Si el atentado terrorista a las Torres Gemelas tuvo efectos
colaterales impredecibles, sus impactos bien pueden haber llegado al Vaticano.
Las secuelas del brutal ataque obligaron al arzobispo de Nueva York, cardenal
Edward Egan, a abandonar el Sínodo de los Obispos, que deliberaba en octubre de
2001 en Roma, y el puesto clave de relator general que ocupaba en la asamblea
fue cubierto por el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, ante
la vista del Papa y de los cardenales de todo el mundo.
Esa aparición pública, que dejó muy buena impresión entre
los purpurados, fue el punto de partida de la proyección internacional del
cardenal argentino, que hoy es mencionado entre los principales candidatos para
suceder a Juan Pablo II, en un eventual cónclave.
Así, cada vez que la frágil salud del Papa da señales de
alarma, las miradas de los analistas del Vaticano se posan sobre este arzobispo
argentino nacido hace 68 años en el barrio porteño de Flores, hijo de un
empleado ferroviario, que se graduó de ingeniero químico y comenzó su vida
religiosa a los 21 años al ingresar en la Compañía de Jesús.
Ordenado sacerdote en 1969, es enemigo de toda estridencia y
ostentación, y ha hecho de la prudencia y el firme apego al bajo perfil su
estilo de vida y sello de identidad. Austero y claramente distanciado del poder
político, ésa es la base de su acción pastoral y una virtud que lo distingue
por encima de muchos otros cardenales.
"Es una persona silenciosa. Pero escucha el doble de lo
que habla y percibe mucho más de lo que escucha", comentaron a LA NACION
quienes comparten tareas pastorales con el cardenal primado, que este fin de
semana viajó a Roma para presentar un trabajo que le encomendó especialmente la
Congregación para los Obispos.
Entre los factores que pueden jugar en contra de su posible
elección, hay que señalar que otros cardenales han tenido una presencia
internacional más extendida y ocupado responsabilidades más altas en la Santa
Sede. El tiempo no le dio todavía una proyección mundial de grandes
dimensiones. Karol Wojtyla, cuando fue elegido, no era muy conocido. Pero había
participado en el Concilio Vaticano II y tuvo una influencia decisiva en la
redacción de documentos e importantes encíclicas en tiempos de Pablo VI, como
Humanae vitae.
El estilo sobrio de Bergoglio y la muy cuidada distancia que
siempre mantiene frente al poder político lo diferencian tal vez del estilo
predominante en la Curia romana, y ése también podría ser considerado un punto
en contra.
De todos modos, el destacado papel que el cardenal argentino
cumplió en el Sínodo de Obispos y las expectativas que se tejen acerca de la
posibilidad de que el próximo Pontífice surja de América latina -donde vive la
mitad de los 1000 millones de católicos que hay en el mundo- refuerzan la
hipótesis de la eventual candidatura de Bergoglio, y así lo registran desde
hace un tiempo destacados columnistas internacionales especializados en el
Vaticano.
Las predicciones se basan en las condiciones personales y
pastorales del arzobispo argentino, su intensa espiritualidad, los sólidos
conocimientos teológicos y la permanente preocupación por acompañar al clero y
estar cerca de los sacerdotes.
La semana última, el semanario italiano L´Espresso mencionó
a Bergoglio entre los principales papables y pronosticó que "será elegido
si se repite el guión que en 1978 llevó al pontificado a Juan Pablo II, cuando
los candidatos italianos se neutralizaron entre sí y permitieron la elección de
un cardenal polaco. Esta vez el hombre nuevo sería un cardenal latinoamericano
y uno sobre todo: Jorge Mario Bergoglio", arriesgó el columnista Sandro
Magister, uno de los vaticanistas de mayor prestigio, que ya en diciembre de
2002 le había dedicado un artículo al arzobispo jesuita titulado
"Bergoglio en pole position".
John Allen, vaticanista del semanario norteamericano
National Catholic Reporter y contratado por la CNN para cubrir y comentar la
sucesión del Papa, también estampó su firma hace un año y medio para dejar
sentado que el purpurado argentino "tiene mucho a favor".
En el plano local se da por descontado que a fin de año
sucederá al arzobispo de Rosario, Eduardo Mirás, como presidente del
Episcopado.
