10 Secretos de la Navidad para una sociedad posmoderna
Si nos detenemos a contemplar un momento "la
Navidad" no es tan difícil, por lo tanto, encontrar el secreto para ser
felices
La Navidad es inagotable. Después de dos mil años, sigue
ilusionando a los niños, inspirando a los artistas, arrobando a los místicos y
movilizando al mundo entero. Basta recorrer las principales avenidas y
comercios del orbe a partir de noviembre para sentir la fuerza del fenómeno. Y
esto en una cultura que es llamada ya por muchos "post-moderna"; es
decir, que dejó atrás la modernidad y se ha vuelto "ultramoderna",
sobre todo por su dominio técnico y científico, su estructuración geopolítica y
social y su configuración global.
En esta nueva edad de la humanidad, contrasta cada vez más
la celebración de la Navidad con la tradición de la Navidad. Las tradiciones,
en general, están muy devaluadas. Se ha difundido la idea de que son algo que
se hace sólo por costumbre, inercia o imposición social o religiosa. Muy al
contrario, las tradiciones son como las mejores prácticas de la humanidad,
amasadas en forma de costumbre o recurrencia, precisamente para que no se
pierdan. Las tradiciones tienen un núcleo interior, un sentido profundo que
inspira y da significado a la celebración exterior.
La celebración de la Navidad, sin embargo, está siendo cada
vez más superficial y material. Y a medida que se va imponiendo un modelo
pagano y comercial de celebrarla, se va perdiendo su riqueza profunda y su
encanto. Hacen falta nuevos puentes entre tradición y postmodernidad. Sin duda,
hay muchos elementos que depurar en ciertas tradiciones. Pero es preciso
redescubrir el valor de las sanas tradiciones, si no queremos perder
irresponsablemente riquezas atesoradas por la humanidad a lo largo de siglos y
milenios.
La Navidad es la tradición por excelencia. Aunque
inmediatamente hay que aclarar que la Navidad es mucho más que una tradición.
Es un acontecimiento. Un evento histórico o, mejor, "metahistórico",
en el sentido de que rebasa, desborda y envuelve la historia misma,
iluminándola y dándole su pleno significado. Por eso, la Navidad jamás será
obsoleta. Y por eso también hoy tiene tanto que decirle a nuestra cultura
postmoderna. Las siguientes reflexiones son sólo un botón de muestra.
1. El secreto del burro y el buey: la calma
La nuestra es una sociedad apresurada. No tenemos tiempo
para nada. Parecemos "malabaristas" de la existencia: sentimos la
presión de mantener muchos roles y responsabilidades en el aire y la limitación
de contar sólo con "dos manos".
Y se nos nota: la prisa nos apremia; y también nos maltrata.
Más allá de los estragos del stress, tan bien documentados, a veces cometemos
errores muy básicos por no dedicarle a cada cosa su tiempo. No hace mucho, al
bajar del coche, por la prisa, cerré la puerta sin estar "completamente
fuera". ¿El resultado? Un dedo "machucado" y algunas estrellas.
El burro y el buey, siempre presentes en los nacimientos,
tienen un secreto que ofrecernos: la calma. La tradición de colocar estos dos
animales junto al pesebre del Niño Jesús no es ornamental. Tiene fundamento
bíblico: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo",
escribe el profeta Isaías (1, 3).
Recuerdo el gesto sereno y apacible del burro y del buey del
nacimiento que poníamos en casa. Dos modelos humanos difícilmente hubieran
podido expresar tanta calma. El burro y el buey simplemente "están".
No se mueven. No caminan. No se marchan. No tienen ninguna prisa.
La calma supone saber estar donde se debe estar en cada
momento. Claro, supone también una buena organización personal y claridad de
prioridades. Si quieres calma -parecen decirnos estos animales- dale prioridad
a Dios. Ellos reconocieron en el Niño Jesús a su "dueño y amo". En
otras palabras, no tenían otro lugar mejor donde estar en ese momento. Si Dios
fuera siempre nuestra prioridad, y le dedicáramos tiempo a la oración, al trato
con Él, seguramente tendríamos más calma. No por tener menos cosas que hacer,
sino por hacer las que realmente importan. Por lo demás, el tiempo no existe ni
importa cuando estamos con aquellos que amamos.
"Ustedes tienen el reloj; nosotros tenemos el
tiempo", decía un viejo beduino del desierto a un turista. Aprendamos del
burro y el buey a no dejarnos presionar tanto por las manecillas. Y menos
cuando estemos en oración. Nunca como entonces se puede saborear la serena
alegría de estar junto a Dios en plena calma.
