María, la cristófora
María es el medio por el que ha
querido Dios traernos a Jesucristo. Es voluntad de Dios que Cristo venga a
nosotros por María.
Dios eligió a María para ser
Madre suya y por la aceptación de María a la voluntad divina Dios se hizo
hombre. María ha traído el Verbo a todos los hombres.
El pasaje de la visitación es un
ejemplo de cómo María trae a Cristo a cada alma.
María llevando en su seno a
Jesús visita a Isabel y se lo comunica a la anciana y a su hijo Juan también
encerrado en su seno.
María es portadora de Cristo:
cristófora. La presencia de Jesús en Ain Karin produce maravillas “pronto se
declaran los beneficios de la venida de María y la presencia del Señor”, dice
San Ambrosio. ¿Qué beneficios? “saltó de gozo el niño, en su seno”; “Isabel
quedó llena del Espíritu Santo”. La presencia de la Madre y del Hijo, por otro
lado inseparables, produce gozo, contemplación, santifica, hace presente al
Espíritu, produce carismas, llena de gracias… “el soldado, encerrado en el
vientre, conoció al Señor y al Rey que había de nacer, sin que el velo del
vientre obstaculizase la mística visión. Por tanto, vio, no con los ojos de la
carne, sino con los del espíritu”.
Dos enseñanzas:
La gracia santificante es un don
de Dios, por el cual, somos hijos suyos. La consiguió Cristo muriendo en la
cruz y se da a quien acepta a Cristo y sus mandamientos.
María nos trae la fuente de
gracia, el manantial de donde brota toda gracia, Cristo Jesús. Por eso es clave
en nuestra vida la devoción a María. Ella nos traerá a su Hijo.
Llevar a Cristo en el corazón.
Llevarlo de camino como María cuando fue a la montaña. Llevar a Cristo a la
familia, llevar a Cristo en el trabajo, en las diversiones, llevar siempre a
Cristo a todo lugar. Tenemos que acostumbrarnos a un trato íntimo con Jesús que
habita en nosotros por la gracia santificante.
Llevar a Cristo en el corazón
produce cambios en el ambiente donde estamos. Quizá no lo notemos pero se
producen. En ambientes cristianos: crecimiento espiritual, presencia del
Espíritu, alegría, gozo. En ambientes no tan cristianos: reproches,
interrogantes, planteamientos, deseos de imitación, paz, contradicciones,
malestares, etc., pero siempre la presencia de Cristo es para el bien de los
que le aman.
En un mundo donde hay muchos
cristóforos debemos dar testimonio siendo cristóforos pues no hay razón para
temer a Cristo que es nuestra salud, nuestra paz6, nuestro bien. Hay que
testimoniar que la felicidad no se alcanza sin portar a Cristo y que no hay
razón para temerlo ni perseguirlo. Sólo pueden temer a Cristo los que no
quieren la felicidad. Jesús niño ¿qué
temor puede darnos?
El júbilo mesiánico
La visita de María a Isabel no
es una visita fortuita sino que tiene su origen en una revelación de Dios.
El ángel hace conocer a María el
embarazo milagroso de Isabel. María no lo habría podido conocer de otra manera
a no ser que se lo hubiera dicho la misma Isabel. La distancia que separaba a
las primas no facilitaba la comunicación y el hecho, el embarazo, no lo podía
esperar María de ninguna manera porque Isabel y Zacarías eran ancianos y además
Isabel era estéril.
El milagroso embarazo también es
una prueba o una confirmación del poder de Dios que anuncia a María la
Encarnación.
María va a Ain Karin no para
conocer la veracidad de la anunciación sino movida por la caridad hacia su
prima y bajo la inspiración del Espíritu Santo pero también acoge con gozo la
prueba que Dios le da confirmando lo que ha sucedido en ella. La visitación es
la fiesta de la alegría. Dos mujeres que se alegran porque van a ser madres.
Dos hijos que se alegran porque se encuentran por primera vez iniciando la gran
misión que les ha dado Dios en gracia. Isabel se alegra por la visita de María
y por su maternidad divina y María se alegra por ver a su prima resplandeciente
de gozo porque va a ser madre cuando nunca lo esperaba y también se alegra en
el Señor por su fidelidad a las antiguas promesas cantando un cántico de
alegría que se perpetuará para siempre. Isabel se goza en el Espíritu Santo y
exclama en alta voz. María se alegra en el Señor y exulta su espíritu en Dios.
El fundamento de esta plenitud
de alegría es la Encarnación, el cumplimiento de las promesas y de las
profecías. Es el júbilo mesiánico. La alegría en su plenitud por estar en la
presencia de Dios, en Dios mismo. Es una verdadera alegría, una alegría en el
Señor.
Esta Buena Nueva de la que
participan María e Isabel como protagonistas, ya que una es la futura madre del
Salvador y la otra la futura madre del precursor del Mesías, las llena de
alegría como a todo hombre que quiere salvarse.
Fiesta de alegría personal
porque Dios se ha hecho hombre para salvarme a mí: “me amó y se entregó a sí
mismo por mí” pero también fiesta de la alegría comunitaria que es mayor aún.
¿Por qué? La alegría comunitaria se da en los perfectos porque es participación
de la alegría del cielo, en el cual, la alegría común se funda en la unión
común por el amor en Dios.
La alegría comunitaria es más
difícil de adquirir. Es alegría por la alegría del otro más que por la propia y
se llama congratulación. Es más fácil alegrarse por un bien para nosotros que
alegrarse por la alegría que tiene el otro por un bien recibido.
Isabel se alegró porque María
fue llamada a ser Madre del Mesías, el mayor bien para una criatura humana. La
alegría por ese bien recibido era la alegría de Isabel, y María se alegró
porque Isabel iba a dar a luz un hijo siendo anciana y estéril y porque ese
hijo se alegró ante la presencia de su Hijo. La alegría de Isabel era su
alegría. Y entre ellas no hubo nada amargo ni malos ojos porque una misión era
mayor o porque una vocación era más sublime. Entre perfectos no hay envidia
sino congratulación.
La alegría comunitaria se
fundamenta en la comunión y la comunión entre los cristianos se da en la
caridad. La gracia de Cristo nos une ya que nos hace participar de la comunión
de los santos, de los que viven vida divina.
En la Iglesia no debe haber
envidia sino congratulación. Si hay envidia es por falta de perfección. Todos
somos miembros de un mismo Cuerpo cuya cabeza es Cristo. Todos somos
necesarios, cada uno con su función y en su lugar.
Cuando un miembro está enfermo
todo el cuerpo sufre. Cuando está sano el cuerpo está bien. Lo bueno en cada uno
de los cristianos repercute en todo el Cuerpo. Por eso los bienes que derrama
Dios en su misericordia sobre cualquier cristiano deben alegrarnos a todos
porque es un bien para todos.
Alegrémonos en el Señor que es
el fundamento de la alegría cristiana. Alegrémonos por las maravillas de Dios
en María y en ella y por ella a toda la humanidad.
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