El escenario de la Iglesia
"Nosotros lo vemos como algo ajeno. El cardenal sigue
trabajando", insisten en el entorno del arzobispo de Buenos Aires cada vez
que las versiones dan vuelta en distintos medios periodísticos del mundo.
El escenario que hoy le tocaría enfrentar al eventual
sucesor de Juan Pablo II no es un lecho de rosas. "Al asumir, en octubre
de 1978, el cardenal Wojtyla llegaba de Polonia, en plena etapa comunista.
Provenía de una Iglesia acostumbrada a la resistencia y veía con admiración la
libertad de Occidente. Con el tiempo esa admiración derivó en desilusión",
considera el director de la revista Criterio, José María Poirier Lalanne, en
diálogo con LA NACION.
Al comparar el final del pontificado de Pablo VI con el
actual, Poirier estima que el balance es positivo en cuanto al avance del
diálogo interreligioso, la persistente prédica de la Iglesia en favor de la paz
y el liderazgo universal del Pontífice, sustentado también en su carisma
personal y su energía vital. El encuentro de Asís, la caída del Muro de Berlín,
la visita a Israel y su enérgica oposición a la guerra de Irak son, en ese
sentido, los mayores éxitos de Juan Pablo II.
Pero también advierte que, al comenzar su misión, el papa
Wojtyla carecía de la experiencia en el manejo de la Curia romana que había
sido el punto fuerte del cardenal Montini cuando fue elegido Pontífice con el
nombre de Pablo VI.
El siglo XXI interpela ahora a la Iglesia con fuertes
interrogantes que no se planteaban en el comienzo del pontificado de Juan Pablo
II. La posibilidad de la renuncia del Papa por razones de salud y de edad, el
ejercicio de un gobierno más colegiado y el celibato sacerdotal son algunos de
los desafíos que su sucesor no podrá dejar de atender.
"El problema del preservativo no puede poner en jaque a
una institución como la Iglesia, que ha sobrevivido más de dos mil años",
graficó, al respecto, un reconocido intelectual, observador de la realidad
eclesiástica, al mencionar temas pendientes que la Iglesia en algún momento
deberá definir, como el celibato y el sacerdocio femenino.
El gobierno pastoral
Hay coincidencias en que Bergoglio conduce muy bien una
arquidiócesis compleja, como la de Buenos Aires. Goza del respeto profundo y
del afecto de los sacerdotes, especialmente los jóvenes, lo que no es muy común
en el seno de la Iglesia.
Algunos jesuitas recuerdan con cierto resquemor su paso como
provincial de la orden religiosa, cuando ejerció su autoridad con dureza, en
tiempos de alto voltaje y violencia política.
Como superior provincial de los jesuitas, entre 1973 y 1979,
le tocó reencauzar la misión pastoral de la orden en una época muy
convulsionada por los sucesos políticos y violentos en la región. Abierto a las
consultas pero firme en sus decisiones, sorteó una crisis extrema en la orden
religiosa fundada por San Ignacio de Loyola.
"Fue un momento muy difícil en la Compañía de Jesús.
Pero si no hubiera estado él al frente de la orden, las dificultades hubieran
sido mayores", reflexiona hoy el doctor Angel Miguel Centeno, de recordada
actuación como secretario de Culto en dos gobiernos tan distintos como los de
Arturo Frondizi y Carlos Menem.
Recluido luego en Córdoba, donde ejerció como director
espiritual y confesor, fue designado luego rector del seminario jesuita, en San
Miguel, y en 1992 pasó a ser obispo auxiliar de Buenos Aires, donde cumplió la
función de vicario episcopal de Flores. Allí comenzó a cultivar su relación
cercana con el clero secular, y cinco años después fue nombrado arzobispo
coadjutor del cardenal Antonio Quarracino, a quien reemplazó automáticamente
como arzobispo de Buenos Aires cuando el recordado cardenal primado falleció,
el 28 de febrero de 1998.
Proclamado cardenal tres años después, Bergoglio vive solo,
en un departamento sencillo, en el segundo piso del edificio de la Curia, al
lado de la Catedral.
