salida.
EL PROFETA ES UN
DELINCUENTE DONDE IMPERA LA MENTIRA.
Generalmente, cuando se habla de
los profetas, aparte de las reminiscencias del profetismo en Israel, lo más que
despierta en nosotros es la imagen equivocada de un hombre que adivina el
futuro. Y no hay tal. El profeta es un hombre que, como todos los mortales,
sólo ve el presente. Lo que pasa es que lo mira de otra forma: libre de todos
los prejuicios del lenguaje de las ciencias, de las diplomacias, de las
políticas.
El profeta es, además un contemplativo, un hombre de oración, de
rezos. Pero no reza sólo para ser escuchado por Dios: reza, sobre todo, para
escuchar a Dios, para -diríamos- estar al corriente de los planes de Dios.
Por eso mismo, el profeta es un
hombre que sabe callar. No es un charlatán. Su silencio, en ocasiones, es tan
inquietante como sus amenazas. Sólo habla en contadas ocasiones, cuando es
necesario.
Pero cuando habla, lo hace con
autoridad, porque es un hombre soberanamente libre. Es decir, es un hombre
liberado de todo cálculo oportunista, de la prudencia de la carne, de todo tipo
de intereses. Por eso, su palabra escandaliza a cuantos aprovechan la
oportunidad, a cuantos están atrapados en su prudencia, a cuantos quieren
defender sus intereses particulares.
Y por ser molesto, es perseguido.
La verdad que sale de su boca denuncia la mentira de nuestras verdades siempre
interesadas.
Resulta molesto, insolente,
inaguantable. Como Juan Bautista, como el Profeta de Nazaret, perderá su
cabeza, será atado a la cruz. Y su muerte será su palabra más dura, la que
seguiremos escuchando siempre y no podremos nunca acallar.
Muchos, incluso creyentes,
sonríen ante el profetismo. Sin embargo, Pablo VI señaló el profetismo como un
redescubrimiento de la Iglesia, como una misión esencial para la Iglesia. Y la
profecía es misión del obispo, del sacerdote, del seglar, de todos los
creyentes. Porque, en definitiva, reconocer a los profetas es reconocer que
Dios es muy dueño de hablar, aunque no queramos escucharle. ¡Peor para
nosotros!
PROFETA.
¿Qué motivos provocan súbitamente
la repulsa de los habitantes de Nazaret?. Al parecer, hay que contar con dos
pretextos. La gente, dice primero el evangelista, "se admiraba de las
palabras de gracia que salían de sus labios". Es, pues, "el mensaje
de gracia" lo que les molestaba. Es cierto que el anuncio del régimen de
misericordia, de perdón, de amor es difícil de admitir; a los que aguardan de
la justicia que subrayara su propia perfección y que reforzara sus privilegio,
no les gusta verse al nivel de aquellos a quienes la misericordia les muestra
como sus iguales. La acogida que Jesús concede a los pobres, a los enfermos, a
los pecadores, desagrada a los que no tienen sino menosprecio hacia estos
pequeños. Bien situados, asentados en ciertos privilegios, se niegan a que los
demás se les equiparen. Todo el libro de Lucas está lleno de este drama, y el
libro de los Hechos describe la prolongación de este mismo drama, mostrando
como los paganos toman en la Iglesia los primeros puestos que abandonan los
judíos.
Y está, por otro lado, el
mensajero. Jesús es misterioso. La gente de Nazaret cree conocerle bien, pero
su mensaje deja entrever a alguien a quien las definiciones habituales no
logran ajustarse de lleno. Precisamente cuando se piensa poder encerrar a Jesús
en unas pocas palabras sencillas, se nos escapa.
Habitante de Nazaret, enteramente
semejante a cualquiera de sus compatriotas, Jesús es , sin embargo, un profeta;
incluso es más que un profeta. Es el testigo de una gracia inaudita; es el
iniciador del reino de la gracia. ¿Cómo aceptarle? ¿Cómo aceptar su palabra?
¿Cómo acoger a este médico que "cura" a quien quiere, con desprecio
de los derechos de los mejor establecidos? Negativa de ayer... , negativa de
siempre ¿Negativa de hoy?.
