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viernes, 30 de noviembre de 2012

NUESTROS DESIERTOS...

 
El desierto es una oportunidad para la «fe pura».
 
No es infrecuente en estos tiempos leer noticias e informes alarmantes acerca de la progresiva desertización del planeta. Parece que amenaza, aproximadamente, a una tercera parte de la superficie terrestre, y afecta a las vidas de 850 millones de personas. Y, en alguna manera, se ha hecho familiar y próxima a los habitantes de latitudes donde tradicionalmente no se conocían los desiertos.
 
 
La desertización, el avance de los desiertos existentes, pero también la desertificación, la degradación de las tierras, los humedales y ecosistemas, que se acercan y se instalan entre nosotros calladamente, se erigen en metáfora de una experiencia espiritual antigua, sólida y fecunda: la espiritualidad, precisamente, del desierto.
 
En la tradición bíblica, el desierto tiene una fuerza simbólica tremenda: al desierto se sale, por el desierto se camina, a través del desierto se conquista la tierra...Entre los cristianos de los primeros siglos, como entre los piadosos judíos de la época de los Macabeos (1 Mac 2,29), salir al desierto se convirtió en un gesto para manifestar la ruptura, la denuncia y el deseo de renovación del cristianismo.
 
Pero ¿qué pasa cuando la desertización y la desertificación se plantan entre nosotros? ¿Que pasa cuando, sin salir al desierto, éste avanza hacia nosotros y ocupa nuestra existencia? ¿Qué pasa cuando nuestra vida se deteriora, se degrada?¿Qué perfiles adquiere entonces la experiencia espiritual del desierto? Porque el experto en desiertos que fue Ch. de Foucauld se atrevió a decir: «El desierto no sostiene al débil; lo aplasta. El que gusta del esfuerzo y la lucha, ése puede sobrevivir”.
 
El desierto que fue “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres...»(Mt 19,21)El nacimiento de la vida eremítica, de la vida separada de las ciudades, que hasta ese momento habían sido el modelo del imperio romano, se debió a diversas causas y puede ser enjuiciado de maneras diferentes.
 
El monacato es un fenómeno variopinto en el que intervienen muchas variables. Nació en Egipto y tiene el símbolo más preclaro en San Antonio Abad, que se retiró al desierto alrededor del año 270, cuando contaba dieciocho años de edad. La marcha al desierto nació como respuesta a un deseo de radicalidad en el seguimiento de Cristo y suponía una crítica radical a los valores urbanos, a los que se había asimilado el cristianismo de principios del siglo IV. Fue una reacción contracultural frente a los valores imperantes en la Roma del siglo IV, pero también contra las corrientes que pretendían cristianizar la cultura pagana, colocando como máxima el texto evangélico citando al comienzo de este epígrafe y concretándolo en una ascesis rigurosa en todos los aspectos de la vida. Suponía también un rechazo de las dignidades (también del sacerdocio ministerial) e independencia del poder civil y eclesiástico. ¿Qué ocurre en el desierto?
 
a)El desierto es el lugar donde Dios está más cerca, porque no hay nadie más. En los apotegmas de los Padres del Desierto se lee: «Un obispo, llamado Apphy, mientras fue monje estuvo sometido a una disciplina de vida muy austera. Luego, cuando llegó a obispo, quiso, incluso en el mundo, someterse a la misma austeridad, pero sus fuerzas le habían abandonado. Entonces, prosternándose ante Dios, le dijo: “¿Es que a causa de mi episcopado tu gracia se alejará de mí?” Y obtuvo esta revelación: “No, pero antes estabas en el desierto y, ya que no había nadie, Dios acudía en tu ayuda. Ahora, en cambio, estás en el mundo, y en el mundo están los hombres”»2.Si bien es verdad que Dios ayuda siempre, también lo es que aparece de forma más clara donde más se le necesita. Como dice Gregorio de Niza, al que se encuentra en una situación extrema, le parecen pequeñas las ayudas que Dios les ha ido dando, y entonces tiene lugar la manifestación del Ser trascendente, «que se muestra de un modo en que pueda ser captado por quien lo recibe. Ningún otro lugar existe en el que las tentaciones se presenten de forma tan clara como el desierto; ninguno en el que nuestra fe se ponga a prueba de manera tan clara; y ninguno en el que los asideros posibles hayan desaparecido tan palpablemente.
 