Desde su ventana observó con sentida preocupación el
estallido de la crisis de diciembre de 2001 en la Plaza de Mayo, que derivó en
la renuncia de Fernando de la Rúa. Hasta su cuarto llegaban los gases
lacrimógenos. Al ver con indignación cómo una señora era golpeada por agentes
policiales, tomó el teléfono para hablar con el ministro del Interior y fue
atendido por el entonces secretario de Seguridad, Enrique Mathov, a quien le
pidió por favor que la policía supiera diferenciar entre los activistas y los
simples ahorristas.
Enemigo de apariciones estridentes, Bergoglio rehúye toda
exposición en los medios de comunicación. Mantener un estricto bajo perfil le
permite viajar en subterráneo y en colectivo como cualquier pasajero. Con
frecuencia confiesa en la Catedral como un sacerdote más. Tras la masacre de
Cromagnon recorrió hospitales para estar al lado de los heridos y familiares de
las víctimas.
Al poco tiempo de ser ordenado sacerdote padeció problemas
respiratorios y, tras una operación, sufrió la pérdida de un pulmón. Hoy goza
de muy buena salud, fruto de la vida austera y rigurosa que siempre ha
observado.
Cuando viaja a Roma, no le gusta mostrarse con los atributos
de un cardenal. Por eso es frecuente verlo con un sobretodo negro, para no
hacer ostentación de la llamativa vestimenta de los purpurados. Además, cuando
el Papa lo proclamó cardenal, a diferencia de otros, no se compró una vestimenta
nueva, sino que ordenó arreglar la que usaba su antecesor Quarracino.
Más monje que misionero
El perfil de Bergoglio se asemeja más al de un monje que al
de un misionero. Mantiene el hábito de levantarse a las 4.30 de la mañana,
cumple con el rezo de los oficios religiosos y lee los diarios. Trata siempre
de responder personalmente los mensajes que le dejan en el contestador y
también las cartas que le llegan. Las escribe de puño y letra y en todas les
pide a quienes le escriben que recen por él.
Su primer acto de gobierno al asumir en la arquidiócesis fue
crear la Vicaría Episcopal de Educación, un virtual ministerio que tiene bajo
su jurisdicción tantas escuelas y alumnos como los que atiende el gobierno
porteño. Pero, a diferencia de los clásicos consejos de educación católica, su
premisa es dedicar los esfuerzos de la Iglesia a toda la educación, no a los
intereses de los colegios católicos.
"El Bergoglio puro es el que improvisa sus homilías. Es
muy intuitivo y percibe los climas con mucha facilidad", reveló José María
del Corral, uno de los laicos que mayor actividad le imprime a la Vicaría
Episcopal de Educación.
En sus homilías, el cardenal revaloriza en forma permanente
el sentido de la patria y las instituciones y, pese a su formación técnica de
ingeniero químico, es un apasionado lector de Dostoievski, Borges y autores
clásicos. Es habitual, además, su presencia en actos ecuménicos e
interreligiosos.
Durante los debates sobre educación sexual que enfrentaron
las posiciones de la arquidiócesis y del gobierno porteño, una legisladora de
izquierda confesó que Bergoglio "es mi peor enemigo, porque es el más
inteligente".
Donde no evitó la exposición pública fue en la encendida
controversia suscitada por la muestra de León Ferrari en el Centro Cultural
Recoleta. Algunos sectores católicos dudan del camino elegido para denunciar lo
que consideró un acto de blasfemia, pero todos coinciden en que en ningún
momento justificó ni aceptó la agresión verbal y física ejercida por algunos
contra la exposición.
"Bergoglio asume la responsabilidad de su cargo y no
entra en los campos que no son de su competencia. En la polémica por la muestra
de Ferrari, por ejemplo, cuestionó la ofensa a los sentimientos religiosos pero
no descalificó al artista como profesional ni como persona", precisó un
observador eclesiástico.
Todos encuentran en el cardenal primado a un buen
interlocutor muy sincero y preparado. Y eso es reconocido por sectores del
gobierno nacional, que destacan su abierta vocación al diálogo a pesar de las
diferencias que pueden existir. "Eso siempre es bueno para nosotros",
reconoció, en reserva, un alto funcionario a LA NACION.
