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lunes, 7 de enero de 2013

BAUTISMO DE JESUS


 

"Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy"

 

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.

 

Iª Lectura: Isaías (42,1-4.6-7): Te he hecho luz de las naciones

 

I.1. De las lecturas de la liturgia de hoy, debemos resaltar que el texto profético, con el que comienza una segunda parte del libro de Isaías (40), cuya predicación pertenece a un gran profeta que no nos quiso legar su nombre, y que se le conoce como discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo Isaías), es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia, que después se propuso como símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros cristianos acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de Nazaret, que recibe en el bautismo su unción profética.

 

I.2. Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42, 1-7) nos presenta a ese personaje misterioso del que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C.) como el mediador de una Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje histórico que motivó este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia. Pero la tradición cristiana primitiva ha sabido identificar a aquél que puede ser el mediador de una nueva Alianza de Dios con los hombres y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.

 

IIª Lectura: Tito (2,11ss): la maravilla de la "gracia de Dios"

 

II.1. La lectura tomada de la carta a Tito es verdaderamente magistral y en ella se habla de la “gracia de Dios” como salvación de todos los hombres. Dios es nuestro Salvador, que ha manifestado su bondad y su ternura con los pecadores. Esta lectura pretende ser, en la liturgia de este domingo, como la forma práctica de entender qué es lo que supone el bautismo cristiano: un modo de entroncarnos en el proyecto salvífico de Dios; un acto para acogernos a la misericordia divina en nuestra existencia; un símbolo para expresar un proyecto de vida que se fundamenta en una vida justa y religiosa y no en la impiedad mundana; una opción por la salvación que viene de Dios, como gracia, como regalo, y no por nuestros méritos.

 

II.2. La teología de la gracia que se nos propone en esta segunda lectura de la fiesta del Bautismo de Jesús, pues, marca expresamente la dimensión que llama al hombre a la vida y a la felicidad verdadera. Quien se adhiere a la Palabra de Dios toma verdadera conciencia de ser su hijo. Si no somos capaces de vivir bajo esa conciencia de ser hijos de Dios, estamos expuestos a vivir sin identidad en nuestra existencia.

 

Evangelio. Lucas (3,15-16;21-22): Bautismo: ponerse en las manos de Dios

 

III.1. La escena del Bautismo de Jesús, en los relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del Bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que él no es un pecador más que viene a hacer penitencia; Es el Hijo Eterno de Dios, que como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el “señor” de nuestra vida.

 

III.2. Es eso lo que se quiere significar en esta escena del Bautismo del evangelio de Lucas, donde el Espíritu de Dios se promete a todos los que escuchan. Juan el Bautista tiene que deshacer falsas esperanzas del pueblo que le sigue. El no es el Mesías, sino el precursor del que trae un bautismo en el Espíritu: una presencia nueva de Dios. Lucas es el evangelista que cuida con más esmero los detalles de la humanidad de Jesús en este relato del bautismo en el Jordán, precisamente porque es el evangelista que ha sabido describir mejor que nadie todo aquello que se refiere a la Encarnación y a la Navidad.  No se duda en absoluto de la historicidad del bautismo de Jesús por parte de Juan, pero también es verdad que esto, salvo el valor histórico, no le trae nada a Jesús, porque es un bautismo de penitencia.

 

III.3. Jesús sale del agua y “hace oración”. En la Biblia, la oración es el modo de comunicación verdadera con Dios. Jesús, que es el Hijo de Dios, y así se va a revelar inmediatamente, hace oración como hombre, porque es la forma de expresar su necesidad humana y su solidaridad con los que le rodean. No se distancia de los pecadores, ni de los que tensan su vida en la búsqueda de la verdadera felicidad. Por eso mismo, a pesar de que se ha dicho muy frecuentemente que el bautismo es la manifestación de la divinidad de Jesús, en realidad, en todo su conjunto, es la manifestación de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Diríamos que para Lucas, con una segunda intención, el verdadero bautismo de Jesús no es el de Juan, donde no hay diálogo ni nada. Incluso el acto de “sumergirse” como acción penitencial en el agua del Jordán pasa a segundo término. Es la oración de Jesús la que logra poner esta escena a la altura de la teología cristiana que quiere Lucas.