b) El desierto es el lugar de la libertad total, en el que surge la tentación y la lucha. El pueblo de Israel sale de la esclavitud de Egipto y marcha al desierto. Pablo deja su antigua vida y se mete en la extensión del desierto. Jesús va a comenzar su misión, y antes va al desierto. Frente a las ataduras, internas y externas, que todo ser humano tiene, el desierto se presenta como el lugar sin fronteras en el que la libertad total puede ser experimentada. Es ahí donde se puede vivir lo que Casaldáliga expresó en su poema «Mi soledad»: «Mi soledad soy yo. No hay compañía que me acompañe todo. En honda gran medida vivir es andar solo». Esta experiencia de vida a fondo perdido pone de manifiesto también la multitud de obstáculos que tiene esta vida (la vida) para el ser humano. El lugar sin límites posibilita así la vivencia de los límites que todos tenemos para soportar tal libertad. Los Padres del desierto experimentaron fuertemente las dificultades de este camino, a través de las numerosas tentaciones que tuvieron que soportar. Las rigurosas penitencias, el control de los deseos, la tosquedad del paisaje... y la soledad en la que se encontraban eran obstáculos por los que había que pasar para experimentar la libertad y, en definitiva, a Dios.
 
 
 
c) El desierto es lugar de encuentro, de intimidad... es noche estrellada. Nadie marchó al desierto para luchar consigo mismo y con sus demonios. La meta dela fuga era el encuentro con Dios, sin que hubiera otras realidades que perturbaran al corazón. En este sentido, el desierto se transfigura en una metáfora del paraíso perdido, en un nuevo jardín del Edén, que exige nuevos ojos y un profundo proceso de liberación interior para poder ser disfrutado, pero que está ahí a la espera... En el desierto el tiempo se «ralentiza»; la prisa y la agitación dejan paso a la contemplación pausada; la multitud de imágenes se reducen a la pesadez creadora de un yermo que esconde oasis; el habla se convierte en escucha...
 
El desierto que nos llega “Alguien estaba allí, y pude ver su silueta, aunque no el aspecto que tenía. Todo era silencio...» (Job 4, 16) No vivimos hoy la experiencia del desierto como los Padres antiguos. No escapamos hoy al desierto para allí encontrarnos con nuestras luchas, nuestros miedos y nuestro Dios. Hoy, más bien, el desierto viene a nosotros. De la misma manera que asistimos atónitos al avance de los desiertos, nos encontramos de pronto, en la vida, arrojados a experiencias de desierto que presentan variados matices.
 
El desierto, el desierto puro que no tolera ni la vida, acampa cuando experimentamos el sufrimiento y dolor inocente, la enfermedad destructora, la traición nunca sospechada, la muerte escandalosa... Son experiencias, muchas veces, de fracaso, pérdida, silencio y abandono, ultrajes a la vida que desborda cada día en nuestras luchas, conquistas, disfrutes y goces.
 
En Cien años de soledad, cuando el gitano Melquíades regresa a Macondo, el narrador explica: «El gitano iba dispuesto a quedarse en el pueblo. Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad». Para la vida actual es muy importante volver a recuperar la conexión que hay entre fe y soledad radical, entre fe y muerte, entre la experiencia de Dios y la experiencia que se ha llamado la «noche oscura» y que tiene que ver con el desierto, ya que las explicaciones dadas durante mucho tiempo ya no satisfacen.
 
A lo largo de la historia, la experiencia cristiana ha querido profundizar en Dios a partir de buscarlo, comprenderlo y entenderlo. Una de las preguntas sobre las que pensadores, filósofos y teólogos han dado vueltas es: ¿quién es Dios? Es también una de las preguntas fundamentales de los creyentes y, en definitiva, de todo ser humano desde siempre. Muchas han sido las respuestas a esta pregunta, pero al ser respondida nos encontramos continuamente con que las diferentes respuestas, o bien acaban en abstracción («Dios es aquel ser por encima del cual nadie puede ser pensado», como diría San Anselmo), o bien se refugian en las diferentes acciones que atribuimos a la divinidad (Dios es el que liberó a los israelitas de Egipto; Dios es el que me curó de tal o cual enfermedad).
 
Cuando la pregunta «¿quién es Dios?» no encuentra una respuesta convincente, entonces se pasa a la pregunta «¿dónde está Dios?». La dificultad para determinarla esencia de Dios anima la búsqueda de aquellos lugares donde Dios habita. Pero tampoco contamos hoy con la certeza acerca del lugar donde Dios se encuentra. Y ello, porque todos los lugares donde alguna vez pareció habitar han resultado falsos o, al menos, problemáticos: Durante mucho tiempo, la Iglesia había sido el lugar donde Dios se encontraba; pero han sido tantas las acciones realizadas en nombre de Dios, también por la institución eclesial, que su explicación recurriendo a la cultura de la época sirve para justificar las diferentes acciones humanas, pero no para seguir manteniendo que Dios actuó en esas acciones.
 
