EL CAMINO DE LA
ORACION
Según Santa Teresa de
Jesús
1. La oración: camino de amistad con Dios
Han habido variadas definiciones de Oración a lo largo de la
historia. Santa Teresa de Jesús nos dejó una: "No es otra cosa oración
mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama".
La Oración, entonces, es tratar como un Amigo a Aquél que
nos ama. Y "tratar de amistad" y "tratar a solas" implica
buscar estar a solas con Aquél que "sabemos nos ama".
rostro de Cristo
Y a Dios le agrada estar con el hombre -como el amigo se
goza en el amigo y un padre con su hijo. Dios siempre se agrada cuando el
orante decide "estar a solas con El", orando, tratando con el Amigo.
La Oración, como la amistad, es un camino que comienza un
día y va en progreso. El orante comienza a tratar al Amigo que le ha amado
desde toda la eternidad, y así empieza a conocerle, a amarle, a entregarse a
El, en una relación que sabe no finalizará, pues en la otra vida será un trato
"cara a cara" y en felicidad infinita y perpetua.
2. La oración: camino de interiorización
"Tratar a solas" es indicativo de búsqueda de
soledad y de silencio, para poder estar con el Amigo. "Acostumbrarse a la
soledad es gran cosa para la oración", dice la Santa. Y a los
principiantes dirá: "... han de menester irse acostumbrando a ... estar en
soledad". Y, apoyándose en el Evangelio nos recuerda: "Ya sabéis que
enseña Su Majestad que sea a solas, que así lo hacía El siempre que
oraba".
La soledad/silencio debe verse como tiempos en los que el
alma, sola y a solas, se vuelve a su Dios. Así, la soledad/silencio no es
ausencia, sino presencia del Amigo.
En la soledad/silencio podemos captar la voz de Dios y las
inspiraciones de Su Santo Espíritu. Orar no es tanto hablar nosotros a Dios,
sino guardar silencio ante El: abrirle la puerta para que El se comunique a nosotros
desde nuestro interior.
La Oración nos exige momentos específicos en el día para
estar a solas con El que sabemos nos ama. Y tan importante es esto, que Teresa
de Jesús presenta la búsqueda de soledad como prueba de la autenticidad de la
Oración, al decirnos que la Oración acrecienta el deseo de soledad: "Desea
ratos de soledad para gozar más de aquel bien".
Al estar a solas y en silencio, la persona va
interiorizándose, o sea, va uniéndose a Dios que está en su interior.
Santa Teresa
Santa Teresa describe ese camino de interiori-zación en su
obra "Las Moradas" o "Castillo Interior", y en ella compara
al alma con un castillo que tiene muchos aposentos o Moradas,
"y en el centro
y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de
mucho secreto entre Dios y el alma".
Las Moradas son siete, equivalentes a siete diferentes
niveles de interiorización, desde donde nos relacionamos con Dios. (Ver
"Etapas o niveles en la vida de oración contemplativa" y APENDICE
"Tres etapas en la Vida Contemplativa").
3. La oración: camino de purificación
Santa Teresa nos dice que "Dios no se da a Sí del todo,
hasta que no nos damos del todo". Así que si queremos que el Señor se
apodere de nosotros con la Oración de Quietud y de Unión, debemos darnos por
entero a El.
Y en esta donación total, nuestro peor enemigo es nuestro
"yo". Dice la Santa que "no hay peor ladrón" que
"nosotros mismos". Se refiere a las tendencias egoístas que tenemos
que combatir, pues impiden nuestra libertad espiritual. El amar la voluntad
propia antes que la de Dios nos carga de "tierra y plomo".
No siempre se tratará del deseo de cosas ilícitas; puede
tratarse de cosas buenas, pero que están conforme a nuestra voluntad, a nuestro
criterio. Hay que mirar por encima de nuestros conceptos humanos, por buenos
que puedan parecer, y atender a la Voluntad de Dios antes que a la nuestra,
porque dice el Señor: "Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos
no son Mis Caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, Mis Caminos son
más altos que los vuestros; Mis Planes que vuestros planes" (Is. 55, 8-9).
