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jueves, 11 de abril de 2013

ESCUCHAR

 
 
EL CAMINO DE LA ESCUCHA
 
“Escucha, pueblo mío, que doy testimonio contra ti: ¡Ojalá me escucharas, Israel!” (Sal 81,9)
 
    1. Reflexión
 
     La adoración no es posible sin escuchar la palabra de Dios, que es el modo normal de comunicarse Dios con el hombre. Al leerla, empezamos a acercarnos a ella; el paso siguiente, el más importante, es acogerla y guardarla en el corazón. Una vez hecho el silencio necesario, hemos de aprender a escuchar a Dios que nos habla a través de la Escritura e intentar por todos los medios que esas palabras de vida no caigan en saco roto. Para esto necesitamos seguir un proceso y no fallar en ninguno de sus pasos, ya que sería como romper un eslabón de la cadena. Dice el Señor a Israel: “Escucha los preceptos y las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos” (Dt 5,1). La verdadera escucha empieza con una actitud del corazón que desea recibir la palabra y está dispuesto a responder a ella en obediencia. Cuando no existe tal actitud, le estamos impidiendo a Dios que nos dé su palabra, ya que no tiene sentido que intente ponerla en nuestro corazón, cuando sabe que no estamos dispuestos a acogerla como se merece.
     La acogida es necesaria, pero no suficiente. La palabra de Dios no es algo para usar y tirar, sino para guardarla en el lugar apropiado, que es el corazón, porque es vida para quien la tiene:  “Atiende, hijo mío, a mis palabras, inclina tu oído a mis razones. No las apartes de tus ojos, guárdalas dentro de tu corazón. Porque son vida para los que las encuentran” (Pr 4,20-22). Después de esta afirmación ya se entiende el consejo que le sigue: “Y por encima de todo cuidado guarda tu corazón, porque de él  brotan las fuentes de la vida” (Pr 4,23).
     También es necesario protegerla de sus poderosos enemigos, que nos la quieren arrebatar, como nos enseña la parábola del sembrador y que son, como sabemos, el diablo, el mundo y la carne. El diablo se encarga de retirar la palabra que encuentra corazones cerrados, es decir, la semilla que cae en el camino; las seducciones del mundo tiran en sentido diferente a la palabra de Dios, porque sus criterios y estilos le son hostiles; y la carne, que “tiene apetencias contrarias al espíritu” (Ga 5,17), se opone también a la Palabra del Espíritu. El Señor dijo: “Los sembrados en terreno pedregoso...  en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben en seguida. Los sembrados entre abrojos son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto”  (Mc 4,16-19).
 
2. Palabra profética
 
¨       “Si obedecéis mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, os haré partícipes de mi Verdad, os haré libres y os quitaré las ataduras con que estáis atados al mundo. Mi Verdad os librará de la carne. Pero es preciso que obedezcáis mi Palabra en su totalidad. Mi Espíritu os quiere libres y ahora todavía estáis atados. No importa cuántas o cuán gruesas sean las cuerdas que os atan, os quiero totalmente libres. Aquí, a mis pies, os voy dando la libertad y os voy instruyendo en mi Palabra”.
¨       Visión de un padre que levantaba a su hijo pequeño hasta tocar la carita con la suya. Palabra: “Así hago yo con vosotros cuando os postráis en adoración delante de mí. Os atraigo hasta mi corazón; os acerco a mi rostro y os alimento con mi Amor. Mi corazón no puede prescindir de la ternura por vosotros y, aunque seguís siendo pecadores y rebeldes, por medio de la adoración cautiváis mi corazón y hacéis que me olvide de vuestro pecado”.
¨       “Por medio de la adoración, me dais mucha gloria. Cuando os veo postrados ante mi Hijo, mi corazón se estremece de amor hacia vosotros. Estad atentos a mi Espíritu y haced lo que él os diga”.
 


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