A los que en la actualidad quieren hacernos ver que Dios vive del lado de los victoriosos, de los poderosos de la tierra que deciden sobre política internacional, guerras preventivas... habría que recordarles que desde que Bartolomé de las Casas denunció las atrocidades cometidas durante la conquista de América, se rompió la idea de que aquellos que decían conocer al verdadero Dios actuasen también en su nombre. Galileo nos sustrajo a la ilusión de localizar a Dios por encima de la tierra, en un cielo donde habitara; desde él, la interacción entre el cosmos y lo divino se tornó problemática, y Dios volvió a quedarse sin un lugar en el que estar.
 
Cuando se capta que es difícil encontrar el lugar (o los lugares) donde Dios habita, se replantea la cuestión y se pregunta: ¿cuándo encontramos a Dios en nuestra historia? Se piensa que encontrar a Dios en la historia es más fácil que encontrarlo en un lugar determinado. Es así como los «signos de los tiempos» han ganado importancia en nuestra época, especialmente  desde que la Gaudium et Spes tomara esta expresión como una de las ideas rectoras del documento. Esta también es una respuesta insuficiente, como las otras, porque supone que el silencio de Dios no es más que una manera de hablar y que, en el fondo, Dios sí aparece actuando a través de los diversos acontecimientos históricos, ya sean movimientos sociales, políticos... ante los que hay que estar atento para poder discernir su presencia. Sin embargo, con esto no hacemos más que subrayar la imposibilidad objetiva para determinar dónde habita Dios, en qué lugar y cuándo lo podemos encontrar. Estos intentos han manifestado nuestra resistencia a aceptar el misterio que entraña el desierto que nos llega. Porque los creyentes afirmamos que hay un Dios, un Dios bueno, que existe desde siempre –¿cómo podría ser de otra manera?– y que está al comienzo y al final de todo lo que existe, ofreciendo salvación desde el comienzo mismo del mundo y del ser humano.
 
Que el mundo es algo creado y que, por tanto, no es la mera consecuencia de una casualidad maravillosa. Los cristianos narramos la historia de un Dios que ha estado siempre a la búsqueda del hombre y a la búsqueda de un decir ausencia de apoyos sin límite; y estas dos realidades al mismo tiempo. Jesús vive y muere sintiendo muchas veces el abandono y el silencio de Dios, pero también entregándose totalmente a ese Padre, que se ha eclipsado por entero en ciertos momentos.
 
Para Jesús, en definitiva, como para nosotros, la experiencia de Dios significó en gran medida un precipitarse en la nada, un perder todo apoyo sobre el que fundar su propio existir, hasta perder incluso el apoyo del Padre, y desde ese abismo abandonarse confiadamente en manos de Dios, «por ser Dios quien es». Y ante este misterio, que es la manera como Dios se presenta ante nosotros y como experimentamos de forma aguda en los momentos de desierto, lo que nos queda es la adoración, porque Dios siempre va a ocultar su rostro cuando intentemos desvelar quién es o qué es; siempre va a escapar cuando queramos determinar dónde vive; y siempre va a huir cuando lo queramos utilizar para explicar el sufrimiento o queramos hacer componendas fáciles sobre temas difíciles (como son el dolor, su lejanía o la muerte).
 
El desierto nos invita, más que a explicar, a testimoniar, a ser testigos de Dios, algo que exige pasar inevitablemente por una etapa de desierto9. Si somos capaces, en medio del yermo que muchas veces es hoy nuestra experiencia de fe, de confiar, como Jesús, hasta el final, de esperar contra toda esperanza, entonces estar á empezando a surgir en nosotros una nueva relación con Dios. En el fondo, no se trata de creer apoyados en nuestra experiencia, de tener fe por lo que hemos sentido, sino de dejar que Dios sea Dios en nosotros. Se trata de sentir hasta los huesos un «vacío posibilitador», a fuerza de silencio y de escondimiento de Dios, para dar lugar a que nuestra fe no se apoye tanto en las imágenes de Dios que ya tenemos y se apoye un poco más en Dios mismo.
 
 

 
El desierto de nuestras vidas nos dice que la ausencia de Dios es, por una parte, apariencia, ya que Dios habla aun a través de ese silencio, y, por otra parte, es totalmente real, ya que Dios no se deja atrapar por nuestras explicaciones, ni siquiera por nuestras experiencias. Dios aparece y está presente siempre al ser humano como silencio y como escondimiento; es el silencio y el escondimiento de un Dios que deja que la creación siga su curso y que el mundo se convierta en hogar de tanta masacre y destrucción, pero que se implica en un diálogo con el ser humano que muchas veces nos resulta incomprensible, pero que es el camino para entrar en la auténtica revelación de quién es el Insondable.
 