2. El secreto de José: la providencia
Nuestra sociedad se ha vuelto demasiado racional. El
concepto viene del latín "reor, ratum", que significa calcular. En
otras palabras, hemos aprendido a ser calculadores. Ponderamos demasiado
ciertas decisiones que podrían ser más diligentes y valientes si no miráramos
tanto su precio en sacrificio o generosidad. En el fondo, además de mezquindad,
el ser calculadores supone poca confianza en Dios. Lo prevemos y lo programamos
todo para no poner en riesgo nuestra comodidad o conveniencia.
También José habrá hecho sus cálculos y previsiones.
"Será Hijo del Altísimo", le dijo María. Y Él concluyó en su
imaginación: "Nacerá en un palacio, con los mejores médicos. Viviremos con
él en Jerusalén, la capital. Nos darán como casa el Templo de Salomón. Y vendrán
reyes y reinas de todas partes a visitarnos. Ya no tendré que trabajar de
carpintero".
Pero, ¡qué realidad tan distinta! Un inesperado censo en
Belén, el nacimiento en una cueva y la huida a Egipto dieron al traste con sus
ilusiones. Y después el regreso a Nazaret y una larga estancia ahí, sin pena ni
gloria, para terminar muriendo carpintero. La Navidad es una profunda lección
sobre la providencia de Dios, que lleva muchas veces nuestra vida muy al margen
de nuestros cálculos y previsiones.
Confiar en la providencia es la actitud más realista. Nadie
tiene el control total de su destino personal, matrimonial, familiar,
profesional, etc. No lo tuvo José; menos lo tendremos nosotros. Y es mejor que
así sea. La apertura a la providencia divina nos ubica en nuestra realidad de
creaturas de un Dios que ve y actúa más allá de las circunstancias prósperas y
adversas, llevando siempre las cosas en el modo que más nos conviene. Fue el
caso de José; y puede ser también el nuestro si aprendemos, como él, a confiar
en la Providencia.
3. El secreto de los ángeles: la espiritualidad
Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más física. No en el
sentido científico, sino corporal. Está obsesionada por el fitness, por la
"buena forma". Los gimnasios están cerca de llegar a ser el negocio
del siglo. Ahora bien, cultivar el cuerpo no tiene nada de malo. El cuerpo es
una dimensión esencial de nuestro ser. Como dijo el filósofo Gabriel Marcel,
propiamente no tenemos un cuerpo; somos nuestro cuerpo.
Posee, por tanto, una altísima dignidad, y merece todo
cuidado y atención. Cada uno es responsable del cuerpo que Dios le dio a modo
de talento para dar fruto en esta vida. Baste pensar que todos nuestros actos,
los ordinarios y los sublimes, entran en escena a través de nuestra
corporeidad; incluso el pensar y el amar.
Pero una cosa es cultivar el cuerpo y otra muy diferente es
dar culto al cuerpo. El cuerpo nunca ha de ser idolatrado. Porque nadie debe
idolatrarse a sí mismo. Hoy cabría hablar de un cierto narcisismo corporal.
Narcisismo condenado de raíz, como en el caso de la fábula, a una profunda
frustración. El tiempo pasa y deja su indeleble huella de desgaste y
debilitamiento sobre el cuerpo, por más que uno se afane en conservarlo
intacto. Ninguna cirugía, ningún procedimiento, ninguna técnica -por mucho
avance que haya en la materia- es capaz de evitar el envejecimiento. Y quienes
van más allá de lo razonable en este campo, en lugar de envejecer con
naturalidad -que es la manera "bella" de envejecer- envejecen como
monstruos.
Contra esta tendencia "idolátrica" del cuerpo, los
ángeles de la Navidad nos revelan su secreto: el de la espiritualidad. Ellos,
que son espíritus puros, nos enseñan a valorar y a gozar la vida espiritual. A
buscar no sólo una buena "condición física"; también espiritual.
Después de todo, el espíritu nunca envejece. "Cada uno tiene la edad de su
corazón", solía repetir el beato Juan Pablo II. Y tal vez por eso, a pesar
de los achaques de su vejez corporal, mantuvo siempre un espíritu joven. Basta
ver con qué facilidad conectaba con los jóvenes en las Jornadas Mundiales que
él mismo protagonizaba.
