ADORAR EN ESPIRITU
“Si no me voy, no
vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16,7).
1. Reflexión
A partir de Cristo no sólo tenemos un nuevo conocimiento del
Espíritu Santo, -lo cual sería mucho- sino que tenemos nueva experiencia del
Espíritu y somos testigos de la obra que él realiza en nosotros en nombre del
Señor Jesús, que prometió pedirlo al Padre para los discípulos con el fin de
que estuviera con nosotros para siempre. Él es el que nos capacita para la
nueva adoración.
La adoración cristiana está integrada en las nuevas
corrientes de agua viva de que Jesús hablaba a sus discípulos: "Si alguno
tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: `De su
seno correrán ríos de agua viva’. Esto lo decía
refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él"
(Jn 7,37-39). El Espíritu Santo hace de nuestro corazón un templo interior
donde podemos dar culto a Dios y rendirnos en adoración a él.
Porque el Espíritu nos hace hijos de Dios, pues “se une a
nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8.16),
podemos adorar a Dios no sólo como criaturas, sino como hijos, desde la nueva
naturaleza, la nueva vida, la nueva dignidad y el nuevo gozo que supone ser y
sabernos hijos suyos. Y como el Espíritu nos injerta en Cristo por el bautismo,
Cristo es también nuestra plataforma de adoración al Padre mientras
permanecemos fieles a él, porque se ha hecho realidad aquella palabra de Jesús
que decía: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).
Nuestra adoración, como toda nuestra relación con Cristo y
con el Padre siempre que vivamos en docilidad a él, está dirigida y orientada
por el Espíritu, que clama: “¡Abbá, Padre!” (Ga 4,6).
Nuestras relaciones con Dios están gobernadas por el mismo
principio: "Por él (Cristo) unos y otros tenemos acceso al Padre en un
mismo Espíritu" (Ef 2,18). Algo que referido a la adoración podría
enunciarse así: Por él (Cristo) unos y otros podemos adorar al Padre “en
espíritu” (Jn 4,24) y en “un mismo
Espíritu” (Ef 2,18), porque el Espíritu Santo "se une a nuestro
espíritu" (Rm 8,16).
El grado de unidad entre nuestro espíritu y el Espíritu de
Dios es determinante a la hora de rendir a Dios nuestra adoración. A medida que
nuestro espíritu esté más sometido al Espíritu de Dios, la adoración crecerá en
calidad, porque será más en espíritu, más desde el corazón. La verdadera
calidad de la adoración se mide en el espíritu, más allá de las expresiones
físicas y de la participación intelectual. La verdadera adoración cristiana no
sigue el esquema desde fuera hacia dentro sino que parte desde lo más profundo
de nuestro ser, desde la comunión de nuestro espíritu con el Espíritu de Dios.
Esto significa que es imposible la adoración verdadera, si nuestro espíritu no
tiene la vida que le da el Espíritu de Dios, a la cual tenemos acceso por la
conversión y el nuevo nacimiento, y que mantenemos después mediante nuestra
lucha contra el pecado y nuestra vida bajo el señorío de Jesús.
2. Palabra
profética
Visión durante la adoración: un grupo de personas caminando
hacia una montaña de la que sale una luz muy potente. Entre ellos algunos
llevaban grandes cargas y ropajes muy gruesos y oscuros. Había momentos en que
se postraban en tierra para adorar. Cuando se levantaban avanzaban mejor, porque habían dejado algo de
su carga y se sentían más ligeros. Palabra: “Cuando mi pueblo se postra delante
de mí, cuando me adora en espíritu y verdad, llevo a cabo mi transformación en
él. Compartid esta experiencia a otros. Y si en algún momento dudáis de la
utilidad del tiempo que pasáis a mis pies, recordad que es aquí donde tomáis
fuerzas para caminar y donde dejáis vuestras cargas con más facilidad”.
“Cuando mi pueblo se postra delante de mí, cuando me adora en espíritu y verdad, llevo a cabo mi transformación en él. Compartid esta experiencia a otros. Y si en algún momento dudáis de la utilidad del tiempo que pasáis a mis pies, recordad que es aquí donde tomáis fuerzas para caminar y donde dejáis vuestras cargas con más facilidad”.
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