BUSCAR EN ESTE BLOG O INTERNET

miércoles, 6 de marzo de 2013

El combate espiritual contra las fuerzas del mal... con Cristo.

 
 


En el evangelio de hoy, Jesús presenta la vida cristiana como un combate. «¡El que no está conmigo, está contra mi!». A menudo, por desgracia, somos cristianos «a medias», en una gran mezcolanza de actitudes positivas y negativas. Esto lo reprochaba ya Jeremías a los fieles de su época.

 

-Escuchad mi voz: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.

 

Es una de las expresiones más perfectas de la "Alianza".

 

Una pertenencia recíproca: yo soy tuyo, tú eres mío.

 

En este contexto de amor recíproco tendrán que ser interpretadas todas las invitaciones del texto a seguir. Ello hace tanto más graves las tibiezas y los rechazos.

 

-Seguid hasta el fin el camino que yo os prescribo a fin de que todo os vaya bien y seáis felices.

 

Siempre el mismo lazo entre la «fidelidad» a Dios y la "alegría". No es para tomarlo en un sentido material. «No te prometo hacerte feliz en este mundo», decía la Virgen a Bernardita Soubirous. En efecto, es corriente ver el éxito aparente de los perversos y sin conciencia. Mientras que la gente honrada suele vivir entre mayores dificultades.

 

Sin embargo, el que tiene conciencia de haber hecho todo lo que estaba de su parte, ¿no disfruta ya en este mundo de una muy íntima "felicidad" espiritual?.

 

¡Es preciso mantener esta alegría íntima! Te ruego, Señor, por todos los que se esfuerzan en ser fieles a fin de que, aun en medio de sus pruebas, experimenten también ellos esa íntima satisfacción. Ayúdanos a no vivir nunca tristes. O, más exactamente, a que una sola cosa nos entristezca: nuestros pecados.

 

-Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, se volvieron de espaldas y apartaron de mí su mirada.

 

Imágenes realistas. El niño enfurruñado y desobediente que, enojado, da media vuelta.

 

Decepciones de Dios.

 

Dios espera «mi rostro»... cara a cara. Como los que se quieren.

 

Y yo me aparto de El. Como los que no se quieren.

 

Sin duda, Tú podrías HOY repetirme esas palabras.

 

¡Esas cosas no pasaban sólo en los tiempos de Jeremías! Perdónanos.

 

-No me escucharon. Atiesaron la cerviz

 

El cuello tieso. La cabeza dura. La insumisión. La rigidez.

 

Todo lo contrario de la flexibilidad, de la espontaneidad.

 

-Así es la nación que no escucha la voz del Señor, su Dios.
 

 

El tema de estar a la escucha, es esencial.

 

«Escuchar». Escuchar a Dios. Cuatro veces esta palabra se repite en esta página.

 

Efectivamente, Tú no nos hablas sólo en la misa o en la oración. Hay una Palabra que debo escuchar durante todas mis jornadas, en mi vida cotidiana, en mi trabajo banal, en mis encuentros, en mis responsabilidades, en los acontecimientos. Pero, con frecuencia, no sé escucharte allí. Concédeme esa atención que me falta, Señor.

 

El combate espiritual contra las fuerzas del mal... con Cristo.

 

-Jesús estaba expulsando a un demonio. El poseso era mudo.

 

En cuanto salió el demonio, el mudo habló.

 

Cada vez que se habla de demonios en el texto evangélico, nos sentimos incómodos.

 

Ciertamente un cristiano moderno debe desembarazarse de imágenes grotescas. No obstante, el mal no se explica totalmente en razón de la libertad humana. Estamos a veces obligados a constatar que el mal tiene raíces extremadamente profundas, y que no alcanzamos... Nos sentimos ser el juguete de fuerzas más fuertes que nuestra voluntad. Y por otra parte la amplitud del mal parece orientarnos hacia una dimensión cósmica, radical, colectiva, del imperio de Satán; hay violencias, corrientes oscuras, fuerzas destructoras que trabajan y que ningún hombre parece poder dominar.

 

Jesús ha venido a combatir esas fuerzas malhechoras.

 

Y, por ahí, devolvía al hombre su dignidad: el mudo empezó a hablar normalmente. La creación ha sido restaurada.

 

Señor, sálvame de mis demonios... líbranos del mal.

 

-Es por el príncipe de los demonios que expulsa a los demonios, decían algunos.

 

A Jesús se le ha calumniado, se le ha acusado.

 

¡Es el colmo! El demonio es capaz de dar estos golpes: de enmascararse hasta el punto de llegar a decir que, ¡el Santo por excelencia está poseído por el demonio!