A veces podemos sentir que la vida espiritual es aburrida,
monótona. El canto de los ángeles en Navidad nos recuerda que la vida
espiritual es siempre bella, emocionante minuto a minuto, cualquiera que sea la
condición del cuerpo. No está mal cultivar la buena forma, cuidar la salud del
cuerpo. Pero también -y con mayor razón- hay que cultivar el alma. Después de
todo, como dice una antigua frase latina, "los rasgos del alma siempre
serán más bellos que los del cuerpo".
4. El secreto de María: el silencio
Dos necesidades básicas nos definen: hablar y ser
escuchados. Con el añadido hoy de la tecnología -celulares, redes sociales,
blogs, chateo, etc.- la ecuación queda así: tendencia natural a hablar +
tecnología = sociedad hiperparlante. Supongo que más de alguno habrá ya querido
gritar desde algún punto del planeta: "¡Basta; cállense todos!".
María tiene un secreto para nuestra ruidosa sociedad: su
silencio. Ella, la gran coprotagonista de la Navidad; la que tendría tanto que
decir, tanto que contar, guarda silencio, medita. Según la narración evangélica
del nacimiento de Jesús, en esos momentos María no dijo una sola palabra. Su
silencio fue el mejor modo de acompañar el acontecimiento más grande de la
historia. Ningún sonido, ninguna melodía hubiera estado a la altura del
momento. Por eso, bien se ha dicho, nada es más solemne que el silencio.
Ahora bien, el silencio de María no fue estéril ni
superficial. Fue el espacio fecundo para reflexionar, profundizar y contemplar:
"María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su
corazón" (Lc. 2, 19). Ella entendió por anticipado lo que un psiquiatra
español diría siglos más tarde: en ciertas ocasiones "la palabra es plata
y el silencio es oro".
El silencio tiene capas. Hay un silencio
"exterior". Importantísimo. Consiste en saber "apagar" los
estímulos sensoriales. Cuánto bien nos haría a todos tener al menos 30 minutos
de este silencio al día. No siempre es posible. Pero habría que saber encontrar
algún remanso así a lo largo del día. Los silencios más profundos son los de la
memoria, para evitar malos recuerdos y purificar el pasado; los de la
imaginación, para no anticipar desgracias; los de la susceptibilidad, para no
"atar demasiados cabos" y sentirnos víctimas de todo mundo, etc.,
etc. Adquirir la disciplina del silencio no es fácil, pero el fruto bien vale
la pena. El silencio es, en cualquier caso, un guardián del alma.
5. El secreto del pueblo judío: la esperanza
Nuestra sociedad tiende al pesimismo. No sin razón. Basta
hojear cualquier periódico para lamentar lo mal que están las cosas. Y así, a
fuerza de tragedias y decepciones, han bajado mucho nuestras reservas de
optimismo.
En el fondo, hemos perdido esperanza. Y tal vez por eso nos
hemos vuelto más superficiales. La superficialidad es la enfermedad de los que
no esperan nada. De los que viven en un mundo sin profundidad, sin relieve, sin
montañas que conquistar ni misterios que penetrar. J.P. Sartre escribió:
"La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta
vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la
esperanza". Pues precisamente, esa locura del mundo, la esperanza, fue por
siglos el gran secreto del mundo antes de Cristo; el que lo puso en una sana
tensión, en una espera de Dios que no fue defraudada.
Cuando esperamos algo nos polarizamos, nos cargamos de
ilusión. La esperanza mete un centro de gravedad en nuestra vida, y así nos saca
de la superficialidad. La espera de Cristo ha sido la más grande que el mundo
ha tenido y tiene, pues ahora esperamos su segunda venida. La Navidad nos lo
recuerda cada año. S. Grygiel definió la esperanza como la memoria del futuro.
Conviene recordar siempre que lo mejor está por venir; que Cristo está por
venir. Es el núcleo del mensaje del Adviento litúrgico.
El optimismo cristiano no es una vana ilusión; es una
educación del alma. El optimista es quien ha sabido educar su mirada para
descubrir lo positivo que se asoma a su alrededor. Y si la crónica del mundo no
camina por donde quisiéramos, no es más que una invitación a mirar más alto.
Después de todo, como diría Lacordaire, la adversidad descubre al alma luces
que la prosperidad no llega a percibir.
