¿Por qué somos quebrantados?
Cuando fijamos nuestra vista en el logro de nuestros objetivos,
perdemos de vista los objetivos de Dios para nosotros. Debemos quebrar nuestro
intenso amor hacia nosotros mismos si es que vamos a permitir que el amor de Dios
nos envuelva y nos llene.
Un joven me dijo: "Hace dos años que soy cristiano y ¡no puedo
decirle cuán diferente es mi vida ahora!
Luego, en un tono de voz muy serio y pensativo, añadió: "Sin
embargo, algunas veces me pregunto por qué tuve que atravesar experiencias tan
horribles antes de venir al Señor. Yo era alcohólico. Utilizaba a las personas.
Me metí en problemas con la ley y estuve muy cerca de matar a un par de
personas porque tuve un accidente mientras conducía bajo la influencia del
alcohol. Hubiera querido que Dios me salvara mucho antes".
Entonces le respondí: "Tal vez había algo en ti que debía morir
antes de que pudieras vivir cabalmente".
El joven pensó por un momento en lo que le había dicho. "Sí, usted
tiene razón. Yo no estaba listo para dejar lo que llamaba la buena vida, hasta
hace unos dos años y medio. Hasta ese momento pensaba que tenía una gran vida.
Recién ahora me doy cuenta de lo terrible que era la vida que estaba
llevando."
Antes de que cualquiera de nosotros pueda vivir completamente de la
manera que Dios quiere, debe morir al deseo de controlar su propia vida o de
vivir de acuerdo con sus propios planes y voluntad.
Algo
tiene que morir para que comience la vida
Un pasaje importante en las Escrituras acerca del quebrantamiento se
encuentra en Juan 12:24-25. Al preparar a sus discípulos para su crucifixión y
resurrección, Jesús les dijo: "De cierto, de cierto os digo, que si el
grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva
mucho fruto" (Juan 12:24).
Mientras tenga un grano en su mano, tendrá solamente ese grano. Puede
ponerlo sobre el piso del granero, sobre el marco de una ventana, o hasta
debajo de una cúpula de vidrio, o puede guardarlo por siempre. Sin embargo,
seguirá siendo un solo grano. De su interior no saldrá nada. Con el tiempo se
pudrirá y se convertirá en polvo.
Pero cuando uno toma esa semilla y la introduce en el suelo y la cubre
con tierra fértil, el calor del sol y la humedad de la tierra obrarán
conjuntamente sobre la cáscara exterior de ella. Antes de que pase mucho
tiempo, la cáscara exterior se rompe y un pequeño brotecito verde comienza a
abrirse paso a través de la tierra hasta que con el tiempo traspasa la
superficie y sale a la luz del sol. Una raíz comienza a crecer hacia abajo, y
ancla la semilla a la tierra. La semilla en sí desaparece mientras el tallo
crece y con el tiempo produce una espiga de trigo o una mazorca de maíz. Esa
espiga de trigo o mazorca de maíz produce docenas de granos, cada uno de los
cuales posee la capacidad de crecer y convertirse a su vez en una planta.
De un solo grano de trigo, una persona podría llegar a plantar cientos
de miles de hectáreas. Lo único que tendría que hacer es volver a plantar todos
los frutos de un grano, y luego todos los frutos de sus granos, y seguir así
sucesivamente.
Jesús estaba enseñando que en tanto que el grano permaneciera solo (sin
que nadie lo plantara y sin que se rompiera) no podría llevar fruto. Por
supuesto, describía lo que le estaba por suceder. En tanto que Jesús permanecía
vivo, unas pocas personas podrían ser sanadas, unas pocas se beneficiarían con
sus milagros, unas pocas se volverían a Dios a través de sus enseñanzas y de su
predicación, pero en última instancia, el mundo seguiría sin recibir el perdón.
Para que su vida se pudiera extender y multiplicar, Jesús tenía que
morir. Una vez que hubiera muerto y resucitado, su vida podría multiplicarse
millones de veces, tal como ha sucedido a través de los siglos.
Quienes lo hemos recibido como nuestro Salvador y quienes hemos sido
perdonados de nuestros pecados, tenemos nuestro nombre escrito en el Libro de
la vida del Cordero porque Él estuvo dispuesto a morir.
A su tiempo, Él nos llama a cada uno de nosotros a tomar nuestra cruz
–debemos morir con sacrificio a nosotros mismos y entregarnos a su causa– para
que podamos vivir para Él y de acuerdo con sus propósitos.
Jesús prosiguió diciendo: "El que ama su vida, la perderá; y el
que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará" (Juan
12:25).