También nos recuerda Teresa de Jesús que el "Venga a
nosotros Tu Reino" (donación de Dios al alma) va, en el Padre Nuestro,
junto al "Hágase Tu Voluntad" (donación del alma a Dios). Y nuestra
donación a Dios es siempre una donación dolorosa, pues en ella Dios va
purificando a la persona de apegos y afectos desordenados. Esta purificación a
veces hace llorar el alma y sangrar el corazón, pero termina por dejarnos
completamente libres para Dios.
El sufrimiento no hay que rechazarlo, pues cuando esto
hacemos la cruz se vuelve más pesada. Tampoco debe verse como un peso que hay
que aceptar necesariamente. En el sufrimiento hemos de reconocer la cruz que
Dios nos brinda para nuestra purificación y para nuestra unión con El.
Si el Señor nos envía algo de sufrir, según Santa Teresa,
eso es prenda de Su predilección. Jesús pasó por ese camino, siendo "Su
Hijo Amado" (Lc.4, 17). Por eso, cuando Dios trata a un alma como a Jesús,
es precisamente porque mucho la ama.
¿Parece locura, quizá masoquismo? Pero San Pablo nos
advierte: "A nivel humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de
Dios, le parece locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con
el criterio del Espíritu" (1ª Cor. 2, 12).
La actitud de Teresa de total entrega a la Voluntad de Dios,
no importa lo que Dios pida, no importa lo que Dios mande, viene mejor
expresada en este poema, del cual hemos extraído algunas estrofas:
Vuestra soy, para vos
nací,
¿Qué mandáis hacer de
mí?
Dadme riqueza o
pobreza,
Dad consuelo o
desconsuelo,
Dadme alegría o
tristeza,
Dadme infierno o
dadme cielo,
Vida dulce, sol sin
velo,
Que a todo digo que
sí.
¿Qué mandáis hacer de
mí?
Dadme, pues
sabiduría,
O por amor,
ignorancia,
Dadme años de
abundancia
o de hambre y
carestía;
Dad tiniebla o claro
día;
pues del todo me
rendí.
¿Qué mandáis hacer de
mí?
Dadme Calvario o
Tabor,
Desierto o tierra
abundosa,
Sea Job en el dolor,
O Juan que al pecho
reposa;
Sea la viña fructuosa
O estéril, si cumple
así.
¿Qué mandáis hacer de
mí?
Si queréis, dadme
oración,
Si no, dadme
sequedad,
Si abundancia y
devoción,
Y si no, esterilidad.
Soberana Majestad,
Sólo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de
mí?
Vuestra soy, para vos
nací,
¿Qué mandáis hacer de
mí?
4. La oración: camino de transformación
La Oración es transformante: si no cambia nuestra forma de
ser, nuestro modo de vivir, nuestros valores, no está siendo provechosa, pues
ORAR ES CAMBIAR DE VIDA.
El camino de Oración va siendo trazado por una secuencia de
acciones que Dios va realizando en la persona que Lo busca sinceramente. La
total entrega a Dios, la total identificación de la persona con Dios, no puede
ser fruto sólo de nuestro esfuerzo personal, pues excede nuestra capacidad. Es
fruto de la acción de Dios en el alma que se deja guiar por El, por el camino
estrecho de la purificación interior, que lleva a la transformación de la
persona en el modelo que es Cristo.
Sin embargo, Teresa de Jesús nos dice que es esencial la
práctica de la virtud, pues es imposible ser contemplativo sin tener virtudes y
que "es menester no sólo orar, porque si no procuráis virtudes, os
quedaréis enanas".
Aunque Dios ha infundido en nosotros las virtudes en el
Bautismo, sin mérito nuestro, no las hace crecer sin nuestra colaboración,
siempre con la ayuda de Su Gracia.