6. El secreto de las estrellas: la humildad
El glamur, según el Diccionario de la Real Academia
Española, es un "encanto sensual que fascina". En nuestra sociedad
equivale a una preocupación excesiva por la buena apariencia, por el look más
llamativo. En un sentido más amplio, el glamur está presente en casi todos los
sectores. Hay un glamur de los negocios, del deporte, del espectáculo, de la
vida social. En todos los casos, el objetivo es brillar, impresionar, ser el
centro de atención.
A esta sociedad glamurosa, las estrellas de la noche de
Navidad tienen un secreto que ofrecerle: el de la humildad. Las estrellas sólo
brillan en la oscuridad. Cada una brilla con su tamaño y su fulgor propio, sin
complejos ni tontas comparaciones. Las estrellas brillan siempre,
independientemente de si las miramos o no. Las mira Dios, y eso les basta.
"No eres más porque te alaben, ni eres menos porque te desprecien; lo que
eres a los ojos de Dios, eso eres", escribía Tomás de Kempis en el siglo
XV.
Aquella noche de Navidad, las estrellas debieron brillar
maravillosas, sin envidia de la gran estrella posada sobre la cueva de Belén.
Cada una brilló lo mejor que pudo, sin sentirse menos. De haberla mirado con
envidia, se habrían opacado. Porque la envidia es la polilla del talento
(Campoamor). Ellas, en cambio, por su humildad preservaron su talento. Y por
eso hoy, sobre una sociedad ávida de reflectores, de relumbrón y de flashazos,
ellas siguen siendo, sin pretenderlo, las verdaderas estrellas.
7. El secreto del pesebre: la pobreza
Una nota novedosa de nuestra sociedad postmoderna es la
ambición. Sin duda, ciertas ambiciones son legítimas. El problema es la
ambición que se torna insaciable. El gran secreto del pesebre fue la pobreza
espiritual, el desprendimiento interior.
Siempre he tratado de imaginar la historia del pesebre; una
historia que, sin duda, fue de más a menos. Empezó siendo un tambo limpísimo,
idóneo para almacenar agua, aceite o vino. Más tarde fue contenedor de
combustible o de lejía. Después lo destaparon para llenarlo de grano trigo,
garbanzo o maíz. Un poco más rodado y abollado, se convirtió en tambo de
basura. Muchos golpes después, picado y maltratado, cuando ya no servía para
otra cosa, lo pasaron por la sierra y, partido por la mitad, dejó de ser tambo
y empezó a ser pesebre, en el que colocaron paja para vacas y bueyes.
Quizá nunca imaginó, rodando por la pendiente de la
humillación, que llegaría a ser el primer sagrario de la historia, después de
María. El pesebre nos recuerda que muchas veces se es más feliz y afortunado
siendo menos que más; que el camino de la ambición no lleva a ninguna parte; y
que las predilecciones de Dios tienen muy poco que ver con nuestros méritos.
8. El secreto de los Reyes Magos: la docilidad
Nuestra sociedad presume, con razón, de independencia. Pero
una mal entendida libertad puede llegar a ser una falsa autonomía, que raya en
la ilusión, en la pérdida de referentes morales y de criterios rectos y claros.
Ciertas corrientes de pensamiento han postulado un falso humanismo, que
consiste en borrar a Dios del horizonte para que el hombre pueda ser plenamente
hombre. Su tesis, en resumen, podría enunciarse así: "Si Dios es, el
hombre no puede ser".
Esta postura, sin embargo, constituye un verdadero drama,
que inspiró el título de un libro del teólogo Henri de Lubac: El drama del
humanismo ateo. Años más tarde, el Concilio Vaticano II resumía admirablemente
su esencia: "La criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el
olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et spes, 36).
En otras palabras, cuando el hombre deja de tener por
referente a Dios, se extravía en un laberinto sin salida. Es aquí donde los
Reyes Magos tienen un secreto maravilloso que ofrecernos: el de la docilidad a
Dios. Ellos se dejaron guiar. Fueron verdaderamente sabios al no fiarse de sí
mismos, de su autonomía; al buscar fuera de sí mismos, en el cielo, la
verdadera razón de su vida y el camino a seguir. Cierto, el camino fue largo y
muchas veces oscuro. Pero en premio a su docilidad, encontraron al mismísimo
Dios, que se hizo carne para ser hallado.
