Pintor español. Salvador Dalí
nació en una madrugada de la primavera de 1904 en el seno de una familia
burguesa, hijo de un notario bien pensante y de una sensible dama aficionada a
los pájaros. Más tarde escribiría: "A los tres años quería ser cocinero. A
los cinco quería ser Napoleón. Mi ambición no ha hecho más que crecer y ahora
es la de llegar a ser Salvador Dalí y nada más. Por otra parte, esto es muy
difícil, ya que, a medida que me acerco a Salvador Dalí, él se aleja de
mí".
Puesto que la persecución
sería incesante y el objetivo no habría de alcanzarse nunca y, dado que en
ningún recodo de su biografía estaba previsto que hallara el equilibrio y la
paz, decidió ser excesivo en todo, interpretar numerosos personajes y sublimar
su angustia en una pluralidad de delirios humorísticos y sórdidos. Se definió a
sí mismo como "perverso polimorfo, rezagado y anarquizante", "blando,
débil y repulsivo", aunque para conquistar esta laboriosa imagen
publicitaria antes hubo de salvar algunas pruebas iniciáticas, y si el juego
favorito de su primera infancia era vestir el traje de rey, ya hacia sus diez
años, cuando se pinta como El niño enfermo, explora las ventajas de aparentar
una constitución frágil y nerviosa.
Salvador Dalí
Su precocidad es
sorprendente: a los doce años descubre el estilo de los impresionistas
franceses y se hace impresionista, a los catorce ya ha trabado conocimiento con
el arte de Picasso y se ha hecho cubista y a los quince se ha convertido en
editor de la revista Studium, donde dibuja brillantes pastiches para la sección
titulada "Los grandes maestros de la Pintura".
En 1919 abandona su Cataluña
natal y se traslada a Madrid, ingresa en la Academia de Bellas Artes y se hace
amigo del gran poeta granadino Federico García Lorca y del futuro cineasta
surrealista Luis Buñuel, de quien sin embargo se distanciará irreversiblemente
en 1930. En la capital adopta un extraordinario atuendo: lleva los cabellos
largos, una corbata desproporcionadamente grande y una capa que arrastra hasta
los pies. A veces luce una camisa azul cielo, adornada con gemelos de zafiro,
se sujeta el pelo con una redecilla y lo lustra con barniz para óleo. Es
difícil que su presencia pase desapercibida.
En los revueltos y
conflictivos meses de 1923 sufre un desafortunado contratiempo. En la Academia
de Bellas Artes a la que está adscrito se producen manifestaciones en contra de
un profesor, y antes de que dé comienzo el discurso oficial y se desate la
violenta polémica, Salvador abandona la sala. Las autoridades creen que con
este gesto ha sido él quien ha dado la señal de ataque y rebelión y deciden
expulsarlo durante un año. Después, de nuevo en Figueras, los guardias vienen a
detenerlo y pasa una temporada en la cárcel.
A la salida de prisión
recibirá dos alegrías. La primera, una prensa para grabado que su padre le
regala, y la segunda, la visita de su excelente compañero de la Residencia de
Estudiantes de Madrid Federico García Lorca, quien, en las calurosas noches del
verano de Cadaqués, lee a toda la familia Dalí sus versos y dramas recién
compuestos. Es allí, junto al Mediterráneo, donde García Lorca redacta la
célebre "Oda a Salvador Dalí", publicada unos años después, en 1929,
en la Revista de Occidente. Pronto será también Luis Buñuel quien llegue a
Cadaqués para trabajar con su amigo Salvador en un guión cinematográfico
absolutamente atípico y del que surgirá una película tan extraña como es El
perro andaluz.
En 1927 Dalí viaja por
primera vez a París, pero es al año siguiente cuando se instala en la capital
francesa y se une al grupo surrealista que lidera el poeta André Breton. Este
último terminará expulsándolo del movimiento algunos años después, en una
memorable sesión de enjuiciamiento a la que Dalí compareció cubierto con una
manta y con un termómetro en la boca, aparentando ficticiamente estar aquejado
de fiebre y convirtiendo así el opresivo juicio en una ridícula farsa.