La vida y la muerte de Jesús, nuestra vida y nuestra muerte, nos invitan a comprender que Dios no es manipulable; nos obligan a aceptar que Dios es como es y que no puede ser hecho a medida humana; y nos fuerzan a contemplar el misterio de Dios, no para entenderlo, sino para dejarnos embargar por él, para que podamos decir a ese Dios: creo aunque no te entiendo; creo aunque no te veo; creo aunque no te encuentro. La experiencia profunda de fe, entonces, puede abrirse a los oasis que están presentes en toda nuestra vida, aunque aparezcan escondidos. Ante la situación de la Iglesia Ante el hoy de la comunidad cristiana podemos tomar varias posturas: desde la catastrofista hasta la ilusoria. Cuando las estadísticas presentan datos nada halagüeños, cuando nuestras iglesias se van quedando vacías, cuando las fuerzas más activas de la comunidad eclesial se van reduciendo... podemos retirarnos a los cuarteles de invierno y esperar allí pasivamente el tan deseado vuelco de la situación, o podemos vivir esta experiencia como una etapa de crecimiento tanto dela propia comunidad eclesial como de nuestra relación con la Iglesia.
 
Ante esta situación, descrita con profusión en multitud de libros y artículos, deberíamos desarrollar una serie de actitudes que posibilitasen vivir el desierto como momento de purificación eclesial y de encuentro con Dios:– Espiritualidad del empequeñecimiento10: como en los primeros siglos de la Iglesia, la situación espiritual de la comunidad cristiana en general rebosa acomodación con los valores del mundo en el que vive.
 
La conversión de la Iglesia en una empresa de servicios, a la que la sociedad ha asignado un papel determinado en el mundo, y la pérdida del papel social de la Iglesia, que ya no determina los valores del mundo occidental, no es una derrota en la misión de la Iglesia, sino una llamada a ser aquello que siempre quiso ser: signo y profecía, comunidad contracultural frente a las pretensiones de todas las ofertas de salvación que novan más allá de los límites intramundanos. La Iglesia se está empequeñeciendo en número, en poder, en influencia..., cuestiones todas que no conforman el centro de su mensaje.
 
Triste sería que este empequeñecimiento llevara a tomar derroteros que redujesen el mensaje, para seguir manteniendo el estatus anterior; más triste aunque confundiésemos empequeñecimiento con inutilidad del mensaje evangélico. La comunidad cristiana debe reconocer al Dios que renunció al poder y que se situó como «uno de tantos» en medio de la historia, y debe poner en práctica lo que ya proclamó en el Vaticano II: es compañera de camino de todos los hombres y mujeres que trabajan por que este mundo sea más el mundo de Dios. La comunidad cristiana debe potenciar los lugares en los que se comparte y se vive la fe, en los que se comparten los bienes y se practica la hospitalidad...
 
Muchas comunidades así ya han surgido y son los oasis que, en medio del yermo, nos recuerdan que el desierto es un lugar donde la vida sigue.
 
Esperar contra toda esperanza: los problemas intraeclesiales son numerosos y deben ser resueltos. Con todo, la Iglesia sigue siendo un instrumento querido por Dios para que la salvación siga actuando en esta historia.
 
La pertenencia a la Iglesia tiene también su grado de cruz, de incomprensión ante la manera como Dios decidió seguir presente entre nosotros. Aun cuando no hay que justificarlas, no habría que escandalizarse tanto por las dinámicas poco evangélicas que a veces se encuentran en la institución eclesial, ni habría que extrañarse por la falta de coherencia de aquellos que tienen (o tenemos) la misión de entregar la vida por todos. Son muchos los ejemplos de grandes cristianos en el siglo XX que han vivido períodos de su pertenencia eclesial como una noche oscura y han seguido esperando, contra toda esperanza, que Dios cumpla con la Iglesia lo que dijo por boca del profeta Oseas: «La llevaré al desierto y hablaré a su corazón» (2,16).Algunos aprendizajes sobre el desierto Como ya hemos dicho, no vivimos tiempos en los que salir al desierto sea para nosotros una urgencia, un deseo, una necesidad para ahondar y mejorar la vida que vivimos. Salir al desierto es, en todo caso, un turismo de aventura, un reto...
 
Quizá deberíamos recuperar el gusto por adentrarnos en todo lo que el desierto como metáfora sugiere: abrir espacios de soledad y silencio; ejercitar una sana sobriedad; afrontar retos; lidiar con nuestros instintos más básicos...Podría ser bueno también que discerniéramos, como lo hacemos en lo que al cambio climático se refiere, el porqué de los desiertos que nos llegan.
 
En las reglas de discernimiento de la primera semana de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola plantea al ejercitante las «tres causas principales porque nos hallamos desolados» [EE 322], y le provoca para que rastree en su vida las conductas, actitudes o inercias que han podido favorecer la experiencia de desolación. Porque, si bien es cierto que Dios calla, no es menos cierto que, en muchas ocasiones, somos nosotros los que le condenamos al silencio.
 