¿EXISTEN HOY
PROFETAS?
Normalmente se califica como
profeta a quien dice conocer el futuro, a quien predice acontecimientos.
Profeta y a divino parecen estar equiparados. Pero ser profeta es otra cosa:
hablar en nombre de Dios, transmitir un mensaje nuevo, enfrentarse a unas
estructura s caducas o viciadas, anunciar la salvación. No es empresa fácil ser
profeta; por eso quienes han tenida conciencia de esta vocación han sentido
miedo, como lo tuvo Jeremías. La lista de los profetas no es algo que pertenece
exclusivamente al Antiguo Testamento. Porque el profetismo no se ha acabado en
la Iglesia. Dios se sirvió de hombres para hablar en el pasado pero los sigue
escogiendo para hablar hoy a su pueblo.
Profeta es aquel que nos mueve
constantemente a la renovación y al cambio para que no nos quedemos satisfechos
con nuestras actitudes y obras. Siempre es posible un paso adelante. Para
descubrir la verdad plena y el horizonte de la perfección necesitamos que el
profeta nos hable y nos describa nuestra situación e incoherencia rea
Tenemos miedo a oír las palabras del profeta
porque estamos instalados, porque preferimos el inmovilismo de lo que ya
sabemos, porque escondemos nuestra pereza y cobardía en una verdad a medias.
Profeta no es quien pacifica, sino quien impacienta nuestra fe, esperanza y
caridad. Profeta es el que no vive para satisfacer ambiciones personales, sino
para anunciar el Reino que hay que instaurar en nuestro mundo todos los días.
Cristo es el gran y definitivo
Profeta. Su fuerza y poder le viene de arriba, su autoridad es la del Padre que
está en el cielo.
Hoy debemos tomar conciencia de
que, por el bautismo, todos hemos recibido el espíritu que movió a los profetas
y a Cristo a hablar de parte de Dios, a anunciar mensajes liberadores, a
predicar la Buena Noticia, a anunciar la salvación, a ser testigos del amor sin
fronteras.
No les tengas miedo
El evangelio de este domingo
continúa el relato de la presentación de Jesús en su propio pueblo. Lucas sabe
que ya actuó en Cafarnaún y otros poblados, pero ha querido inaugurar la vida
pública de Jesús con esta escena un tanto violenta. Es uno de los signos de la
auténtica presencia del Reino, que suscitará siempre una reacción en contra por
parte de los que viven y defienden los falsos valores de este mundo.
Esta incompatibilidad ya se
detecta en la misión de los Profetas. En la primera lectura encontramos el caso
concreto de la vocación de Jeremías. El Señor tiene que animar al elegido como
si fuera a una batalla: "Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que
yo te mando" y, suponiendo lo que estaba sucediendo en las entrañas de
Jeremías, le dice contundentemente: "No les tengas miedo".
El Carpintero de Nazaret animado
por el mismo espíritu profético se atreve a referir a sí mismo un texto
mesiánico de Isaías. La reacción de escándalo de sus paisanos era de esperar:
"¿No es éste el hijo de José?". La respuesta de Jesús los pone contra
la pared. Desde luego, no les tenía miedo y siguió adelante con la misión que
había recibido del Padre.
Hemos de hacer una lectura
actualizada y comprometida de ese profético "no les tengas miedo".
Nuestro mundo, con su cultura hedonista y prácticamente atea, necesita que
seamos todos -sacerdotes, religiosas y seglares- "testigos del Dios
vivo" como reza el título de un documento de nuestros obispos.
Existe la tentación de separarse
del mundo y quedarse en el "grupo" donde todos piensan igual. Pero
¿quién anunciará que "hoy se cumple la Escritura"?
Cristo es el gran y definitivo Profeta. Su fuerza y poder le viene de arriba, su autoridad es la del Padre que está en el cielo.
ResponderEliminarHoy debemos tomar conciencia de que, por el bautismo, todos hemos recibido el espíritu que movió a los profetas y a Cristo a hablar de parte de Dios, a anunciar mensajes liberadores, a predicar la Buena Noticia, a anunciar la salvación, a ser testigos del amor sin fronteras.