Al practicar las virtudes, facilitamos la acción de Dios en
nosotros y el alma se hace más apta para sentir y seguir las mociones del
Espíritu Santo.
Tan importante es para Santa Teresa el crecimiento de las
virtudes, que ha llegado a decir: "Yo no desearía otra oración, sino la
que me hiciese crecer las virtudes". Y también: "Si (la oración) es
con grandes tentaciones y sequedades y tribulaciones, y esto me dejase más
humilde, esto tendría por buena oración".
La mejor oración, entonces, será la que más cambie nuestra
vida, la que más nos lleva a imitar a Cristo, la que más no haga crecer en los
"frutos del Espíritu", que refiere San Pablo en su carta a los
Gálatas (5, 22).
5. La oración: camino de paz
Una persona totalmente entregada a la Voluntad de Dios, no
puede sino vivir en paz, que es uno de los frutos del Espíritu.
No importa cuál sea la situación, propia o de nuestros hijos
o familiares, si estamos entregados a Dios, si estamos en Sus Manos, estaremos
en paz.
La paz no se prueba estando fuera de la tormenta. La paz es,
ante todo, estar en serenidad en medio de la tormenta. Y la experiencia propia
y/o de otros nos muestra que vendrán ratos de tormenta. Pero si tenemos
confianza en el "Amigo que nunca falla", si nuestra voluntad es una
con la Suya, ¿qué podemos temer?
"Señor: Tu nos darás la paz, porque todas nuestras
empresas nos las realizas Tú" (Is.26, 12). San Pablo corrobora esto en su
"Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil.4, 13). Y Santa Teresa
sintetiza la Oración como Camino de Paz en su breve poema:
"Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios
basta".
6. La oración: camino de servicio al prójimo
Las gracias místicas, aún las más elevadas, no son un regalo
de Dios sólo para que el alma las disfrute, sino que son para fortalecerla,
hacerla generosa y animarla a servir a los demás.
Para ayudar en el servicio al prójimo, en algún momento en
la vida de oración, pueden comenzar a surgir en algunos orantes -como un
auxilio especialísimo del Señor- los CARISMAS O DONES CARISMATICOS, llamados
por los Místicos Gracias Extraordinarias, que son dados para utilidad de la
comunidad, pues su manifestación está dirigida hacia la edificación de la fe y
como auxilio a la evangelización y como un servicio a los demás, tal como lo
indica San Pablo:
“En cada uno el Espíritu revela su presencia con un don que
es también un servicio. A uno se le da hablar con sabiduría, por obra del
Espíritu. Otro comunica enseñanzas conformes con el mismo Espíritu. Otro recibe
el don de la fe, en que actúa el Espíritu. Otro recibe el don de hacer
curaciones, y es el mismo Espíritu. Otro hace milagros; otro es profeta; otro
conoce lo que viene del bueno o del mal espíritu; otro habla en lenguas, y otro
todavía interpreta lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y
único Espíritu, el cual reparte a cada uno según quiere” (1ª Cor. 12, 7).
Los Carismas son, pues, dones espirituales, gratuitamente
derramados, que no dependen del mérito ni de la santidad personal, ni tampoco
son necesarios para llegar a la santidad. Sin embargo, el ejercicio abnegado de
ellos de hecho produce progreso en la vida espiritual por ser actos de servicio
al prójimo.
En cuanto a los Carismas o Gracias Extraordinarias, hay que
tener muy presente otro consejo de San Pablo:
“No apaguen el Espíritu, no desprecien lo que dicen los
profetas. Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1a. Tes. 5, 19-21).
Y es así que mientras más se adelanta en la Oración, más
debe acudirse a las necesidades del prójimo. La Oración que adormece, que
ensimisma, no es genuina, pues la verdadera oración genera servicio a los
hermanos. Para saber qué clase de oración se tiene, debemos medir cómo es
nuestro compromiso con los demás, antes que apreciar cómo pasamos los ratos de
oración.