Su docilidad es una lección de sensibilidad a los auténticos
valores y a las inspiraciones de lo alto. Dios nos manda señales; nos sugiere,
nos invita, nos muestra estrellas que seguir. El corazón rebelde se ciega y
endurece; se enferma de lo que la Biblia llama "esclerocardía"
-dureza de corazón-. En cambio, el corazón sensible tiene ojos; y el dócil,
pies. Así puede descubrir las "señales de arriba" y seguirlas con
paciencia, sabiendo que tarde o temprano le llevarán al mejor de los hallazgos:
Dios mismo.
9. El secreto de los pastores: la fe
A nuestra sociedad cada día le cuesta más creer. Es cierto,
muchas certezas se han derrumbado; muchas confianzas han sido defraudadas,
sobre todo en los últimos años. Por eso, más de alguno me ha dicho: "Ya no
sé en qué creer".
El secreto de los pastores fue su fe. Una fe sencilla, pero
viva, operante y alegre. Ellos eran, muy probablemente, hombres sin educación,
sin formación, sin grandes lecturas. Pero aquella noche de Navidad fueron los
hombres más iluminados de la historia. Dice el Evangelio: "Había en la
misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante
la noche su rebaño. Se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor
los envolvió en su luz" (Lc. 2, 8 - 9). Eso es la fe: una luz envolvente,
que todo lo ilumina: no sólo la noche, también la vida; no sólo el entorno,
también el corazón.
La suya fue una fe sin cuestionamientos. Inmediatamente, sin
mayor deliberación, los pastores se levantaron y se pusieron en camino. "Y
sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se
decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y
el Señor nos ha manifestado" (Lc. 2, 15).
La fe no es sólo "creer" con la mente. Es un
dinamismo interior que nos pone "en movimiento". La fe cambia la
vida. Nunca es estática. Porque nuestro corazón tampoco lo es; siempre busca un
horizonte ilimitado. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y
sus motivaciones, también.
La fe de los pastores, por lo demás, tampoco contradijo su
razón. Sólo la iluminó. La llevó mucho más lejos. La abrió a una revelación que
venía de lo alto. Porque, en definitiva, la fe es más una respuesta que una
búsqueda. Los pastores no buscaron a Dios; sólo se dejaron encontrar por Él.
La fe desemboca en un gran sentido de lo esencial. Aquella
noche, los pastores descubrieron que ya nada importaba, que sólo una cosa era
necesaria: estar junto al Recién Nacido. Quien posee el sentido de lo esencial
capta lo importante, busca lo único necesario, y así simplifica muchísimo su
vida. Fue lo que años después diría Cristo a Marta: "Marta, Marta, te
preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de
una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc.
10, 41-42).
10. El secreto de la noche de Navidad: la paz
Se diría que éste último secreto de la Navidad es la
síntesis de todos los anteriores: la paz. San Agustín la definió como la
"tranquilidad del orden". Según los historiadores, durante la noche
de Navidad cesaron las guerras, se hermanaron los pueblos, se reunieron las
familias, y parece que todo el cosmos se puso en paz. El Martirologio romano
subraya este hecho cuando dice que Cristo nació "mientras reinaba la paz
en toda la Tierra".
La paz es un resultado. Algo que encontramos al final del
esfuerzo. Quien renuncia a la prisa, confía en la Providencia, se ejercita en
la espiritualidad, vive el silencio, madura su esperanza, forja su humildad y
pobreza, su docilidad y su fe, seguramente hallará paz.
Parecen demasiados pasos. En realidad, el camino no es tan
largo. Porque todos estos esfuerzos son vasos comunicantes. Quien trabaja en un
aspecto, termina por crecer también en los demás. No hay hombre que ore sin
ejercitar su fe, su abandono en Dios, su pobreza y humildad. Por eso, más que
ver una lista de tareas, tomemos al menos un secreto de la Navidad y empecemos
a vivirlo con empeño e interés. Cualquiera de ellos tiene toda la virtualidad
para cambiarnos la vida y mejorarla notablemente.
Y no olvidemos que el verdadero centro de la Navidad es
Jesús mismo. Él es el Príncipe de la Paz, como lo llama la Iglesia. En Él y
sólo en Él encontraremos la paz. En Él posemos nuestra mirada, confiada y
segura. Quizá el "mundo feliz" que algunos han profetizado no es tan
utópico como pareciera. Porque en realidad no se necesita quién sabe qué nivel
de desarrollo científico y técnico para clonar a la gente y diseñar una
perfecta ingeniería social. Si queremos una sociedad postmoderna
"feliz" -hasta donde es posible en esta vida-, sólo hay que
redescubrir algunos secretos esenciales, poner a Cristo al centro de cada
familia y dejarlo reinar.