Normalmente se califica como profeta a quien dice conocer el futuro, a quien predice acontecimientos. Profeta y a divino parecen estar equiparados. Pero ser profeta es otra cosa: hablar en nombre de Dios, transmitir un mensaje nuevo, enfrentarse a unas estructura s caducas o viciadas, anunciar la salvación. No es empresa fácil ser profeta; por eso quienes han tenida conciencia de esta vocación han sentido miedo, como lo tuvo Jeremías. La lista de los profetas no es algo que pertenece exclusivamente al Antiguo Testamento. Porque el profetismo no se ha acabado en la Iglesia. Dios se sirvió de hombres para hablar en el pasado pero los sigue escogiendo para hablar hoy a su pueblo.
ResponderEliminarProfeta es aquel que nos mueve constantemente a la renovación y al cambio para que no nos quedemos satisfechos con nuestras actitudes y obras. Siempre es posible un paso adelante. Para descubrir la verdad plena y el horizonte de la perfección necesitamos que el profeta nos hable y nos describa nuestra situación e incoherencia rea
Tenemos miedo a oír las palabras del profeta porque estamos instalados, porque preferimos el inmovilismo de lo que ya sabemos, porque escondemos nuestra pereza y cobardía en una verdad a medias. Profeta no es quien pacifica, sino quien impacienta nuestra fe, esperanza y caridad. Profeta es el que no vive para satisfacer ambiciones personales, sino para anunciar el Reino que hay que instaurar en nuestro mundo todos los días.
El Carpintero de Nazaret animado por el mismo espíritu profético se atreve a referir a sí mismo un texto mesiánico de Isaías. La reacción de escándalo de sus paisanos era de esperar: "¿No es éste el hijo de José?". La respuesta de Jesús los pone contra la pared. Desde luego, no les tenía miedo y siguió adelante con la misión que había recibido del Padre.
ResponderEliminarHemos de hacer una lectura actualizada y comprometida de ese profético "no les tengas miedo". Nuestro mundo, con su cultura hedonista y prácticamente atea, necesita que seamos todos -sacerdotes, religiosas y seglares- "testigos del Dios vivo" como reza el título de un documento de nuestros obispos.
Existe la tentación de separarse del mundo y quedarse en el "grupo" donde todos piensan igual. Pero ¿quién anunciará que "hoy se cumple la Escritura"?
Incluso en la más democrática y pluralista de las sociedades modernas, sabemos que la libertad de expresión está sometida a grandes limitaciones. Está claro que los que no tienen dinero, los más pobres, son también los que no tienen voz, o los que no tienen medios para dejarse oír. Las grandes agencias informativas, que se pueden contar con los dedos de una mano, ejercen un control severo y disfrutan de un monopolio mundial sobre la información que nadie discute. Las naciones del Tercer Mundo se quejan en vano de cómo se desfiguran o se silencian las noticias que en ellas se producen. Y en todas partes la prensa independiente, si quiere seguir subsistiendo, se ve obligada a rebajar sus ideales de independencia y de objetividad. y en cuanto a los periodistas, ¿qué podemos decir? Porque todavía se sigue practicando la antigua costumbre de "matar al mensajero que trae malas noticias". De modo que su profesión, como se ha dicho repetidamente, es una de las más peligrosas, en el supuesto, claro está, de que hagan siempre un trabajo honesto e informen de lo que tienen que informar con oportunidad o sin ella. Lo que no siempre es el caso.
ResponderEliminarPero nadie corre tanto peligro en este mundo, dominado por la mentira, como los profetas. Porque si alguien está al servicio de la verdad, y no sólo de la verdad que es, sino de la verdad que nace y se abre paso con dificultades, y se enfrenta limpiamente con la mentira, ése es el profeta. Muchas veces el profeta tiene que ir donde no le llaman y decir lo que nadie quiere escuchar, de modo que resulta un entrometido y un impertinente, sobre todo para los que dominan la situación. Por eso rechazan a los profetas, se les persigue, se les asesina, para acallar su anuncio y su denuncia. Pero un pueblo que asesina a los profetas no tiene sentido. Porque éstos, los profetas, son los heraldos de lo que está por ver y por venir, de lo que aún no es y debe ser.