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lunes, 6 de mayo de 2013

PERDONAR









 

EFECTOS DE LA ADORACIÓN  (11)

Capacidad para perdonar

 

 1. Reflexión

 

     El perdón es una manifestación activa del amor, por lo que el perdón se dispensará en la medida en que esté respaldado por un amor que sobreabunde en relación con la ofensa que haya que perdonar. Donde no hay amor, no hay cabida para el perdón; donde hay poco amor también hay poca capacidad para perdonar; y donde hay mucho amor, hay también mucha capacidad para el perdón. Hay personas que dicen que no pueden perdonar. ¿No sería mejor que dijeran que no pueden amar?

 

    Dios, que “es amor”  (Jn 4,8), perdona porque ama: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). Se puede afirmar que Dios es perdón en la misma medida en que es amor, y que perdona sin límites porque ama sin límites. El amor infinito de Dios es capaz de perdonar todos los pecados de todos los hombres, no porque nuestros pecados sean leves, sino porque su amor es siempre más grande. Demostración: “Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2,4-6),

 

     El Dios que nos ama y perdona pone a nuestro alcance su amor y la capacidad para perdonar: “Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo” (Jn 3,27). Por eso espera de nosotros que hagamos con los demás lo mismo que él hace con nosotros: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mt 6,12). Tener experiencia de haber sido perdonado por Dios es un buen punto de partida para perdonar a los hombres por varias razones:

v  Porque nos perdona libremente

v  Porque nos perdona sin ninguna contrapartida

v  Porque nos perdona a pesar de nuestras recaídas

v  Porque nos perdona al tiempo que nos hace partícipes de su amor.

 

     La experiencia de haber sido perdonados por Dios nos ayuda grandemente a postrarnos con agradecimiento y amor ante el Dios uno y trino que quiere además hacernos partícipes de su gloria permitiendo el acceso a su presencia. En realidad, la adoración es a la vez encuentro con la fuente del amor y del perdón:

v  Adoramos al Padre, que nos amó tanto que “no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros” (Rm 8,32)  a pesar de ser inocente y llevar cargas ajenas.

v  Adoramos a Jesucristo, que “murió por nuestros pecados” (1 Co 1,5,3) para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte que acarrea.

v  Y adoramos al Espíritu Santo, por quien “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros orazóns” (Rm 5,5) hasta el extremo de hacernos hijos de Dios y herederos de vida eterna.    

 

El perdón de Dios trata con la suciedad de nuestro orazón que se manifiesta en forma de  orazó, rechazo, venganza, odio, egoísmo...  Postrarnos ante el que nos ama y perdona sin medida, ¿cómo no va a sanear y transformar nuestro duro orazón y no nos va a capacitar para perdonar como somos perdonados?

 

2. Testimonios – Palabra profética

 

v  Es aquí donde yo identifico vuestra mente con la mía y hago de vuestro corazón uno solo con el mío. Vivid en santidad (J. B.)

v  Yo me entregué a la cruz por amor. También vosotros debéis hacerlo todo por amor  (J. B.)

v  El recinto de la adoración es un lugar santo, donde ninguna sombra de pecado tiene cabida. Antes de llegar aquí sois purificados y revestidos de mi santidad. Postraos ante mí en humildad y amor (J. B.).

 

1 comentario:



  1. La experiencia de haber sido perdonados por Dios nos ayuda grandemente a postrarnos con agradecimiento y amor ante el Dios uno y trino que quiere además hacernos partícipes de su gloria permitiendo el acceso a su presencia. En realidad, la adoración es a la vez encuentro con la fuente del amor y del perdón:


    v Adoramos al Padre, que nos amó tanto que “no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros” (Rm 8,32) a pesar de ser inocente y llevar cargas ajenas.


    v Adoramos a Jesucristo, que “murió por nuestros pecados” (1 Co 1,5,3) para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte que acarrea.


    v Y adoramos al Espíritu Santo, por quien “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros orazóns” (Rm 5,5) hasta el extremo de hacernos hijos de Dios y herederos de vida eterna.

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