Mensaje de Pascua
2013
¡ALELUYA! ¡EL SEÑOR
RESUCITÓ!
Hermanas y hermanos:
¡FELIZ PASCUA!
La Iglesia en sus
celebraciones de este tiempo repetirá sin cansarse: ¡Aleluya! Expresión que
quiere decir “alaben a Yavé” “Alaben a Dios”. Es un canto de alegría al
contemplar qué grande es Dios, qué maravilloso es su amor.
La alegría de esta
fiesta vence toda tristeza. Es la alegría del amor que triunfa. Es más fuerte
que la muerte.
Durante estos días he
compartido la alegría de tantos de ustedes por la elección del Papa Francisco.
Una sonrisa y una caricia de Dios para su Pueblo, para el pueblo argentino y
para la humanidad. Tras un renunciamiento heroico y revolucionario de
Benedicto, hemos sido testigos de una elección valiente de los cardenales. Una
opción por las periferias del mundo. Una “pascua” anticipada. Algo nuevo que nace. Y esto genera alegría; la alegría
de la esperanza, que haciendo pie en un hecho nuevo, inédito, se proyecta a un
futuro grande y maravilloso.
“¡Cómo desearía una
Iglesia pobre para los pobres!” ha dicho el Papa Francisco. Es así que nuestra
mirada y nuestro corazón vuelan hacia aquel Francisco de Asís. Hombre de la
Pascua y la alegría. Hombre de la cruz y del amor. Hombre de la pobreza y de la
entrega total. Hombre del servicio y de la oración. Hombre de la contemplación
y de la acción. Hombre de la ternura del Niño del pesebre, y del dolor de las
llagas del Señor crucificado. Un hombre que despertó una primavera en la
Iglesia de hace ocho siglos.
En este Año de la Fe,
a cincuenta años del Concilio Vaticano II, junto con el regalo del Papa
Francisco, el Señor nos regala su amor siempre fiel, con la serena certeza de
que ha resucitado para siempre; nos
anima a salir de la tumba del desaliento y la amargura, para resucitar a la
alegría de darnos a los demás en el servicio diario; amar y abrazar con amor
nuestra propia vida, regalo de Dios, y contemplar que en el centro de mi ser,
brilla una gota de sangre divina, la sangre de Cristo Jesús, el Resucitado, el
que me da Vida, su propia vida, esperando de mí, esperando de cada uno, una
respuesta de amor, y de esa manera parecerme más a Él. En el corazón mismo del
Año de Fe, la celebración del misterio Pascual es una invitación a reconstruir
la Iglesia, como fue el llamado del Cristo de San Damián hecho a San Francisco.
Hoy, en cada Iglesia diocesana resuena este mismo llamado: “reconstruye mi
Iglesia”. La fuerza transformante del amor, fuerza que es el mismo Espíritu de
Dios, podrá hacer maravillas si somos sus discípulos misioneros de corazón.
Esa es la Pascua. Es
el “paso” a vivir la vida de Jesús, en un sencillo trato de amistad, como Él
mismo nos dice en la última Cena: “Ya no los llamo siervos, sino amigos”; y
también: “No hay mayor más grande que dar la vida por los amigos”.
A vos hermana, a vos
hermano, para todos los tuyos, mis deseos de una vida más llena de amor y de
alegría. Y les dejo la simple oración de San Francisco de Asís, que es una verdadera descripción la Pascua que se
hace vida las cosas sencillas de cada día:
“¡Señor, haz de mí un
instrumento de tu paz!
Que allí donde haya
odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa,
ponga yo perdón;
donde haya discordia,
ponga yo unión;
donde haya error,
ponga yo verdad;
donde haya duda,
ponga yo fe;
donde haya
desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas,
ponga yo luz;
donde haya tristeza,
ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no
busque yo tanto
ser consolado como
consolar;
ser comprendido, como
comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como
se recibe;
olvidando, como se
encuentra;
perdonando, como se
es perdonado;
muriendo, como se
resucita a la vida eterna”
¡FELIZ PASCUA! Con
afecto los bendigo
+ Carlos José Tissera
Padre Obispo de
Quilmes
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