Conviene recordar también que el desierto es un espacio sin fronteras que, en su infinitud aparente, provoca, en primera instancia, una experiencia de radical libertad que nos enfrenta con discursos aprendidos, frases estereotipadas.
 
Esa radical libertad de tanta palabra repetida es, además, una invitación a una búsqueda de Dios menos pretenciosa. El Dios que se comunica en silencio reclama de nosotros renunciar a la gratificación inmediata, a la fidelidad condicionada, al seguimiento con éxito garantizado...
 
 
El desierto es, entonces, una oportunidad para la «fe pura». Como dice Santa Teresa: «Vienen tiempos en el alma, que no hay memoria de este huerto, todo parece está seco y que no ha de haber agua para sustentarle, ni parece hubo jamás en el alma cosa de virtud.se pasa mucho trabajo, porque quiere el Señor que le parezca al pobre hortelano que todo el que ha tenido en sustentarle, y regalarle, va perdido. Entonces es el verdadero escardar, y quitar de raíz las y erbecillas, aunque sean pequeñas, que han quedado malas, con conocer no hay diligencia que baste, si el agua de la gracia nos quita Dios: y tener en poco nuestro nada, y aun menos quenada. Gánase aquí mucha humildad, tornan de nuevo a crecer las flores».
 
Por último, el desierto entraña un peligro muy particular: el espejismo, esa particular ilusión óptica que quiere esconder y rechazar los peligros. No por hablar de las bondades del desierto, de su particular espiritualidad, de sus oportunidades, debemos olvidar las palabras de Ch. de Foucauld que citábamos al principio de este artículo: «El desierto no sostiene al débil; lo aplasta. El que gusta del esfuerzo y la lucha, ése puede sobrevivir».
 
Atenuar las dificultades, ignorar la necesidad de un guía y olvidar los pertrechos no son signo de mayor osadía y valentía, sino todo lo contrario: de una escasa valoración de lo que el desierto significa, de sus oportunidades y riesgos, de la necesidad de prepararse para cuando llega.
 
 
 
Bibliografía:
 
1. Interesante es el artículo de J.A. MARÍN, «Rutilio y San Jerónimo de frente al monasticismo»: Teología y Vida 39 (1998) 353-363.
2. Apotegmas de los padres del desierto, Sígueme, Salamanca 1986, 43.
3. Cf. GREGORIO DE NISA, Sobre la vida de Moisés, Ciudad Nueva, Madrid 1993, 149-152; aquí, 151.
4. P. CASALDÁLIGA, El tiempo y la espera, Sal Terrae, Santander 1986, 67.
5. Cf. la carta de San Jerónimo a Eustoquia (Carta 22,7), en la que el santo describe todas sus tribulaciones. Cf. F. MORENO, San Jerónimo. La espiritualidad del desierto, BAC, Madrid 2007, sobre todo, 17-31.
6. Desde otra perspectiva, a partir de las leyendas que hay sobre las madres del desierto, cf. M. FORMAN, OSB, Orar con las Madres del desierto, Mensajero, Bilbao2007, 59-71.
7. G. GARCÍA MÁRQUEZ, Cien años de soledad, Cátedra, Madrid 200717, 142.
8. Cf., entre la numerosa bibliografía que hay sobre este punto, el número
«Iglesia y cristianismo en Europa» de esta revista: Sal Terrae, enero-febrero2006.
9. De difícil y provechosa lectura es el libro de M. REYES MATE, Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política, Trotta, Madrid 2003, especialmente las páginas dedicadas a la autoridad del testigo (167-216).
10. Tomo esta idea de J. CHITTISTER, El fuego en estas cenizas. Espiritualidad dela vida religiosa hoy, Sal Terrae, Santander 1998, 99. La autora lo aplica a la Vida Religiosa, pero es fácilmente trasladable a la vida cristiana en general.
11. Pienso en comunidades del tipo de San Egidio y en los numerosos grupos de cristianos que viven su cristianismo de forma más anónima en la multitud de pequeñas comunidades en parroquias, movimientos apostólicos, colegios...
12. Podemos recordar la denuncia, y en alguna manera profecía, del escritor A.VÁZQUEZ FIGUEROA en Los ojos del tuareg, Plaza & Janés, Barcelona 2003, 44: «Laauténtica locura estriba en correr como posesos a través de los pedregales y las dunas, sin respetar la propia vida ni la de cuantos encuentran en su camino. Locura es robar y envenenar un agua sin la que estamos condenados a morir, o amenazar con un arma a quien te ha recibido con los brazos abiertos. Y si ha aceptado tomar parte en semejante estupidez, debe aceptar que en un momento determinado su estupidez le arrastre».
13. P. CASALDÁLIGA, El tiempo y la espera, Sal Terrae, Santander 1986, 14: «Cuanto menos Te encuentro, más Te hallo, / libres los dos de nombre y de medida. / Dueño del miedo que Te doy vasallo, / vivo de la esperanza de Tú vida».
14. SANTA TERESA DE JESÚS, Vida, Cap. XIV, 6.

