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miércoles, 16 de enero de 2013

Que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios


 

ADORAR CON HUMILDAD

 

Que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios” (1 Co 1,29)

 

    1. Reflexión

 

    El apóstol Santiago nos recuerda este principio: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (St 4,6). Es una norma constante e invariable en toda relación del hombre con Dios. La morada propia del hombre es la humildad; cuando se sale de ahí, se constituye en rival de Dios, se levanta contra Dios e intenta de algún modo ocupar el sitio de Dios y arrebatarle la gloria que sólo a él corresponde. El resultado inmediato es que Dios arroja de su presencia al insurgente. Cuando el hombre no se presenta ante Dios en humildad nada de lo que diga o haga será grato a Dios; si su presencia ante el Altísimo no es humildad, ninguna forma de adoración, de postrarnos ante él, de entregarnos a él o de confesarle le será grata, porque estamos impresentables y no tenemos acceso a su presencia. Se cumple en definitiva lo que dijo el Señor: “El que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado” (Mt 23,12).

    Pero ¿quién es humilde y cómo saberlo? Nada mejor que escuchar lo que dicen el Espíritu y la Palabra para reconocer dónde está o dónde falta la humildad:


Humilde es el que acepta que no es nada por sí mismo, según la palabra revelada que dice: “Si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo” (Ga 6,3); y al mismo tiempo reconoce que ha recibido de Dios todo lo que en él tiene algún valor: “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?” (1 Co 4,7).

 

 

El humilde se comporta según aquella norma del Maestro cuando dijo: “Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’” (Lc 17,10).

 

 

Humilde es el que, reconociéndose pecador ante Dios, se estremece y anonada ante su presencia como Isaías que, al contemplar su gloria, exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido... que al Rey y Señor todopoderoso han visto mis ojos!” (Is 6,5); o como Pedro, que al tomar conciencia de quién es Jesús, “cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’” (Lc 5,8).

 

 

Humilde es aquel que se ha mirado en el espejo de Dios, es capaz de admitir que la visión de sí mismo se refleja en tal espejo y camina a partir de entonces ante Dios, ante los hombres y ante sí mismo de la mano de la verdad que se le ha mostrado, con los pies en el suelo y alabando la misericordia de Dios con el vocabulario completo de la alabanza.


      La humildad es la credencial que necesitamos presentar ante el Señor si queremos acercarnos a él y el pilar fundamental que sostiene nuestra relación con Dios. Dice el Espíritu: “Se te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno, lo que el señor reclama de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la fidelidad y obedecer humildemente a tu Dios” (Mi 6,8). Y de cómo valora Dios la humildad nos dan idea estas promesas:


 

      2. Palabra profética

 

Visión: Se ha colocado sobre los adoradores una especie de túnica que les cubre de la cabeza a los pies. Es de un tejido de apariencia frágil y de poca consistencia, pero hace que la persona casi desaparezca. Palabra: "Es la túnica de la humildad, que os hace resistentes frente a los enemigos. Sólo con esta túnica podréis rechazar los dardos de soberbia que el enemigo quiere lanzar contra vosotros. No os la quitéis por nada. Sólo bajo esta túnica de humildad podréis resistir. Aunque seáis humillados, no os la quitéis. Pedid insistentemente que os recubra. Esta túnica os da poder para pasar por encima de los enemigos. Pero recordad que sólo se alcanza con la humillación y la cruz" .

 

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2 comentarios:

  1. Visión: Se ha colocado sobre los adoradores una especie de túnica que les cubre de la cabeza a los pies. Es de un tejido de apariencia frágil y de poca consistencia, pero hace que la persona casi desaparezca. Palabra: "Es la túnica de la humildad, que os hace resistentes frente a los enemigos. Sólo con esta túnica podréis rechazar los dardos de soberbia que el enemigo quiere lanzar contra vosotros. No os la quitéis por nada. Sólo bajo esta túnica de humildad podréis resistir. Aunque seáis humillados, no os la quitéis. Pedid insistentemente que os recubra. Esta túnica os da poder para pasar por encima de los enemigos. Pero recordad que sólo se alcanza con la humillación y la cruz" .

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  2. Humilde es el que, reconociéndose pecador ante Dios, se estremece y anonada ante su presencia como Isaías que, al contemplar su gloria, exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido... que al Rey y Señor todopoderoso han visto mis ojos!” (Is 6,5); o como Pedro, que al tomar conciencia de quién es Jesús, “cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’” (Lc 5,8).

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