EFECTOS DE LA AORACIÓN
Jesús no es visto como uno de los sacerdotes de Israel, pero se revela a
sí mismo sacerdote por la ofrenda de su sacrificio y por el servicio de la
palabra. Del mismo modo quiere que sus discípulos tomemos parte de esas dos
funciones sacerdotales. Por una parte dice: “Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”
(Mc 8.34), Y por otra nos dice como a aquel aspirante a discípulo: “Deja que los muertos entierren a sus
muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios” (Lc 9,60).
v El Apóstol Pedro dirá a los discípulos: “Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido” (1 P 2,9).
v Al principio del Apocalipsis hay una hermosa descripción acerca de
Jesucristo, que dice Ӄl es el que nos
ama, nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un
Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap 1,5-6). El amor de Jesús, que
domina todo el texto, es la única fuerza purificadora del pecado, que a su vez
nos sitúa en condiciones de llegar a ser nada menos que sacerdotes del
Altísimo.
v San Pablo invita a ofrecer el cuerpo “como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto
espiritual” (Rm 12,1) y a dar culto “según
el Espíritu de Dios” (Flp 3,3)
En virtud de nuestro
bautismo y de nuestra vocación participamos en el oficio sacerdotal, profético
y real de Jesucristo, pero ¿qué se espera de nosotros? Dios espera de nosotros
que le ofrezcamos por medio de Jesucristo cuanto somos, hacemos y tenemos:
obras naturales y espirituales, oraciones personales y comunitarias, trabajos
físicos y evangélicos, la vida en cualquiera de sus facetas y edades, el
descanso espiritual y corporal, el bienestar y el sufrimiento... En palabras de
Pedro: “Acercándoos a él, piedra viva,
desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros,
cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para
un sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo”
(1 P 2,4-5).
Ante la proclamación que los ángeles hacen
de la dignidad del Cordero en la visión celestial de Juan, todas las criatura,
del cielo y de la tierra se unen a la misma y claman: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria
y potencia por los siglos de los siglos. Y los cuatro Vivientes decían: ‘Amén’;
y los Ancianos se postraron para adorar” (Ap 5,13-14). Eso mismo podemos
hacerlo nosotros, desde nuestro sacerdocio real y en fe hasta que llegue el
momento en que podamos hacerlo en visión.
2. Testimonios
– Palabra profética
Testimonio de un
grupo de adoradores:
Visión durante la
adoración: Los adoradores son hechos
partícipes de la alabanza que hay en el cielo, de la alabanza de los ángeles y
de los santos. Están rodeados por ellos y envueltos en la misma luz que ellos,
alcanzados por el mismo resplandor y el mismo gozo que hay allí.
Palabra al corazón:
Adoráis mi santidad y hacéis bien, proclamáis mi santidad y el enemigo huye
ante ella. Seguid postrados ante mi santidad, que también os santifica a
vosotros. Seguid proclamando mi santidad, seguid adorando mi santidad. Mi
santidad os transforma, mi santidad os santifica, mi santidad os renueva.
Sigue visión en la
cual los adoradores son envueltos por su santidad mientras sienten en su
corazón que el Señor les permite intuir qué es estar envueltos por su santidad;
al mismo tiempo son conscientes de la imposibilidad de vivir esta experiencia
en profundidad porque no podrían resistirla.
Palabra: Si de
verdad buscarais de todo corazón y conocierais lo que es estar envueltos por mi
santidad, no podríais ocupar otro lugar más que éste. Cuando estáis aquí a mis
pies, aunque no lo experimentéis, mi santidad y mi presencia os envuelven y os hacen míos.
En virtud de nuestro bautismo y de nuestra vocación participamos en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo, pero ¿qué se espera de nosotros? Dios espera de nosotros que le ofrezcamos por medio de Jesucristo cuanto somos, hacemos y tenemos: obras naturales y espirituales, oraciones personales y comunitarias, trabajos físicos y evangélicos, la vida en cualquiera de sus facetas y edades, el descanso espiritual y corporal, el bienestar y el sufrimiento... En palabras de Pedro: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1 P 2,4-5).
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