BAILAMOS...


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 





UNA HISTORIA DEL VALS

Originariamente, el vals, en alemán Walzer, que significa girar, deriva de los landler, danzas montañesas y rústicas del sur de Alemania y de Austria, bailadas, ya en los siglos XII y XIII, en un lento compás de tres tiempos, con las parejas que giraban, toscamente, en el sitio.

 

El landler se extendió por gran parte de Europa durante el siglo XVIII; pero únicamente en ambientes rurales, puesto que como baile "serio" estaba muy mal visto, y, al igual que otras danzas campesinas, era repudiado por la alta sociedad, pero con la revolución ideológica de finales del siglo XVIII, pasa a ser bailado por la burguesía y la nobleza en los salones más prestigiosos de Europa.

 

Con la introducción del landler en el ambiente urbano de Viena y otras ciudades, se produce una transformación, convirtiéndose en el vals que modernamente conocemos como vienés. Mantuvo el tempo ternario y su peculiar forma de bailar dando giros, pero también se introdujo un mayor refinamiento de las formas seguido de una reforma estructural.

 

El nuevo vals, que nace como consecuencia de los cambios producidos en el mundo occidental, ya estaba preparado para conquistar las salas de baile más exquisitas de todo el mundo.

 

En este momento, cuando ya se pone fin a la etapa absolutista y la burguesía pasa a adquirir un papel muy importante a costa de la nobleza, la aparición del vals en la alta sociedad es la mayor revolución de toda la historia de los bailes. Que un hombre abrazara a una mujer por la cintura y bailaran ambos frente a frente, en posición cerrada, era algo jamás visto entre gente educada.

 

Las aprensiones y los prejuicios fueron superados y desde entonces el vals vienés nunca ha dejado de ser el baile de salón por excelencia, a pesar de los innumerables nuevos ritmos bailables, surgidos con posterioridad.

 

Con su ritmo hipnotizador, lleva dos siglos cautivando al público y continúa siendo una tradición en las bodas. Es el número uno entre los bailes románticos, y su tradición se renueva todos los años, desde 1941, con el tradicional concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena, seguido vía satélite por más de dos mil millones de personas.

Las primeras melodías de vals vienés datan de 1770. Fue introducido en París en 1775, pero transcurrió un cierto tiempo hasta que llegó a ser popular. En 1813, Mr. Byron condenó el vals vienés por ser un baile inmoral.

 

En 1816 el vals vienés fue aceptado de nuevo en Inglaterra, pero aún había cierto rechazo hacia él en algunos sectores. En 1833, un libro de "buena conducta" fue publicado por la señorita Celbart, y, de acuerdo con éste, sólo se permitía a las mujeres casadas practicar este baile.

 

Ella lo llamó "a dance of too loose character for maidens to perform" (un baile demasiado inmoral para ser bailado por señoritas).

 

El vals vienés debe su desarrollo a tres músicos austríacos, Johann Strauss padre, Josef Lanner y Johann Strauss hijo (al que apodaron como Schani, para distinguirlo de su padre), los cuales le dieron su típica forma vienesa, seductora y llena de brío. Con sus creaciones, el vals alcanzó una popularidad sin precedentes en todo el mundo.

 

Pero es quizás "El Danubio Azul", creada en 1867 por Strauss hijo, la obra cumbre del vals vienés. Una impresionante obra de la que, en ese mismo año, se editaron más de un millón de ejemplares y que, en 1899, todas las orquestas de Viena tocaron al paso del féretro de Johann Strauss.

 

Una forma más serena del rápido vals vienés se desarrolla en América alrededor de 1870. Originalmente recibe el nombre de Boston y se caracteriza por su lentitud. Eso permitió a los bailarines introducir un nuevo repertorio de figuras y elementos que no eran posibles de ejecutar con los rápidos "vieneses".

 

Vals ¿vienés o francés?

 

Como siempre, hay quienes cuestionan el origen del vals vienés, para atribuirse su paternidad.

 

Desrat, musicólogo francés, sostiene una interesante e interesada teoría. En su historia de la danza contemporánea nos dice que el vals a tres tiempos (forma como se conoce en los ambientes de danza al vals vienés) es de origen francés. Sostiene que Enrique III de Francia bailó en París, en 1178, el primer vals, bajo el nombre de Volte.