La vida de oración debe ser un balance entre María y Marta,
las hermanas de Lázaro (cfr. Lc. 10, 38-41), entre la vida contemplativa y la
activa. A las almas de oración sin obras reprende la Santa, sin dejar a un lado
su humor característico: "Cuando yo veo almas muy diligentes en entender
la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, ... porque no se
les vaya un poquito el gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco
entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está
todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y si ves una
enferma a quien puedes dar algún alivio ... te compadezcas de ella ... no tanto
por ella, como porque sabes que Tu Señor quiere aquello".
Pero nuestra acción apostólica debe estar enraizada en
Cristo, pues el apostolado no es labor humana, sino divina, a la cual prestamos
nuestra colaboración, sólo como humildes instrumentos. Por ello el
orante/apóstol debe sentir con Dios, debe poner su corazón en contacto con el
de Dios, para que una vez lleno con el Amor de Dios por los hombres, se derrame
en sus hermanos. Así, será el Amor de Dios y no el propio, imperfecto, el que
continúe ayudando, sirviendo, actuando en el mundo. De allí que nuestro
compromiso con los demás deba ser pasado por la oración, que si es genuina, es
sitio desde donde se ven verdades, para evitar estar revelándonos a nosotros
mismos, en vez de revelar a Aquél que es Todo Amor.
La Oración, así entendida, es presencia en los hombres y en
la historia, desde Dios.
¿QUÉ ES ADORAR A
DIOS?
Es reconocerlo como
nuestro Creador y
nuestro Dueño
Es reconocerme en
verdad
lo que soy:
hechura de Dios,
posesión de Dios.
Dios es mi Dueño.
Yo le pertenezco.
Adorar a Dios,
entonces,
es tomar conciencia
de nuestra
dependencia de El
y de la consecuencia
lógica
de esa dependencia:
entregarnos a El y a
su Voluntad.
Tú eres mi Creador,
yo tu creatura,
Tú mi Hacedor,
yo tu hechura,
Tú mi Dueño,
yo tu propiedad.
Aquí estoy
para hacer tu
Voluntad.
"ADORAR EN
ESPIRITU
Y EN VERDAD"
“Llega la hora, y ya estamos en ella, en que
los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del
Padre, tal como El mismo lo quiere.” (Jn. 4, 23-24).
Y … ¿qué es adorar al
Padre en espíritu y en verdad”? Es
reconocer en nuestro interior lo que somos de verdad: hechura de Dios, propiedad de Dios.
“Tú el Hacedor, y yo
la hechura” (Santa Catalina de Siena,
Diálogos: Gusté y ví).
¿Nos reconocemos
así? ¿Reconocemos a Dios como nuestro
Hacedor y, por tanto, nuestro Dueño?
¿Nos comportamos así … como creaturas? ¿O nos comportamos como dueños de
nosotros mismos para estar a tónica con el mundo del que no debemos formar
parte? “Ellos no son del mundo” (Jn. 17,
16)?
Podemos ser
adoradores en espíritu y en verdad en la medida en que realmente nos rindamos ante El. Rendirse ante El. Eso es adorar a Dios; eso es
a d o r a r l o.
Como los Reyes Magos
al estar frente al Niño Jesús (“Vieron al Niño con María y, postrados, le adoraron” (Mt. 2, 11).
Como los 24 ancianos
en la Liturgia Celestial que describe el Apocalipsis, que representan al pueblo
de Dios fiel (“Se arrodillan ante el que está sentado en el trono, adoran al
que vive por los siglos de los siglos y arrojan sus coronas delante del trono
”-Ap. 4, 10)
Debemos inclinarnos,
arrodillarnos, postrarnos ante El, pero no sólo con el gesto físico que debemos
hacer, sino verdaderamente en actitud de inferioridad absoluta ante Quien nos
posee, porque nos ha creado. En actitud
de quitarnos nuestras coronas de orgullo, de engreimiento, de independencia
ante Dios. Quitarnos el hábito de estar
continuamente tratando de disponerle a El.