 

-Todo reino, dividido en partidos contrarios, quedará destruido

 

El buen sentido popular que Jesús hace suyo. La unidad es una fuerza. La desunión es un fermento maléfico y destructor. Uno de los signos de Satán es la división y el no entenderse. El mundo de hoy está trágicamente marcado por este tipo de espíritu que impide a los matrimonios, comprenderse; a padres e hijos, hablarse; a grupos humanos enteros, reconocerse.

 

-Pero si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

 

El dedo de Dios está ahí, cuando el mal retrocede. Yo, ¿lo sé ver? ¿Cuál es mi colaboración a ese "dedo de Dios"? ¿Pongo yo mi dedo en ello?

 

-Cuando un hombre fuerte y armado guarda su casa, seguros están sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá y le quitará todas sus armas.

 

Una imagen de la vida cristiana en forma de parábola breve.

 

Un combate, un cuerpo a cuerpo rápido, dos hombres peleándose, uno es más fuerte que el otro y lo derriba.

 

Jesús se presenta como este "segundo hombre", más fuerte, que viene para triunfar sobre Satán.

 

Evoco mis propios combates. ¿Sobre qué puntos la lucha resulta más difícil? Ven Jesús a combatir conmigo.

 

Una verdadera imagen dinámica y fuerte... para una cuaresma dinámica y fuerte.

 

No quedarme solo en el plano individual e íntimo. La dimensión del combate contra el mal es hoy colectiva: hay que combatir con otros, en equipo, y para los otros... Volvemos a encontrar aquí la dimensión cósmica de las fuerzas malhechoras, que pide una acción de envergadura.

 

-El que no está conmigo, está contra mí, y el que conmigo no recoge, derrama.

 

Fórmula intransigente. Un cierto estilo de vida: todo lo contrario del remilgo y de las medias tintas. Pero a menudo me comporto como un cristiano a medias. Escucho esta palabra tuya fuerte y abrupta: Cuaresma = energía.

 

Jesucristo nuestro Señor no quiere dejarnos solos. Quiere ser Él el que nos acompañe, quiere ser Él el que camina junto a nosotros: “Escuchen mi voz y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por el camino que yo les mostraré para que les vaya bien”. Éstas son las palabras con las que nuestro Señor exhorta al pueblo, a través del profeta, a escuchar y a seguir el camino de Dios

 

 Cristo, en el Evangelio, nos narra la parábola del hombre fuerte que tiene sus tesoros custodiados, hasta que llega alguien más fuerte que él y lo vence. Quién sabe si nuestra alma es así: como un hombre fuerte bien armado, dispuesto a defenderse, dispuesto a no permitir que nadie toque ciertos tesoros. Sin embargo, Dios nuestro Señor —más fuerte sin duda—, quizá logre entrar en el castillo y logre arrebatarnos aquello que nosotros le tenemos todavía prohibido, le tenemos todavía vedado. Cristo es más fuerte que nosotros. Y no es más fuerte porque nos violente, sino que es más fuerte porque nos ama más.

 

 Es el amor de Jesucristo el que llega a nuestra alma y el que viene a arrebatar en nuestro interior. Es al amor de Jesucristo el que no se conforma con un compromiso mediocre, con una vida cristiana tibia, con una vida espiritual vacía. Y Cristo quiere todo, según nuestro estado de vida: quiere todo en nuestra vida conyugal, quiere todo en nuestra vida familiar, quiere todo en nuestra vida social.

 

“Escuchen mi voz”. Estas palabras tienen que resonar constantemente en nosotros a lo largo del tiempo cuaresmal. Si Dios nuestro Señor ha inquietado nuestra alma, si Dios nuestro Señor no ha dejado tranquilo nuestro corazón, si nos ha buscado, si nos ha asediado, si nos ha tomado, si nos ha conquistado, no es ahora para dejarnos solitarios por la vida, sino porque el primero que se compromete a llevar adelante nuestra vocación cristiana es Él, y va a estar con nosotros. La pregunta que nosotros tenemos que hacernos es: ¿Estamos dispuestos a seguir a Cristo o estamos dispuestos a abandonarlo?

 

 Al final de la lectura del profeta Jeremías, aparece una frase muy triste: “De este pueblo dirá: Éste es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, ni aceptó la corrección; ya no existe fidelidad en Israel; ha desaparecido de su misma boca”.