Fiel a su baja exposición, el cardenal primado tiene
afinidades muy escondidas pero significativas. Así como el cardenal Juan Carlos
Aramburu era muy aficionado al boxeo, a Bergoglio le gusta el fútbol. Es
simpatizante de San Lorenzo de Almagro y una vez, cuando jugaba el goleador
Alberto "Beto" Acosta, el plantel le regaló una camiseta autografiada
por los jugadores. También le gusta el tango.
"Bergoglio tiene la virtud de la prudencia, pero no es
por ambigüedades sino fruto de la reflexión. No sé si es la virtud más
necesaria para ser elegido Papa. Juegan otros factores. Pero toda la gente que
sale de hablar con él destaca su consejo y su estilo de decir las cosas como
son", señala el doctor Centeno, quien identifica ese valor con el recuerdo
de dos grandes obispos: monseñor Antonio Aguirre y el cardenal Eduardo Pironio.
La mención de Pironio, que dejó huellas de profunda
espiritualidad, no es azarosa. El recordado obispo de Mar del Plata, que fue
enviado a Roma en los agitados tiempos de la violencia política de los años 70,
tenía un perfil de Papa. No sólo participó de los dos cónclaves de 1978 -cuando
fueron elegidos Juan Pablo I y Juan Pablo II- sino que obtuvo algunos votos de
sus compañeros del Colegio Cardenalicio, según trascendió en ese tiempo en
Roma.
Entre tantas conjeturas, ¿cuál es el espacio que debe
dejarse para la acción del Espíritu Santo? No hay que descartarla, dicen los
que saben. Como dice el viejo refrán, ante cada cónclave, "el que entra
Papa sale cardenal". Y no es menor la acertada reflexión del periodista
inglés Austen Ivereigh, coeditor de la revista británica The Tablet: "En
1978, en las redacciones se habían elaborado tres guías: probables, posibles,
imposibles. Wojtyla figuraba entre los imposibles".
Los competidores
Otros latinoamericanos, un africano y varios europeos son
mencionados como candidatos
ROMA.- Los cardenales, es decir, los máximos colaboradores
de Juan Pablo II, que si no han cumplido los "fatales" 80 años
tendrán la dura tarea de elegir a su sucesor, suelen decir que "es de mal
gusto hablar de cónclave si el Papa está vivo".
Se trata de una típica frase politically correct. La verdad,
en efecto, es que en el Vaticano, y en el resto del mundo, los purpurados
informalmente hablan del sucesor de Juan Pablo II desde hace varios años.
Tantos años que muchos de los que en algún momento fueron considerados
"papables" ya no lo son, porque murieron, porque cumplieron ochenta
años -el límite de edad impuesto por Pablo VI para participar en el cónclave-,
o porque ya no corren vientos favorables a su candidatura.
La preocupante hospitalización de Karol Wojtyla -el primer
Papa no italiano en 455 años- obligó a los vaticanistas a repasar sus listas de
candidatos, que suelen ser aggiornadas con el pasar de los meses. Y los hizo
caer en la cuenta de dos datos irrefutables, sobre los que todo el mundo
coincide: 1) entre los 119 cardenales electores que hay actualmente, no hay
ningún favorito a la vista; 2) como no se sabe cuánto tiempo más podrá seguir
al frente de la Iglesia el frágil y enfermo Juan Pablo II, es probable que
tenga lugar un nuevo consistorio en junio u octubre próximos. Es decir, una
nueva tanda de entre 15 y 30 nuevos cardenales, que podría cambiar totalmente
la geografía del próximo cónclave.
Más allá de que no hay ningún candidato sobresaliente -a diferencia
de 1939, con el cardenal Eugenio Pacelli que fue electo Pío XII; o 1963, con
Giovanni Battista Montini, Pablo VI-, se barajan varios nombres de los cuatro
continentes, y se espera una ardua lucha entre las distintas facciones.
Rota en 1978 la tradición del Papa italiano, si bien hay
quien cree que debe volverse a esa "costumbre", la mayoría considera
que no es cuestión de nacionalidad. Y que el sucesor podría ser otra vez
alguien nuevo, venido quizás del tercer mundo, donde viven más del 60% de los
mil millones de católicos.
