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lunes, 3 de junio de 2013

"Somos salvos para adorar a Dios. Todo lo que Cristo hizo en el pasado y todo lo que está haciendo ahora nos lleva a ese fin".

 
 


"En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.

 

Por encima de él había serafines…

 

Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Yavé de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.

 

Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios…

 

Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado" (Isaías 6.1-7).

 

Isaías tuvo una experiencia gloriosa y estremecedora en cuanto a la adoración. Esos momentos que él pasó en la presencia eterna de Dios transformaron su vida para siempre. Le hicieron ver el fin de sus propios recursos y el inicio de una vida nueva: una vida entregada por completo al servicio del Señor. Posiblemente nunca vayamos a pasar por esa clase de experiencia, con serafines volando sobre nosotros, pero sí podemos tener una experiencia íntima y transformadora con Dios.

 

Ese es el propósito de adorar a Dios: una vida transformada; una vida que deja de ser egocéntrica y pasa a ser cristocéntrica. De hecho, la verdadera adoración siempre va del que adora Al que se adora. Adoramos a Dios porque él es YO SOY; porque nos ha creado para adorar y porque es digno de nuestra adoración, alabanza y de nuestro amor. Sin éste último no puede haber adoración. No podemos adorarle si no le amamos.

 

En uno de sus libros A.W. Tozer dice: "Somos salvos para adorar a Dios. Todo lo que Cristo hizo en el pasado y todo lo que está haciendo ahora nos lleva a ese fin".

 

Nunca llegaremos a entender todo lo que tiene que ver con la naturaleza de Dios, pero ello no es razón para dejar de adorarle. Él promete acercarse a los que le buscan. Cristo dijo a la mujer samaritana: "La hora viene… " (S. Juan 4.23).

 

Así como Cristo quiso pasar por Samaria para encontrarse con esta mujer, así él quiere encontrarse con nosotros. Y la verdad es que antes que le aceptáramos como Salvador, ya él nos había aceptado como hijos amados. En S. Juan 15.16 dice: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…". Es Dios quien nos atrae a él, y lo hace no por obligación, sino por su amor incondicional hacia nosotros.

 

Conforme nos acercamos a Dios en adoración, él nos revela más de sí, de las riquezas de su amor y de todo lo que él es. En el libro Celebremos la disciplina, el autor, Richard foster, dice: "Dios espera que todo nuestro ser tome parte en la adoración. Tanto el cuerpo como el alma y el espíritu deben ser puestos sobre el altar para adoración".

 

A.W. Tozer hace hincapié en lo mismo: "La adoración debe incluir todo. Con esto quiero decir que toda nuestra vida tiene que adorar a Dios. Para que la adoración sea perfecta todo nuestro ser tiene que adorar a Dios. La fe, el amor, la obediencia, la lealtad, la vida ejemplar… todas esas cosas deben ser consideradas holocaustos y presentarlas al Señor. Si en mí hay algo que no adora a Dios, entonces no hay nada en mí que adora perfectamente a Dios".

 

El mundo en que vivimos no nos pinta la realidad como es. Sólo cuando estamos adorando es que nos damos cuenta de la realidad de las cosas. Y esto es así porque Dios es parte de la realidad; no es tanto lo que oímos y sentimos del mundo alrededor de nosotros, sino que lo que Dios nos enseña es la verdadera realidad. Los lugares y las horas de adoración nos abren la puerta al lugar santo de Dios que está oculto en el corazón de todo creyente.

 

La adoración también nos hace encarar la verdad acerca de nuestra vida. Cuando Isaías se vio ante la presencia del Dios santo, su primera preocupación fue la pecaminosidad de su vida. La evidencia de una verdadera adoración se ve en la confesión de nuestro pecado y de nuestra desobediencia.

 

Dios ha hecho posible que recibamos limpieza eterna. El Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, siempre está delante del trono de Dios declarando que somos inocentes, porque nos hemos identificado con su muerte y resurrección (Hebreos 6.19-20).

 

La adoración, como disciplina, es la manifestación de la naturaleza de la vida cristiana. La adoración es aliento y vida para el creyente. Isaías recibió la visión cuando estaba en el templo; en cambio, nosotros ahora somos templo del Dios viviente. Cuando adoremos, que el amor de Cristo sea lo que nos mueva a hacerlo. Él adoró a Dios con toda su vida, y nosotros hemos sido llamados a seguir su ejemplo.

3 comentarios:

  1. La adoración, como disciplina, es la manifestación de la naturaleza de la vida cristiana. La adoración es aliento y vida para el creyente. Isaías recibió la visión cuando estaba en el templo; en cambio, nosotros ahora somos templo del Dios viviente. Cuando adoremos, que el amor de Cristo sea lo que nos mueva a hacerlo. Él adoró a Dios con toda su vida, y nosotros hemos sido llamados a seguir su ejemplo.

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  2. El mundo en que vivimos no nos pinta la realidad como es. Sólo cuando estamos adorando es que nos damos cuenta de la realidad de las cosas. Y esto es así porque Dios es parte de la realidad; no es tanto lo que oímos y sentimos del mundo alrededor de nosotros, sino que lo que Dios nos enseña es la verdadera realidad. Los lugares y las horas de adoración nos abren la puerta al lugar santo de Dios que está oculto en el corazón de todo creyente.





    La adoración también nos hace encarar la verdad acerca de nuestra vida. Cuando Isaías se vio ante la presencia del Dios santo, su primera preocupación fue la pecaminosidad de su vida. La evidencia de una verdadera adoración se ve en la confesión de nuestro pecado y de nuestra desobediencia.

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  3. Ese es el propósito de adorar a Dios: una vida transformada; una vida que deja de ser egocéntrica y pasa a ser cristocéntrica. De hecho, la verdadera adoración siempre va del que adora Al que se adora. Adoramos a Dios porque él es YO SOY; porque nos ha creado para adorar y porque es digno de nuestra adoración, alabanza y de nuestro amor. Sin éste último no puede haber adoración. No podemos adorarle si no le amamos.

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