 

III.4. El bautismo de Jesús, en Lucas, tiene unas resonancias más proféticas. Hace oración porque al salir del agua (esto se ha de tener muy en cuenta), y estando en oración, desciende el Espíritu sobre él. Porque es el Espíritu, como a los verdaderos profetas, el que cambia el rumbo de la vida de Jesús, no el bautismo de penitencia de Juan. Lucas no ha necesitado poner el diálogo entre Juan y Jesús, como en Mt 3,13-17, en que se muestra la sorpresa del Bautista. Las cosas ocurren más sencillamente en el texto de Lucas: porque el verdadero bautismo de Jesús es en el Espíritu para ser profeta del Reino de Dios; esta es su llamada, su unción y todo aquello que marca una diferencia con el mundo a superar del AT. Se ha señalado, con razón, y cualquiera lo puede leer en el texto, que la manifestación celeste del Espíritu Santo y la voz que “se oye” no están en relación con el bautismo, que ya ha ocurrido, sino con la plegaria que logra la revelación de la identidad de Jesús. El Hijo de Dios, como los profetas, por haber sido del pueblo y vivir en el pueblo, necesita el Espíritu como “bautismo” para ser profeta del Reino que ha de anunciar

 

"Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy"

 

•Los elementos originales de la escena

 

Lo que nos recuerda la fiesta de hoy no es una escena colorista o una anécdota ni una moda o un rito lejano y tradicional, sino que al comienzo de la vida pública de Jesús sucedió algo significativo en orden a la proclamación del evangelio. La escena del bautismo presenta a un Jesús adulto, que había crecido en edad, gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres. Había llegado el momento de tomar posiciones ante la vida. Con ello se quiere indicar que aquí Jesús pasa a ser un hecho clave en la historia de la salvación: en Oriente se convirtió en fecha bautismal, pues unen el bautismo a la epifanía.

 

La antigua representación de la escena es una composición sencilla en que sólo aparecen las dos figuras de Jesús y Juan. El bautismo de Juan era una inmersión en el Jordán, era un baño completo del cuerpo, no una aspersión. Es preciso recordar que palabra bautismo, en uso en las lenguas occidentales, deriva del vocablo griego baptizo, que significa sumergir, zambullir, bautizar. Además de describir el rito tal como se realizaba en la antigüedad, esta palabra indica la identidad propia del bautismo como inmersión o introducción en una nueva dimensión. Juan llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. En el marco solemne de un bautismo colectivo Jesús es presentado ante los pueblos: Una voz vino del cielo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy (Lc 3, 22). Lucas lo presenta entronizado en el bautismo para establecer el reino de Dios en el mundo. Lo que cuenta es que es "el Hijo predilecto", que puede conectar con todos.

 

Para comprender el significado del bautismo será básico el elemento natural del agua.

 

En la inmersión en las aguas de la piscina bautismal se ha visto desde antiguo una participación en la muerte de Cristo y en la posterior emersión la participación en la resurrección del Señor. El simbolismo del acto central del bautismo hace referencia directa al misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo.La fe de la Iglesia ha creído, desde los orígenes, que en la celebración bautismal se actualiza el misterio pascual, de suerte que los bautizados unen su existencia con la de Cristo en una muerte como la suya y son resucitados juntamente con Él. El sacramento introduce al creyente en la dinámica redentora del acontecimiento pascual

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• El bautismo, el acontecimiento más determinante de nuestra fe

 

 

En diversos pueblos y culturas se celebraba con ritos peculiares el acontecimiento del ingreso o pertenencia de nuevos miembros a los grupos sociales o religiosos. Era una forma de mostrar la satisfacción que produce todo nuevo nacimiento. Las abluciones y los baños eran en aquella mentalidad los medios más expresivos para obtener la purificación de todo mal ante Dios. Una práctica habitual eran los baños lustrales, que purificaban a las personas que los recibían. Estos ritos incorporan el simbolismo común del agua en orden a significar la vida y la muerte, la purificación y la regeneración, el comienzo de una vida nueva. Los simbolismos del agua, por tanto, estaban muy arraigados y eran muy conocidos en las antiguas religiones.