 

Está en nuestras manos dar fruto. Está en nuestras manos perseverar. Está en nuestras manos el continuar adelante con nuestro compromiso de cristianos en la sociedad. De nosotros depende y a nosotros nos toca que Jesucristo pueda seguir caminando con nosotros, yendo a nuestro lado. El Señor vuelve a buscarnos hoy, el Señor vuelve a estar con nosotros, ¿cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Cuál va a ser nuestro comportamiento si nuestro Señor viene a nuestro corazón?

 

 Jesús, al final del Evangelio, nos lanza un reto: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Un reto que es una responsabilidad: o estamos con Él y recogemos con Él; o estamos contra Él, desparramando. No nos deja alternativas. O tomamos nuestra vida y la ponemos junto con Él, la recogemos con Él, la hacemos fructificar, la hacemos vivir, la hacemos llenarse, la hacemos ser testigos cristianos de los hombres, o simplemente nos vamos a desparramar.
 

 

 ¿Quién de nosotros aceptaría ver su vida desparramada? ¿Quién de nosotros toleraría que su existencia simplemente corriese? ¿No nos interesa tenerla verdaderamente rica, no nos interesa tenerla verdaderamente comprometida junto a Jesucristo nuestro Señor? Esto no se puede quedar en palabras, tenemos necesidad de llevarlo a los demás. Esto es obra de todos los días, es un compromiso cotidiano que está en nuestras manos.

 

 Vamos a pedirle a Jesucristo que nos guíe para comprometernos con nuestra fe, para comprometernos con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. La Iglesia que se nos ha entregado, viniendo desde muchas generaciones. La Iglesia de los mártires, la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los confesores. La Iglesia que ha llegado a nosotros a través de dos mil años por medio de la sangre de muchos que creyeron en lo mismo que creemos nosotros. La Iglesia que es para nosotros el camino de santificación, y que es la Iglesia que nosotros tenemos que transmitir a las siguientes generaciones con la misma fidelidad, con la misma ilusión, con el mismo vigor con que a nosotros llegó.

 

 Pidámosle al Señor que la podamos transmitir íntegra a las generaciones que vienen detrás y la podamos extender a las generaciones que conviven con nosotros y que todavía no conocen a Cristo.

 

 Este compromiso no es un compromiso hacia dentro, sino que es un compromiso hacia afuera. Un compromiso que nace de un corazón decidido, pero que tiene que transformarse en acción eficaz, en evangelización para el bien de los hombres.

 

 Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda la gracia de recoger con Él, la gracia de estar siempre a favor de Él, de escuchar su voz y de caminar por el camino que Él nos muestra, para ser entre los hombres, una luz encendida, un camino de salvación, una respuesta a los interrogantes que hay en tantos corazones, y que sólo nuestro Señor Jesucristo puede llegar a responder.
 
 
 

1 comentario:

  1. ¿Quién de nosotros aceptaría ver su vida desparramada? ¿Quién de nosotros toleraría que su existencia simplemente corriese? ¿No nos interesa tenerla verdaderamente rica, no nos interesa tenerla verdaderamente comprometida junto a Jesucristo nuestro Señor? Esto no se puede quedar en palabras, tenemos necesidad de llevarlo a los demás. Esto es obra de todos los días, es un compromiso cotidiano que está en nuestras manos.





    Vamos a pedirle a Jesucristo que nos guíe para comprometernos con nuestra fe, para comprometernos con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. La Iglesia que se nos ha entregado, viniendo desde muchas generaciones. La Iglesia de los mártires, la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los confesores. La Iglesia que ha llegado a nosotros a través de dos mil años por medio de la sangre de muchos que creyeron en lo mismo que creemos nosotros. La Iglesia que es para nosotros el camino de santificación, y que es la Iglesia que nosotros tenemos que transmitir a las siguientes generaciones con la misma fidelidad, con la misma ilusión, con el mismo vigor con que a nosotros llegó.





    Pidámosle al Señor que la podamos transmitir íntegra a las generaciones que vienen detrás y la podamos extender a las generaciones que conviven con nosotros y que todavía no conocen a Cristo.





    Este compromiso no es un compromiso hacia dentro, sino que es un compromiso hacia afuera. Un compromiso que nace de un corazón decidido, pero que tiene que transformarse en acción eficaz, en evangelización para el bien de los hombres.





    Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda la gracia de recoger con Él, la gracia de estar siempre a favor de Él, de escuchar su voz y de caminar por el camino que Él nos muestra, para ser entre los hombres, una luz encendida, un camino de salvación, una respuesta a los interrogantes que hay en tantos corazones, y que sólo nuestro Señor Jesucristo puede llegar a responder.

    ResponderEliminar