¡Debemos morir a nosotros mismos para obtener más de nosotros mismos y
vivir eternamente! Debemos quebrar nuestro intenso amor hacia nosotros mismos
si es que alguna vez vamos a permitir que el amor de Dios nos envuelva y nos
llene.
Hay muchos otros pasajes de las Escrituras que hacen eco de esta misma
enseñanza: al aferrarnos a nuestro propio deseo y a nuestra propia voluntad,
perdemos. Al soltarlos y al permitir que Dios tenga el control, ganamos (véanse
Mateo 10:39 y 16:24-26).
Dios
desea diseñar nuestro futuro
A través de los años, he descubierto que aquellos que son más jóvenes
suelen tener más dificultad en someter su vida totalmente al Señor. Ven cómo el
futuro se extiende ante sus ojos, lleno de lo que perciben como oportunidades
ilimitadas. Satanás los engaña al hacerles pensar que el futuro no puede ser
bueno sin determinada realización y comienzan a perseguir lo que Satanás
presenta como el ideal de vida. Por supuesto, sus planes nunca incluyen a Dios.
El resultado de perseguir lo que Satanás presenta como deseable es un espíritu
de afán. El afán es ambición pura, y en última instancia es una atadura. Las
ilusiones que Satanás nos presenta como objetos que pueden darle valor,
significado o peso a nuestra vida son sólo eso: ilusiones. Son como un espejismo
en el desierto. Uno puede luchar, rasguñar y dar manotazos al aire al arrastrarse
hacia el espejismo con toda su energía, año tras año, sin llegar jamás. Aquello
que tiene apariencia de ser una fuente de vida en realidad es polvo seco. ¿Está
mal comprar lo mejor que uno pueda dentro de sus posibilidades? ¿Está mal
desear tener una esposa o esposo e hijos? ¿Está mal desear tener éxito en el
trabajo? ¡No! Lo que está mal es pensar que no podemos vivir sin esas cosas. Lo
que está mal es sustituir una relación con Dios por la adquisición de cosas, de
relaciones o de logros.
Cuando fijamos nuestra vista en el logro de nuestros objetivos, casi
siempre perdemos de vista los objetivos de Dios para nosotros. Solamente cuando
hacemos que nuestra relación con Dios sea la prioridad número uno de la vida,
Dios puede llevarnos al lugar en el cual lograremos y recibiremos lo que nos
trae satisfacción verdadera. Todas las cosas que Satanás nos presenta no sólo
como deseables sino también como necesarias para nuestra identidad, son
engaños. Su intención no es ver a una persona bendecida, sino más bien provocar
su perdición. Si existe en nuestra vida cualquier cosa que nos haga pensar que
no podemos vivir sin ella, esto debería ser una señal de advertencia para que
volvamos a evaluar nuestra relación con Dios y para que echemos otra mirada a
nuestras prioridades. Jesús nos enseñó claramente: "No os afanéis, pues,
diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los
gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis
necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:31-33).
Dios sabe lo que usted necesita. Él sabe lo que es mejor para usted, y
la cantidad exacta que necesita. Lo cierto es que podemos vivir con muy poco,
pero de ninguna manera podemos vivir plenamente sin Dios. Él es lo que
necesitamos primordialmente y siempre. ¡Él es el único ser sin el cual
realmente no podemos vivir! Las cosas que Satanás nos presenta como cosas que
obligatoriamente debemos tener, son cosas pasajeras y temporales. Si estamos
dispuestos a dejar de afanarnos por estas cosas y buscarlas sin importar su
costo elevado, y en cambio decidimos volver a Dios, Él va a satisfacer todos
nuestros deseos para el futuro. Si estamos dispuestos a dejar de definir
nuestro propio futuro, Él nos dará algo mejor que lo que nosotros jamás
podríamos haber arreglado, manipulado o creado. Su mejor voluntad será la
nuestra, aunque sólo será así si estamos dispuestos a morir a ese rasgo egoísta
e independiente para someter nuestra vida completamente a Él.
Dios
desea determinar nuestras metas
Una joven vino a hacerme la siguiente pregunta luego de escucharme
predicar acerca de esto: "Pastor, ¿está mal establecerse metas? Me parece
que usted está diciendo que simplemente debemos vivir día por día, y confiar en
Dios, sin tener ninguna clase de planes o metas". No está mal que nos
establezcamos metas; lo que está mal es fijarlas sin preguntarle a Dios cuáles
son sus metas para nosotros. Siempre debemos enfocar nuestra meta con sincera
oración, y preguntarnos: "¿Qué es lo que deseas, oh Dios, que yo haga, que
diga y que sea?" Nuestra oración debe ser la misma que hizo Jesús en el jardín
de Getsemaní: "No sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39).