 

Por otra parte, la Iglesia primitiva practicó, describió e interpretó teológicamente el bautismo con tanta naturalidad, que en ningún lugar hay indicios de la más mínima prueba de que este sacramento fuera discutido. En los mismos evangelios aparecen los discípulos bautizando en seguida después de pascua, porque éste era el encargo que les había dado el mismo Resucitado (Mt. 28, 19 y de Mc. 16, 16). Estos dos pasajes reflejan que las más antiguas comunidades cristianas conocían la práctica de bautizar. Por eso, el bautismo se convierte en el momento fundamental y normativo de la existencia cristiana. El bautismo del Señor siempre ha sido reconocido como el fundamento y el mejor elogio de la importancia de nuestro bautismo, porque es el que da valor a nuestros bautismos.

 

En la Navidad y Epifanía celebramos un acontecimiento determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo. Los Padres hablaban del misterio de la Encarnación como de un encuentro maravilloso y un admirable intercambio salvífico entre dos seres que se buscan y que se enriquecen con la colaboración mutua. Es lo que los griegos llamaban la sinergia, es decir, que dos fuerzas que colaboran entre sí, como la gracia y la libertad, aumentan más su poder que aisladamente.

 

• Juan anuncia "al que está en medio de vosotros"

 

En la agitada atmósfera de aquel momento de la historia el pueblo judío estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías (Lc. 3, 15). Sus tiempos estaban cargados de presagios y mensajes de que algo grande iba a ocurrir, tal como lo habían anunciado los profetas. El Bautista no se identificaba ni con los custodios de la ley ni con los responsables del templo. No vale el privilegio de pertenecer a un pueblo, pues Dios puede hacer hijos de Abran de las piedras. La salvación de Juan no dependía de títulos, sino de una vida real. Tampoco forma parte de esos grupos selectos, que esperaban un Mesías que se impusiera con la fuerza terrible del juicio de Dios, salvando a un reducto privilegiado. Juan rechaza la expectación política nacional, por eso pone su esperanza en un juicio escatológico de Dios, antes que en cualquier otro grupo, que devolverá a todos a la situación original de la creación. Con la imagen del juicio pide el retorno al principio de la historia bíblica. Volver a la situación original de la creación. El mensaje de Juan evoca la certeza de que este mundo (esta economía, esta política) no salvarán a los hombres. Por eso es necesario someterlo todo al juicio de Dios para que los grandes poderes reinantes de este mundo (dinero, violencia imperial ) no terminen destruyendo todo. Su misión y su mejor condición es ser signo de la presencia del Mesías.

 

 Juan pertenece todavía a la ley, en cambio Jesús es el evangelio. El evangelio tiene interés en dejar bien clara la superioridad de Jesús: sólo Cristo es imprescindible. El Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendían, sino que venía como "precursor", como amigo del esposo. Juan, como profeta, no se anuncia a sí mismo, sino al que viene que "ya está en medio de vosotros". En la tradición cristiana va desdibujándose cada vez más el carácter penitencial del bautismo de Juan y se va haciendo más fuerte la referencia al hecho salvador de Dios por Jesús y en Jesús. Por eso el evangelio es explícito en declarar que su bautismo no era más que un rito penitencial de agua, que señalaba más allá: será el bautismo de Jesús en el Espíritu. En estos relatos evangélicos el bautismo pasa a segundo término y todo tiene el sentido de la "unción profética por medio del Espíritu". La tradición siempre ha subrayado que no son los ritos bautismales los que salvan por si mismos, sino el agua purifica porque Cristo entró en ella. Jesús acepta este rito, pero lo complementa porque el Espíritu que le garantiza su misión profética más personal.
 
 
 
AL ESTAR EN LA NUEVAALIANZA
EL BAUTISMO AHORA NOS TRANSFORMA
EN HIJOS Y TESTIGOS DEL SEÑOR
 
CUADO FUE EL TUYO
PORQUE ESE FUE EL DIA
EN QUE RECIBISTE VIDA ETERNA
 
MIL BENDICIONES
Y COMO CANTAMOS EN LA MISA
QUE REVIVAMOS LA ALEGRIA DEL BAUTISMO
P. MIGUEL

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