EFECTOS DE LA ADORACIÓN
Conocimiento de la cruz
1.Reflexión
La vida del cristiano es, por definición,
una vida en Cristo. Por el bautismo somos injertados en él, y ya no podemos
existir como cristianos más que siendo y haciéndonos uno con él. Es aquello que
San Pablo dice con palabras tan estremecedoras como éstas: “Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien
vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo
de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,19-20).
Por la misma razón, el verdadero cristiano
no puede llevar una doble vida, sino que tiene que prescindir de lo que no
puede ser asumido por Cristo y limitarse a vivir el nuevo estilo de vida
dirigido por el también nuevo principio de vida, que es el Espíritu Santo. Y
este principio alcanza toda la persona. Por eso: “los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones
y sus apetencias” (Ga 5,24). O como dice también Pablo en la carta a los
Romanos: “Nuestro hombre viejo fue
crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y
cesáramos de ser esclavos del pecado” (Rm 6,6).
Participar de la vida de Cristo implica
participar de todo lo que tenga que ver con él, por lo que la cruz no puede
quedar olivada ni marginada, aunque a veces nos intentemos hacerlo. Al
contrario, la cruz tiene un lugar central en la vida y la obra de Jesús y, en
consecuencia, debe ocuparlo también en la vida y la obra del discípulo. Como
hacía saber San Pablo a los Gálatas: “Dios
me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la
cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo”
(Ga 6,14)
La presencia de la cruz tiene que ver con la
experiencia del cristiano, pero también con la palabra. Vivir en Cristo el misterio de la cruz es
algo personal, una participación en ella desde nuestra relación vital con
Cristo; pero el misterio de la cruz, junto con la resurrección, constituyen el
centro del mensaje cristiano para el mundo, que necesita conocer la gran
noticia de que Jesucristo: “Canceló la
nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus
cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz” (Col 2,14),
sabiendo que siempre habrá quien la rechace, pero también quien la acepte,
porque “la predicación de la cruz es una
necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros -
es fuerza de Dios” (1 Co 1,18).
El verdadero adorador no puede desentenderse
de la cruz, si está viviendo como buen discípulo, porque ella forma parte de su
experiencia cristiana. Él conoce de cerca al Crucificado y adora al Crucificado
en el misterio doloroso de la redención, lo mismo que lo adora en su
resurrección y exaltación a los cielos. El misterio de amor de la cruz le
impulsa a postrar su ser entero ante su Señor crucificado y derramar ante él su
corazón (Sal 62,9). Y lo mismo que hizo con sus discípulos antes de la pasión
(Jn 12,23-32), el Señor suele hacer del encuentro un tiempo de confidencia para
hablar a los adoradores de su dolor por el pecado de los hombres, y en especial
por el pecado de infidelidad de muchos de los suyos, de la necesidad de aceptar
la cruz y llevarla con él, o de la necesidad de intercesión a favor de los
hombres. En esos tiempos de intimidad nos da a conocer el misterio de la cruz
como salvación, redención, poder, amor y victoria sobre el mal.
Palabra profética - Testimonios
Durante la
adoración: visión de un grupo de adoradores que caminan hacia el trono del
Señor para adorarle. A medida que avanzan entre una multitud de ángeles, éstos
les van abriendo paso y los conducen
hasta el Señor, que está ocupando su trono. El Señor les mira con una ternura
infinita y les dice estas palabras: Éste es el lugar que yo os tengo reservado,
pero es preciso que antes paséis por la cruz y me adoréis en la cruz. En la
adoración recibiréis la fuerza que necesitáis. Cuando me adoráis en la cruz
mitigáis el dolor que produce en mi corazón el pecado de los hombres. Adoradme
en la cruz y yo os ayudaré a comprender el misterio de amor que brota de ella.
El verdadero adorador no puede desentenderse de la cruz, si está viviendo como buen discípulo, porque ella forma parte de su experiencia cristiana. Él conoce de cerca al Crucificado y adora al Crucificado en el misterio doloroso de la redención, lo mismo que lo adora en su resurrección y exaltación a los cielos.
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