Somos
hechura de Cristo
¿Quién es el responsable por sus logros y sus éxitos en la vida?
¿Considera que usted es el responsable por aquella persona en la que se
convertirá y por aquellas cosas en las que tendrá éxito? ¿O descansa en Dios
para que Él viva su vida a través de usted, y para transformarlo de tal manera
que Él lo use para sus propósitos?
Estas son dos perspectivas muy diferentes. Difícilmente vamos a rendir
nos pronta y fácilmente al quebrantamiento si creemos que tenemos nuestro
propio destino en nuestras manos.
La persona sabia enfrenta la realidad de que Dios merece y también
exige el derecho y el control de todo lo que somos. Él tiene la autoridad de
expresar su vida a través de nosotros, a través de nuestros labios, nuestros
ojos, manos, pies, cuerpos, pensamientos y emociones, de la manera que Él
elija. Nosotros no debemos ser meros reflejos de lo que Cristo fue, sino que
tenemos que ser expresiones vivientes y caminantes de la vida de Cristo en el
mundo actual.
La Biblia nos dice que una vez que reconocemos a Jesucristo como
Salvador, ya no nos pertenecemos a nosotros mismos y no gobernamos ni
determinamos nuestro futuro. Pablo escribió: "Porque por gracia sois
salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por
obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas" (Efesios 2:8-10). Como usted no ganó su propia
salvación, tampoco es responsable de alcanzar su propia gloria en la vida.
Usted es hechura divina, desde el comienzo hasta el final. Dios lo guía y lo
dirige hacia las buenas obras que usted debe hacer para Él, obras que están totalmente
en armonía con los talentos, las habilidades, las experiencias y las destrezas
que Él le ha dado.
Cuando miro hacia atrás, quedo asombrado al contemplar cómo Dios me
llevó de un lugar a otro, de una experiencia a otra, siempre me colocó en la
posición para dar el próximo paso en la vida, me puso siempre en lugares y
situaciones en los que pudiera purificarme o donde pudiera desarrollar algo
dentro de mí que sería útil a sus propósitos más tarde. Cuando era adolescente
vendía periódicos para ganar dinero para comprar ropa y otras cosas que
necesitaba. Una noche conversaba con un amigo llamado Julián mientras estábamos
parados en la esquina de una calle donde vendía los diarios. Le dije que creía
que el Señor me estaba llamando a predicar. "Sabes –le dije– debería ir a
la universidad, pero no tengo el dinero para hacerlo." Yo no conocía muy
bien a este muchacho. Simplemente hablábamos acerca de nuestra vida de una
manera más bien casual. En aquel preciso momento de la conversación, el pastor
de mi iglesia se acercó caminando hacia nosotros. Julián le dijo: "Sr.
Hammock, Charles cree que el Señor lo ha llamado para predicar. ¿Cree usted que
podría ayudarlo para ir a la universidad?" Hammock respondió: "Bueno,
podría ser. ¿Por qué no vienes a verme uno de estos días?" Fui a su
oficina un día, y esta resultó ser una de las tardes más importantes de mi
vida. El pastor Hammock hizo los arreglos para que recibiera una beca completa
de cuatro años para la Universidad de Richmond a unos setenta kilómetros de mi
ciudad. ¿Fue un accidente que yo hablara con Julián aquella noche, o fue
casualidad que el pastor Hammock pasara por allí, o que Julián le dijera lo que
le dijo? No. Dios obraba de maneras que yo no podía entender. Dios no solo es
quien nos provee la orquestación, sino que también es nuestro compositor. El
Señor es el autor y consumador de nuestra vida (véase Hebreos 12:2).
Mientras insistamos en escribir nuestra propia historia, Dios no podrá
escribir su voluntad viva en nuestro corazón. Mientras insistamos en abrir
nuestro propio camino, Él no podrá guiarnos por sus sendas de justicia.
Mientras insistamos en vivir nuestra vida de acuerdo con los deseos propios,
Dios no podrá impartirnos sus deseos ni podrá guiarnos hacia su integridad, su
fecundidad y sus bendiciones. Mientras sintamos que tenemos el control de
nuestro destino, no podremos experimentar cabalmente el destino que Él tiene
para nosotros. Somos hechura suya. Cuando actuamos de otra manera, abrimos una
brecha en nuestra relación de confianza con Dios y nos negamos a someter
nuestra vida completamente a Él.