El Espíritu Santo, nuestro guía en Adviento
Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del
Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él.
Durante el Adviento no podemos olvidar la presencia del
Espíritu Santo que primero actúa profetizando la venida del Mesías, y después,
en Jesucristo. Esto es para nosotros una muy especial indicación por parte de
Dios Nuestro Señor de que las necesidades que posee el hombre sólo pueden
realizarse desde una perspectiva: la del Espíritu Santo. Sin embargo, tampoco
podemos olvidar que esto únicamente es posible para el alma que se convierte en
dócil instrumento del Espíritu Santo, pues es Él quien nos permite ir llegando
con paso firme a todas y cada una de las metas que Dios nos va poniendo a lo
largo de la vida. No estamos solos, el Señor no nos abandona. La presencia de
Jesucristo en nuestras vidas no es nada más una compañía, es también una guía,
una luz. Y nunca olvidemos que esta iluminación quien la realiza es el Espíritu
Santo.
El profeta Isaías nos habla de un momento, en los tiempos
mesiánicos (cuando venga el Mesías), en que todo será paz, y cómo el Espíritu
de Dios colmará el mundo. Dice el Profeta: “Nadie hará daño, nadie hará mal en
todo mi santo Monte, porque la Tierra estará llena de conocimiento de Yahveh,
como cubren las aguas el mar”.
En la Encarnación es el Espíritu Santo el que cubre con su
sombra a la Santísima Virgen para que sea engendrado el Hijo de Dios. Y es
también el Espíritu Santo el que, cada vez que queremos tener a Cristo en
nuestra alma, se hace presente para construir en nosotros la presencia, la vida
de Cristo. El Espíritu Santo es el Santificador, es el que realiza en el alma
la función de dar vida en el Señor. Es Él quien nos aconseja, guía e ilumina,
fortaleciéndonos para que el mensaje que la Navidad viene a traer a nuestras
almas se pueda cumplir.
En este Adviento, en este camino hacia la Navidad, hacia la
presencia plena de Cristo en nuestra alma, no estamos guiados por una estrella,
estamos guiados por el Espíritu de Dios Nuestro Señor. Esto tiene que ser para
nosotros una grandísima certeza, tiene que darnos una gran paz y una gran
serenidad. Sin embargo, exige de nosotros un entrenamiento que consiste en
aprender a escuchar lo que el Espíritu Santo va diciendo a nuestra conciencia,
el someter nuestro juicio a lo que Él nos va pidiendo y el ser capaces de amar
el modo concreto con el cual va educando nuestro corazón.
Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del
Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él.
Si tuviéramos dentro de nosotros esta presencia constante del Espíritu Santo
podríamos participar de la acción de gracias que Jesucristo hace al Padre: “Te
doy gracias Padre del Cielo y de la Tierra, porque has revelado estas cosas, no
a los sabios y entendidos, sino a los sencillos”.
¡Cuántas veces nuestra forma de ver las cosas y nuestros
juicios son los que gobiernan nuestras vidas! ¡Cuántas veces pretendemos
entender todas las cosas según la cuadrícula de nuestra sabiduría, y nos
olvidamos que la sabiduría de Dios es la que tiene que regir nuestra vida!
Cuando leemos las profecías de Isaías, donde aparece el lobo
habitando con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y el león
pastando juntos, podría aparecer la pregunta: ¿Todo eso existe? ¿Es un sueño o
es una realidad? Lo que el profeta nos está diciendo es que aun aquello que
parece imposible al hombre, que en la lógica humana jamás podría llegar a
darse, el Espíritu Santo lo puede realizar.
En este Adviento, aprendamos a romper las lógicas humanas, a
deshacer nuestras cuadrículas, nuestras formas de ver muchas situaciones, de
vernos, incluso, a nosotros mismos. Dejemos a un lado tantas y tantas cosas que
clasifican nuestra existencia de una manera determinada y que, en definitiva,
la alejan de Dios. Permitamos al Espíritu Santo hablar en nuestra vida,
guiarnos e inspirarnos. No es tan difícil, es cuestión de aprender a escuchar,
de no hacer ruido en nuestra alma, de ponernos delante de Dios y no oír otra
cosa más que a Él, para que nada interrumpa esa comunicación de amor entre Dios
y cada uno de nosotros.
Nuestro corazón debe estar dispuesto a escuchar a Dios, para
que este tiempo de Adviento, en el que se produce la mayor alegría para el
hombre, que es el encuentro con el Señor, no pase con las hojas del calendario,
sino que sea un tiempo que permanezca en el corazón. Con una gran apertura
interior, permitámosle al Espíritu Santo hablar, para así poder ir quitando
todo aquello que nos impiden tener paz en el alma, junto a Cristo en Belén.
El profeta Isaías nos dice: “Aquel día, la raíz de Jesé se
levantará como bandera de los pueblos, la buscarán todas las naciones”. ¿Hay en
mi alma avidez de Dios? ¿Hay en mi corazón sed de este Cristo, que es la raíz
de Jesé? ¿Hay en mi interior el anhelo de encontrarme con Jesús? Si no lo hay,
permitamos que el Espíritu Santo vaya cambiando nuestro corazón hasta que Él lo
llene. Y pidámosle que en este período de Adviento, Él vaya transformando
nuestra existencia de tal manera que nunca nos sintamos solos, para que se
pueda cumplir en nosotros la profecía de que somos dichosos porque vemos la
presencia de Cristo en nuestra vida, vemos su influjo en la sociedad: “Dichosos
los ojos que ven lo que vosotros veis”.
En este Adviento, en este camino hacia la Navidad, hacia la presencia plena de Cristo en nuestra alma, no estamos guiados por una estrella, estamos guiados por el Espíritu de Dios Nuestro Señor.
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