Adorar a Dios,
entonces, es tomar conciencia de nuestra dependencia de El y de la consecuencia
lógica de esa dependencia: entregarnos a
El y a su Voluntad. No tener voluntad propia,
sino adherir nuestra voluntad a la Voluntad de Dios.
Tenemos libertad para
escoger, pero ser libres no es hacer lo que queramos. Ser libres es escoger libremente a Dios y su
Voluntad. Ser libres es ir descubriendo
la Voluntad de Dios en la oración.
Es la adoración al
Señor lo que nos hará libres, porque al
adorar estamos en la Verdad: nos
reconocemos creaturas, es decir, hechura de Dios, dependientes de El. Reconocemos que no nos valemos por nosotros
mismos (si cada latido de nuestro corazón depende de El, ¿de qué podemos
presumir?)
En la adoración nos
encontramos con Dios y nos reconocemos sus creaturas, dependientes de El,
nuestro Padre y Creador, nuestro principio y nuestro fin.
1. Aunque cuando comencé a escribir esto que aquí va fue con la contradicción que al principio digo [1], después de acabado me ha dado mucho contento y doy por bien empleado el trabajo, aunque confieso que ha sido harto poco.
ResponderEliminarConsiderando el mucho encerramiento y pocas cosas de entretenimiento que tenéis, mis hermanas, y no casas tan bastantes como conviene en algunos monasterios de los vuestros, me parece os será consuelo deleitaros en este castillo interior, pues sin licencia de las superioras podéis entrar y pasearos por él a cualquier hora.
2. Verdad es que no en todas las moradas podréis entrar por vuestras fuerzas, aunque os parezca las tenéis grandes, si no os mete el mismo Señor del castillo. Por eso os aviso, que ninguna fuerza pongáis, si hallareis resistencia alguna, porque le enojaréis de manera, que nunca os deje entrar en ellas [2].
Es muy amigo de humildad. Con teneros por tales que no merecéis aún entrar en las terceras, le ganaréis más presto la voluntad para llegar a las quintas; y de tal manera le podéis servir desde allí, continuando a ir muchas veces a ellas, que os meta en la misma morada que tiene para Sí, de donde no salgáis más, si no fuereis llamada de la priora cuya voluntad quiere tanto este gran Señor que cumpláis como la suya misma; y aunque mucho estéis fuera por su mandado, siempre cuando tornareis, os tendrá la puerta abierta.
Una vez mostradas a gozar de este castillo, en todas las cosas hallaréis descanso, aunque sean de mucho trabajo, con esperanza de tornar a él, y que no os lo puede quitar nadie.
3. Aunque no se trata de más de siete moradas, en cada una de éstas hay muchas: en lo bajo y alto y a los lados, con lindos jardines y fuentes y laberintos [3] y cosas tan deleitosas, que desearéis deshaceros en alabanzas del gran Dios, que lo crió a su imagen y semejanza [4].
Si algo hallareis bueno en la orden de daros noticia de él, creed verdaderamente que lo dijo Su Majestad por daros a vosotras contento, y lo malo que hallareis, es dicho de mí.
4. Por el gran deseo que tengo de ser alguna parte para ayudaros a servir a este mi Dios y Señor, os pido que en mi nombre, cada vez que leyereis aquí, alabéis mucho a Su Majestad y le pidáis el aumento de su Iglesia y luz para los luteranos; y para mí, que me perdone mis pecados y me saque del purgatorio, que allá estaré quizá, por la misericordia de Dios [5], cuando esto se os diere a leer si estuviere para que se vea, después de visto de letrados.
Y si algo estuviere en error, es por más no lo entender, y en todo me sujeto a lo que tiene la santa Iglesia Católica Romana, que en esto vivo y protesto y prometo vivir y morir [6].
Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito, amén, amén.
5. Acabóse esto de escribir en el monasterio de San José de Avila, año de 1577, víspera de San Andrés [7], para gloria de Dios, que vive y reina por siempre jamás, amén.