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sábado, 22 de diciembre de 2012

COMO MARIA



 
María, la cristófora
 
María es el medio por el que ha querido Dios traernos a Jesucristo. Es voluntad de Dios que Cristo venga a nosotros por María.
 
Dios eligió a María para ser Madre suya y por la aceptación de María a la voluntad divina Dios se hizo hombre. María ha traído el Verbo a todos los hombres.
 
El pasaje de la visitación es un ejemplo de cómo María trae a Cristo a cada alma.
 
María llevando en su seno a Jesús visita a Isabel y se lo comunica a la anciana y a su hijo Juan también encerrado en su seno.
 
María es portadora de Cristo: cristófora. La presencia de Jesús en Ain Karin produce maravillas “pronto se declaran los beneficios de la venida de María y la presencia del Señor”, dice San Ambrosio. ¿Qué beneficios? “saltó de gozo el niño, en su seno”; “Isabel quedó llena del Espíritu Santo”. La presencia de la Madre y del Hijo, por otro lado inseparables, produce gozo, contemplación, santifica, hace presente al Espíritu, produce carismas, llena de gracias… “el soldado, encerrado en el vientre, conoció al Señor y al Rey que había de nacer, sin que el velo del vientre obstaculizase la mística visión. Por tanto, vio, no con los ojos de la carne, sino con los del espíritu”.
 
Dos enseñanzas:
 
1. Amar a María. Ella nos traerá a Cristo, la fuente de gracias: “lleno de gracia y de verdad”. Es maravilloso el intercambio que se manifiesta en el Niño Dios. Dios se hace hombre para que nosotros participemos de su naturaleza divina. Esta participación se da por la gracia santificante.
 
La gracia santificante es un don de Dios, por el cual, somos hijos suyos. La consiguió Cristo muriendo en la cruz y se da a quien acepta a Cristo y sus mandamientos.
 
María nos trae la fuente de gracia, el manantial de donde brota toda gracia, Cristo Jesús. Por eso es clave en nuestra vida la devoción a María. Ella nos traerá a su Hijo.
 
 2. Imitar a María. Debemos ser como Ella cristóforos, es decir, portadores de Cristo.
 
Llevar a Cristo en el corazón. Llevarlo de camino como María cuando fue a la montaña. Llevar a Cristo a la familia, llevar a Cristo en el trabajo, en las diversiones, llevar siempre a Cristo a todo lugar. Tenemos que acostumbrarnos a un trato íntimo con Jesús que habita en nosotros por la gracia santificante.
 
Llevar a Cristo en el corazón produce cambios en el ambiente donde estamos. Quizá no lo notemos pero se producen. En ambientes cristianos: crecimiento espiritual, presencia del Espíritu, alegría, gozo. En ambientes no tan cristianos: reproches, interrogantes, planteamientos, deseos de imitación, paz, contradicciones, malestares, etc., pero siempre la presencia de Cristo es para el bien de los que le aman.
En un mundo donde hay muchos cristóforos debemos dar testimonio siendo cristóforos pues no hay razón para temer a Cristo que es nuestra salud, nuestra paz6, nuestro bien. Hay que testimoniar que la felicidad no se alcanza sin portar a Cristo y que no hay razón para temerlo ni perseguirlo. Sólo pueden temer a Cristo los que no quieren la felicidad.  Jesús niño ¿qué temor puede darnos?                
 
El júbilo mesiánico
 
La visita de María a Isabel no es una visita fortuita sino que tiene su origen en una revelación de Dios.
 
El ángel hace conocer a María el embarazo milagroso de Isabel. María no lo habría podido conocer de otra manera a no ser que se lo hubiera dicho la misma Isabel. La distancia que separaba a las primas no facilitaba la comunicación y el hecho, el embarazo, no lo podía esperar María de ninguna manera porque Isabel y Zacarías eran ancianos y además Isabel era estéril.
 
El milagroso embarazo también es una prueba o una confirmación del poder de Dios que anuncia a María la Encarnación.
 
María va a Ain Karin no para conocer la veracidad de la anunciación sino movida por la caridad hacia su prima y bajo la inspiración del Espíritu Santo pero también acoge con gozo la prueba que Dios le da confirmando lo que ha sucedido en ella. La visitación es la fiesta de la alegría. Dos mujeres que se alegran porque van a ser madres. Dos hijos que se alegran porque se encuentran por primera vez iniciando la gran misión que les ha dado Dios en gracia. Isabel se alegra por la visita de María y por su maternidad divina y María se alegra por ver a su prima resplandeciente de gozo porque va a ser madre cuando nunca lo esperaba y también se alegra en el Señor por su fidelidad a las antiguas promesas cantando un cántico de alegría que se perpetuará para siempre. Isabel se goza en el Espíritu Santo y exclama en alta voz. María se alegra en el Señor y exulta su espíritu en Dios.
 
El fundamento de esta plenitud de alegría es la Encarnación, el cumplimiento de las promesas y de las profecías. Es el júbilo mesiánico. La alegría en su plenitud por estar en la presencia de Dios, en Dios mismo. Es una verdadera alegría, una alegría en el Señor.
 
Esta Buena Nueva de la que participan María e Isabel como protagonistas, ya que una es la futura madre del Salvador y la otra la futura madre del precursor del Mesías, las llena de alegría como a todo hombre que quiere salvarse.
 
Fiesta de alegría personal porque Dios se ha hecho hombre para salvarme a mí: “me amó y se entregó a sí mismo por mí” pero también fiesta de la alegría comunitaria que es mayor aún. ¿Por qué? La alegría comunitaria se da en los perfectos porque es participación de la alegría del cielo, en el cual, la alegría común se funda en la unión común por el amor en Dios.
La alegría comunitaria es más difícil de adquirir. Es alegría por la alegría del otro más que por la propia y se llama congratulación. Es más fácil alegrarse por un bien para nosotros que alegrarse por la alegría que tiene el otro por un bien recibido.
 
Isabel se alegró porque María fue llamada a ser Madre del Mesías, el mayor bien para una criatura humana. La alegría por ese bien recibido era la alegría de Isabel, y María se alegró porque Isabel iba a dar a luz un hijo siendo anciana y estéril y porque ese hijo se alegró ante la presencia de su Hijo. La alegría de Isabel era su alegría. Y entre ellas no hubo nada amargo ni malos ojos porque una misión era mayor o porque una vocación era más sublime. Entre perfectos no hay envidia sino congratulación.
 
La alegría comunitaria se fundamenta en la comunión y la comunión entre los cristianos se da en la caridad. La gracia de Cristo nos une ya que nos hace participar de la comunión de los santos, de los que viven vida divina.
 
En la Iglesia no debe haber envidia sino congratulación. Si hay envidia es por falta de perfección. Todos somos miembros de un mismo Cuerpo cuya cabeza es Cristo. Todos somos necesarios, cada uno con su función y en su lugar.
 
Cuando un miembro está enfermo todo el cuerpo sufre. Cuando está sano el cuerpo está bien. Lo bueno en cada uno de los cristianos repercute en todo el Cuerpo. Por eso los bienes que derrama Dios en su misericordia sobre cualquier cristiano deben alegrarnos a todos porque es un bien para todos.
 
Alegrémonos en el Señor que es el fundamento de la alegría cristiana. Alegrémonos por las maravillas de Dios en María y en ella y por ella a toda la humanidad.
 
 
 


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