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domingo, 31 de marzo de 2013

mensaje pascual del obispo





Mensaje de Pascua 2013
¡ALELUYA! ¡EL SEÑOR RESUCITÓ!
 
 
 
 
Hermanas y hermanos:
 
¡FELIZ PASCUA!
La Iglesia en sus celebraciones de este tiempo repetirá sin cansarse: ¡Aleluya! Expresión que quiere decir “alaben a Yavé” “Alaben a Dios”. Es un canto de alegría al contemplar qué grande es Dios, qué maravilloso es su amor.
 
La alegría de esta fiesta vence toda tristeza. Es la alegría del amor que triunfa. Es más fuerte que la muerte.
 
Durante estos días he compartido la alegría de tantos de ustedes por la elección del Papa Francisco. Una sonrisa y una caricia de Dios para su Pueblo, para el pueblo argentino y para la humanidad. Tras un renunciamiento heroico y revolucionario de Benedicto, hemos sido testigos de una elección valiente de los cardenales. Una opción por las periferias del mundo. Una “pascua” anticipada. Algo nuevo  que nace. Y esto genera alegría; la alegría de la esperanza, que haciendo pie en un hecho nuevo, inédito, se proyecta a un futuro grande y maravilloso.
 
“¡Cómo desearía una Iglesia pobre para los pobres!” ha dicho el Papa Francisco. Es así que nuestra mirada y nuestro corazón vuelan hacia aquel Francisco de Asís. Hombre de la Pascua y la alegría. Hombre de la cruz y del amor. Hombre de la pobreza y de la entrega total. Hombre del servicio y de la oración. Hombre de la contemplación y de la acción. Hombre de la ternura del Niño del pesebre, y del dolor de las llagas del Señor crucificado. Un hombre que despertó una primavera en la Iglesia de hace ocho siglos.
 
En este Año de la Fe, a cincuenta años del Concilio Vaticano II, junto con el regalo del Papa Francisco, el Señor nos regala su amor siempre fiel, con la serena certeza de que ha resucitado para siempre;  nos anima a salir de la tumba del desaliento y la amargura, para resucitar a la alegría de darnos a los demás en el servicio diario; amar y abrazar con amor nuestra propia vida, regalo de Dios, y contemplar que en el centro de mi ser, brilla una gota de sangre divina, la sangre de Cristo Jesús, el Resucitado, el que me da Vida, su propia vida, esperando de mí, esperando de cada uno, una respuesta de amor, y de esa manera parecerme más a Él. En el corazón mismo del Año de Fe, la celebración del misterio Pascual es una invitación a reconstruir la Iglesia, como fue el llamado del Cristo de San Damián hecho a San Francisco. Hoy, en cada Iglesia diocesana resuena este mismo llamado: “reconstruye mi Iglesia”. La fuerza transformante del amor, fuerza que es el mismo Espíritu de Dios, podrá hacer maravillas si somos sus discípulos misioneros de corazón.
 
Esa es la Pascua. Es el “paso” a vivir la vida de Jesús, en un sencillo trato de amistad, como Él mismo nos dice en la última Cena: “Ya no los llamo siervos, sino amigos”; y también: “No hay mayor más grande que dar la vida por los amigos”.
 
A vos hermana, a vos hermano, para todos los tuyos, mis deseos de una vida más llena de amor y de alegría. Y les dejo la simple oración de San Francisco de Asís, que es  una verdadera descripción la Pascua que se hace vida las cosas sencillas de cada día:

 
 
 
“¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna”
 
 
¡FELIZ PASCUA! Con afecto los bendigo
 
 
 
+ Carlos José Tissera
Padre Obispo de Quilmes


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