Después de todo, Dios sigue siendo el Señor de la vida y de
la historia, aunque no lo parezca. Su victoria sobre el mal -en cualquiera de
sus formas- es ya una realidad. Y, si lo acogemos, su victoria será también
nuestra. O para decirlo de forma más poética, con un himno de la Liturgia de
las Horas, "derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y
su final; esperad con confianza su venida; no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es
más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará".
Les deseo feliz navidad a todos queridos hermanos y hermanas
Padre Miguel.
Les deseo feliz navidad a todos queridos hermanos y hermanas Padre Miguel.
ResponderEliminarDios bendiga a nuestra Patria, a nuestra Diócesis, a nuestra familia y a todos nos haga dóciles al Espíritu Santo, como María...
1.- La Navidad es: Paz, Alegría, Esperanza y Silencio. Jesús, María y José estaban solos. Pero Dios buscó para acompañarlos gente sencilla, unos humildes pastores. Esa noche, ellos son los primeros y los únicos en saber del nacimiento del Mesías en la tierra. En cambio, hoy, lo saben millones de hombres de todo el mundo. La luz de la noche de Belén ha llegado a muchos corazones. Los pastores que aquella noche la acogieron, encontraron una gran alegría, la alegría que brota de la luz. La oscuridad del mundo superada por la luz del nacimiento de Dios. Dios quiso que los pastores fueran también los primeros mensajeros. Ellos contarán los que han visto y oído. Y nos dice el evangelio que todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Igualmente, a nosotros se nos revela Jesús en medio de la normalidad de nuestros días, y también nosotros necesitamos la misma sencillez y humildad de los pastores para llegar hasta El. Debemos estar atentos para descubrir a Jesús en la sencillez de lo ordinario, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre, sin demostraciones aparatosas. Y todo el que ve a Cristo se siente movido a darlo a conocer en seguida. No puede esperar…
ResponderEliminar2.- ¿Quién es Jesucristo? Podríamos decir que las lecturas del día de Navidad se concentran en dar una respuesta al gran interrogante que ha atravesado los dos mil años de cristianismo: ¿Quién es Jesucristo? La respuesta la encontramos, sobre todo, en el prólogo del evangelio según san Juan: El Verbo, el creador del universo, la luz del mundo, el revelador del Padre, etc. Esta respuesta del evangelio es colocada en el ámbito del profetismo del Antiguo Testamento: Jesucristo, el mensajero que trae la paz y la salvación -primera lectura-; Jesucristo, el último y definitivo profeta de Dios ¿Quién es Jesucristo? En todo el mundo cristiano el día 25 celebramos el nacimiento de un niño: Jesús de Nazaret, que ha revolucionado durante dos mil años la historia de la humanidad. Quienes no son cristianos tal vez se pregunten quién es ese niño que celebran los cristianos con tanta solemnidad. Y no está mal que también nosotros, en esta singular ocasión de la Navidad, nos lo preguntemos.
ResponderEliminar3.- ¿Quién es Jesucristo para mí? Jesucristo es el Verbo, que vive en el seno de Dios, y que pone su tienda entre los hombres, en un determinado momento de la historia. Jesucristo, antes de ser una palabra pronunciada por la historia, es La Palabra pronunciada por el mismo Dios. El Padre está pronunciando eternamente La Palabra. En Belén, en tiempo del emperador Augusto, la Palabra eterna es pronunciada por labios humanos, se convierte en palabra de carne. Se llama Jesús de Nazaret. Esto es teología, pero lo importantes es que te preguntes de modo muy personal: "Para mí, ¿quién es Jesucristo?". Según que se responda a esta pregunta con los labios, con el corazón y sobre todo con la vida, nuestra existencia seguirá un rumbo u otro, seguirá unos parámetros u otros según los cuales vivir. Si Jesucristo lo es todo para mí: mi Dios, mi salvador, mi modelo, mi todo, trataré de hacer real en mi vida este convencimiento. Si Jesucristo es un hombre extraordinario, el más enigmático y grandioso entre los hijos de Adán, pero nada más que hombre, seré tal vez un gran admirador de su figura, trataré de seguir su vida moralmente ejemplar, pero nunca caeré de rodillas ante él, ni le invocaré como redentor, ni estaré dispuesto a dar mi vida por creer en él. Que esta Navidad reafirmemos nuestra fe en "Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre", en "Jesucristo, salvador del hombre".
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