 

Este vals embrionario —según el estudioso— hizo las delicias de la corte de Valois. Posteriormente, los alemanes lo adoptaron con el nombre de Walzer. Esta información se publicó en el periódico La Patrie del 17 de noviembre de 1882, editado en París.

 

Al margen de los cuestionamientos sobre los orígenes, todos coinciden en que la música de vals es seductora y romántica, pero a la vez llena de brío. El compás musical 3/4, en que el primer tiempo es fuerte, el segundo, débil y el tercero, no tan débil, es increíblemente adecuado al giro.

 

Al impulso del primer tiempo, sigue un giro en suspensión del segundo, que nos hace sentir muy ligeros y, por último, un final de vuelta que nos prepara para el siguiente impulso, sin interrumpir la rotación
 
 

 
 
   

      
    
  
 
 
 


INSTRUMENTALES PARA TU TIEMPO DE ORACION

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 



El secreto de orar es orar en secreto

la oración en privado de los cristianos determinará su vida en público, no a la inversa. Nunca debería orarse por la aclamación aprobatoria de las multitudes, sino por la aprobación de nuestro Padre que está en el cielo.

Como Jesús tan elocuentemente lo dijo: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6,5-6).


El secreto de orar es orar en secreto.

Jesús proveyó el ejemplo máximo. Como lo dice el Evangelios de Lucas, Él a menudo “se apartaba a lugares desiertos y oraba” (5,16).


A diferencia de los líderes religiosos de su día, no oraba para ser visto por los hombres. Oraba porque disfrutaba del compañerismo con su Padre.


Los hipócritas logran su recompensa a través de las oraciones en público. Seguramente cuando están orando las personas los consideran verdaderos gigantes espirituales, pero cuando terminan de orar, han recibido todo lo que su oración produjo, y nada más.

Empapados en prácticas religiosas, estos hipócritas diezmaban, ayunaban y recorrían “tierra y mar” para ganar conversos. Y hasta oraban. ¡Y cómo oraban! Oraban públicamente en las sinagogas y en las esquinas de las calles. Incluso usaban pequeños estuches en sus frentes que contenían sus oraciones favoritas. Pero la motivación de ellos no era estrechar sus vínculos con Dios, sino ser vistos por los hombres. Estos, dijo Jesús: “ya han recibido su pago”.

Entonces, desconecta el teléfono, apártate de todo y de todos  y prepárate para que llegue el Señor… No hagas planes para tu oración… Desea tener un encuentro a solas con quien mas te ama… Invoca al Espíritu Santo para que te guie a su presencia…

Ten tu Biblia a mano y una suave y dulce melodía sonando…


El llegara... lo desea mas que tu...

jueves, 29 de noviembre de 2012

La invitación es llegar hasta el final, hasta el lugar santísimo, hasta la cumbre del monte.

 
 


 
 
¿Estamos dispuestos a llegar hasta el final?

 

 
Quiero compartirles algo mas que meras palabras, sino una fuerte inquietud que el Señor esta poniendo en mi vida. El tema se refiere a lo siguiente: Necesitamos dejar de lado los valores y las reglas cristianas como ejes de nuestras vidas, para priorizar la adoración, abocarnos de lleno a entablar una relación seria, profunda y duradera con nuestro Dios.
 
Se puede pensar que en el párrafo anterior hay un error evidente, pues como es que se dice abiertamente que dejemos los valores cristianos. Bien, es que necesitamos completar la idea para que pueda entenderse; mediante una relación de amor con nuestro Dios, las reglas y los valores se derriten ante el fuego de esa pasión desbordante y son transformadas. Las reglas y los valores son cambiados simplemente en acciones que efectuamos al solo efecto de agradar a Dios. Vienen a nuestra mente en este instante las conmovedoras palabras del apóstol Pablo diciendo: "... por amor a mi Señor lo he perdido todo, solo deseo ganar el amor de mi Cristo" (paráfrasis). Palabras que sin dudar nos deben llevar a una profunda reflexión acerca de nuestras prioridades en la vida y el estado de nuestra relación con Dios.
 
El Señor inspiró al salmista David a formular unas preguntas de una trascendencia vital para su vida y por consiguiente para la nuestra. El Salmo 15,1 dice: "¿Quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?.
 
Estas dos preguntas no solo nos llevan a conocer las condiciones para estar en la presencia de Dios sino también nos dirigen hacia el sitio de encuentro con Dios, el lugar de la plenitud. Sin lugar a dudas es este el lugar al cual El no quiere ya que le visitemos esporádicamente sino como bien dice el salmista desea que hagamos del mismo una habitación o morada.
 