La triple acusación a la que
tuvo entonces que enfrentarse Dalí fue: coquetear con los fascismos, hacer gala
de un catolicismo delirante y sentir una pasión desmedida e irrefrenable por el
dinero. A esto precisamente alude el célebre apodo anagramático con que fue motejado
por Breton, Avida dolars, acusación que lejos de desagradar al pintor le
proporcionaba un secreto e irónico placer. De hecho, después de conocer a la
que sería su musa y compañera durante toda su vida, Gala, entonces todavía
esposa de otro surrealista, el poeta Paul Eluard, Dalí declaró románticamente:
"Amo a Gala más que a mi madre, más que a mi padre, más que a Picasso y
más, incluso, que al dinero."
Salvador se enamoró de Gala
en el verano de 1929 y con ella gozó por primera vez de las mieles del
erotismo. Es la época en que pinta Adecuación del deseo, Placeres iluminados y
El gran masturbador, pintura esta última que fue atacada y desgarrada por el
fanático grupo puritano los Camelots du Roy. Mientras tiene lugar una
exposición de sus obras en la Galería Goemans de París, la joven y apasionada
pareja se refugia y aísla en la Costa Azul, pasando los días y las noches
encerrados en una pequeña habitación de un hotel con los postigos cerrados.
Dalí, un genio excéntrico
Enterado el padre de Salvador
de la vida disoluta de su hijo por un artículo de Eugenio D’Ors aparecido en La
Gaceta Literaria, rompe relaciones con su vástago; pero ello no debió afectarlo
demasiado, o quizás sí, puesto que es en esa época en que el artista realiza lo
mejor de su obra, como el célebre cuadro Persistencia de la memoria (1931),
donde blandos relojes cuelgan de la rama de un árbol, del borde de un pedestal
y sobre una misteriosa forma tendida en la vasta extensión de la playa.
En 1934 viaja con su ya
inseparable Gala a Estados Unidos, donde desembarca y se presenta ante los
periodistas con un enorme pan cocido por el cocinero del trasatlántico que les
ha transportado. En sus erráticas manifestaciones no duda en asociar el mito
hitleriano con el teléfono y a Lenin con el béisbol. Son todas bromas absurdas
que tratan de quitar hierro a una situación política amenazante. Dos años
después se desata la atroz guerra civil en España y una de las primeras
muestras de la probidad de los militares insurrectos es el infame asesinato de
su amigo Federico García Lorca, crimen que conmocionó a la opinión pública
internacional. Dalí escribió: "Lorca tenía personalidad para dar y vender,
la suficiente para ser fusilado, antes que cualquier otro, por cualquier
español."
En 1938 conoce por fin,
gracias al escritor vienés Stefan Zweig, a Sigmund Freud, quien había sido el
gran inspirador de la estética surrealista, de la que Dalí no se siente
marginado pese a las bravatas de Breton, sino que por el contrario se considera
el único y más genuino exponente. El padre del psiconálisis había dado pábulo a
la nueva indagación del inconsciente con su libro La interpretación de los
sueños (1900), pero nunca se había tomado demasiado en serio a sus jóvenes
admiradores de París.
No obstante, el 20 de julio
de 1938, tras el encuentro, Freud anotó en su diario: "Hasta entonces me
sentía tentado de considerar a los surrealistas, que aparentemente me han
elegido como santo patrón, como locos integrales (digamos al 95%, como el alcohol
puro). Aquel joven español, con sus espléndidos ojos de fanático e innegable
dominio técnico, me movió a reconsiderar mi opinión". Por su parte, el
artista realizó asombrosos y alucinantes retratos del "santo patrón"
de los surrealistas.
Instalado otra vez en Nueva
York en 1939, Dalí acepta un encargo para decorar unos escaparates comerciales.
El tema que elige es el del Día y la Noche, el primero evocado por un maniquí
que se mete en una bañera peluda y la segunda, por medio de brasas y paños
negros extendidos, pero la dirección modifica el decorado sin consultar al
autor. Dalí, iracundo, vuelca la bañera de astracán llena de agua y la lanza
contra los cristales del escaparate produciendo un gran estrépito y un notable
destrozo
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