«Allí donde está tu tesoro, allí está tu corazón».(Mt. 6, 19-23)
¿Dónde está el corazón del amante? En la cosa que ama: por
consiguiente, allí donde está nuestro amor, allí es donde nuestro corazón
permanece cautivo. No puede salir de allí, no puede elevarse más alto, no puede
ir ni a derecha ni a izquierda; vedle parado. Allí donde está el tesoro del
avaro, allí tiene su corazón; allí donde está nuestro corazón, éste es nuestro
tesoro.
¡Y qué! Una nonada, una imaginación, una palabra seca que
alguien nos ha dicho, una falta de acogida gratuita, un pequeño rechazo, el solo
pensamiento de que alguien no cuenta con nosotros…¡todo esto nos hiere y nos
indispone hasta el punto de no poder curar! El amor propio ataca a estas
heridas imaginarias, no sabemos salir de ellas, estamos siempre metidos en
ellas y ¿por qué? Porque estamos cautivos de esta pasión. ¿Qué es lo que nos
hace cautivos? ¿Estamos en «la libertad de los hijos de Dios»? (Rm 8,21) ¿O
estamos atados a los bienes, a las comodidades, a los honores?
Oh Salvador, nos has
abierto la puerta de la libertad, enséñanos a encontrarla. Haznos conocer la
importancia de esta sinceridad, haz que recurramos a ti para llegar a ella. Ilumínanos,
mi Salvador, para ver a qué cosas estamos atados, e introdúcenos, por favor en
la libertad de los hijos de Dios.
Oh Salvador, nos has abierto la puerta de la libertad, enséñanos a encontrarla. Haznos conocer la importancia de esta sinceridad, haz que recurramos a ti para llegar a ella. Ilumínanos, mi Salvador, para ver a qué cosas estamos atados, e introdúcenos, por favor en la libertad de los hijos de Dios.
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