En el caso de papables del tercer mundo, además del
arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, se mencionan a otros
candidatos latinoamericanos. Dos brasileños: el arzobispo de San Salvador de
Bahía, Geraldo Majella Agnelo, de 71 años, y el arzobispo de San Pablo, Claudio
Hummes, un franciscano de 70 años que apoya al Movimiento de los Sin Tierra. Un
mexicano: el arzobispo de Ciudad de México, Norberto Rivera Carrera, un hombre
de 62 años cercano al movimiento conservador y cada vez más influyente de los
Legionarios de Cristo. Y finalmente el hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga,
arzobispo de Tegucigalpa, un salesiano muy mediático, también de 62 años.
Cruzando el Atlántico, otro candidato bien posicionado, que
podría convertirse en el primer papa de color, es el nigeriano Francis Arinze,
de 72 años, prefecto de la Congregación del Culto de Divino y durante 19 años
responsable del diálogo interreligioso. Más hacia el Este, habría dos buenos
candidatos de la India: el arzobispo de Bombay, Ivan Dias, de 68 años, un
carismático que trabajó durante 36 años en la diplomacia vaticana -y por eso
muy respetado afuera-, y el arzobispo de Ranchi, el cardenal Telesphore Toppo,
de 65 años, presidente de la Conferencia Episcopal de toda la India y primer
purpurado indígena del mundo.
Volviendo a Europa, aunque los italianos -que cuentan con 20
cardenales electores- al parecer están muy divididos, desde hace años hay una
fuerte campaña en favor del arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, un experto
en temas de bioética de 70 años, cercano al Opus Dei y a la Comunidad de San
Egidio. Junto con él, otros papables italianos son el patriarca de Venecia, el
cardenal Angelo Scola, un intelectual muy ligado al movimiento de Comunión y Liberación,
y el mismo número dos del Papa, el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado
vaticano, de 77 años, que para algunos observadores podría llegar a ser una
figura de transición. Otra solución de transición considera como buen candidato
a otro de los hombres clave de Juan Pablo II, también de 77 años: el
conservador alemán Joseph Ratzinger, titular desde hace años de la poderosa
Congregación de la Doctrina de la Fe.
Otros europeos considerados papables son el cardenal belga,
Godfried Danneels, de 71 años, conocido por sus posturas abiertas en cuanto,
por ejemplo, al uso del preservativo para combatir el sida, para él un mal
menor en casos extremos. Y su colega autríaco, Christoph Schonborn, arzobispo
de Viena, un académico de 60 años que llamó a la Iglesia a reflexionar sobre la
situación de los católicos divorciados que vuelven a casarse, un problema que
deberá enfrentar el próximo papa.
Si Juan Pablo II llama a un nuevo consistorio en los
próximos meses, sin embargo, podrían surgir nuevos nombres. "Si el Papa
?crea´ nuevos cardenales, su sucesor podría estar entre ellos, como sucedió dos
veces en el último siglo", dijo a LA NACION Gerard O´Connell, experto en
temas vaticanos.
En la nueva tanda de cardenales, entre muchos otros, se cree
que dos argentinos podrían recibir el preciado birrete: el arzobispo Leonardo
Sandri, número tres del Vaticano, de 61 años -últimamente "la voz del
Papa" por tener el privilegio de leer sus mensajes-, y el arzobispo de La
Plata, Héctor Aguer, un sacerdote conocido por sus posturas conservadoras,
distintas a la del cardenal Jorge Bergoglio, el argentino hoy presente en todas
las listas de candidatos serios para la sucesión de Juan Pablo II.
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ResponderEliminarEl estilo sobrio de Bergoglio y la muy cuidada distancia que siempre mantiene frente al poder político lo diferencian tal vez del estilo predominante en la Curia romana, y ése también podría ser considerado un punto en contra.
De todos modos, el destacado papel que el cardenal argentino cumplió en el Sínodo de Obispos y las expectativas que se tejen acerca de la posibilidad de que el próximo Pontífice surja de América latina -donde vive la mitad de los 1000 millones de católicos que hay en el mundo- refuerzan la hipótesis de la eventual candidatura de Bergoglio, y así lo registran desde hace un tiempo destacados columnistas internacionales especializados en el Vaticano.
Las predicciones se basan en las condiciones personales y pastorales del arzobispo argentino, su intensa espiritualidad, los sólidos conocimientos teológicos y la permanente preocupación por acompañar al clero y estar cerca de los sacerdotes.