El Tabernáculo es la figura que revela la sombra del Cristo que habría de venir y las condiciones o el orden dado por Dios para llegar a la comunión total con El. El Tabernáculo era un lugar de transformación y preparación para el sacerdote que se disponía a penetrar al lugar santísimo. Hace 2000 años el velo del lugar santísimo fue abierto y el sacerdocio santo fue conferido a todos aquellos que se pusieran bajo la cobertura de la cruz. Pero esto de ninguna manera nos exime de pasar por el altar del sacrificio, poniéndonos sobre el, (Ro. 12,1; Lv.1,9), limpiarnos en la fuente de bronce, hecha con los espejos de las mujeres, símbolo inequívoco del lavamiento ante el espejo de la Palabra de Dios, (Ex.38,8; 2 Co.3,18). Estoy profundamente conmovido al compartir estas verdades que seguramente ustedes, ya han conocido pero siento que son necesarias para elevarnos a un mayor nivel de revelación y madurez espiritual.
 
Continuando con esta descripción revelada del Tabernáculo, a la entrada nos encontramos con la mesa de los panes de la proposición, que nos enseña a sentarnos a la mesa y comer cada día del Pan de Vida que es Jesucristo (Ex,25:30; Jn.6,35). Un poco más allá se encuentra el candelero de oro, al cual el sacerdote debía reponer el aceite día a día y limpiar los restos de impureza que el sacerdote debía cubrir y sacar fuera de la tienda. Aquí nos habla a gritos de estar llenos del aceite fresco del Espíritu Santo, pues solo así nuestras lámparas tendrán autonomía para alumbrar sin usar un fuego prestado (Nm.8,4; Mt.5,15).
 
Por ultimo dentro del lugar santo se encontraba el altar de bronce, el lugar del quebrantamiento y la humillación, del arrepentimiento genuino que nos llevan a una sincera adoración en espíritu y en verdad, (Ex.40,26-27; Jn.4,24). Pero todavía en el orden expresado por Dios para manifestar su presencia, el sacerdote aun no ha llegado hasta el final, el lugar donde se acaban las palabras y donde el Señor se revela en toda su magnificencia: El lugar Santísimo, el sitio donde la Shekiná, la presencia de Dios, su gloria revelada toma lugar y control de todo y de todos. La invitación esta planteada por nuestro Señor y el desafío es llegar hasta el final.
 
Este es el lugar del avivamiento, el lugar donde el fuego de Dios arde y la pasión nos consume de amor hasta los huesos, es el sitio del éxtasis, (donde nuestra percepción natural se remite a la mínima expresión, y nuestro ser espiritual es totalmente receptivo a la obra del Espíritu Santo). (Ex.40 ,34-35; Mt.27,51; Hch.22:17). El profeta Jeremías ante la aparición de pseudoprofetas formuló proféticamente una de las preguntas mas impactantes de la Biblia, a mi entender lógicamente: "Porque ¿quién estuvo en el secreto de Yahvé, y vio y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó? (Jeremías 23:18)
 
         Huelgan las palabras ante tamaña pregunta y la respuesta que sin dudas amerita, ¿no les parece?
 
Pero la segunda parte del verso 1 del Salmo 15 también nos desafía a subir al monte, no tan solo para tener una experiencia pasajera sino a morar allí. El monte era el lugar alto donde Dios se manifestaba y daba las directivas a su pueblo (Ex.19,20-21) . En ese lugar Yahvé dejaba las huellas y la visión (dirección) en las personas que marcarían la diferencia con el resto del pueblo. Recordemos a Moisés bajando del monte Sinaí mientras su rostro resplandecía sembrando el terror y el desconcierto entre el pueblo que prefirió quedarse en la base de la montaña y esperar a que Moisés bajara y les revelara la voluntad de Dios. Otro profeta de Dios llamado Hageo, ordena al pueblo que se había desviado de la visión original de Dios a subir al monte y traer madera,(Hag.1.8) pues solo en el monte de Dios es donde se restablece la visión y la dirección de Dios para nuestros ministerios.
 
Para concluir, simplemente deseo participarles de una invitación que se mantiene inalterable: "HABITAR EN SU TABERNACULO, MORAR EN SU MONTE SANTO"
 
La invitación es llegar hasta el final, hasta el lugar santísimo, hasta la cumbre del monte. Y esto cada vez que a solas o como comunidad, alabando y adorando entramos en su presencia...
 
¿Hasta donde estamos dispuestos a llegar? Estamos viviendo un tiempo crucial en la historia de la humanidad, y la iglesia necesita recuperar su protagonismo, como cabeza sobre todas las cosas. Esto solo lo lograremos llegando a los secretos de Dios, al lugar santísimo, a la cumbre del monte santo, es allí donde El nos espera ansiosamente.
 
ESTE ES HOY NUESTRO DESAFIO...
 
Padre Miguel.