No defraudar a Dios (Mateo 21, 33-43)
La parábola de los «viñadores homicidas» habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia, sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera. No aceptan al único señor al que pertenece la viña. Quieren ser ellos los únicos dueños. No respetan ni a su hijo. Cuando llega, lo «echan fuera de la viña» y lo matan. Su única obsesión es «quedarse con la herencia».
El reino de Dios no es de la Iglesia. No pertenece a la Jerarquía. No es propiedad de los teólogos, ni de los obispos, ni de los sacerdotes. Nadie se ha de sentir propietario de su verdad ni de su espíritu. El reino de Dios está en «el pueblo que produce sus frutos» de justicia, compasión y defensa de los débiles.
En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios, no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios.
La parábola nos habla hoy a nosotros. Dios no bendice un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No puede ser que los sacerdotes se sientan dueños de la «viña del Señor» y que, entre todos, echemos al Hijo «fuera», ahogando su Espíritu. Si la Iglesia no responde a las esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios abrirá su acción a nuevos caminos, nuevos pueblos que produzcan frutos.
Consagración a los Corazones
de Jesús y de María
Oh Sagrado Corazón de Jesús, has amado a la humanidad hasta el extremo, sin escatimar en nada por salvarnos y darnos tu amor, tu vida, tu gracia y tu verdad. Has amado a la humanidad hasta el punto de dejarte traspasar y así convertirte en la fuente abierta de donde manan, abundantemente, las gracias de salvación y de conversión. Tu Corazón traspasado es la fuente abierta de donde fluyen, con fuerza y poder, la Sangre y el Agua que purifican, transforman, vivifican y liberan nuestros corazones. Es tu Corazón traspasado la puerta abierta y estrecha por la que debemos entrar para participar de la vida del Reino de los Cielos. Es en la escuela de tu Corazón traspasado que aprendemos las virtudes de la humildad y la mansedumbre; la obediencia y la abnegación. Es en tu Corazón que encontramos la plenitud del amor y de la paz.
A tu Corazón, Oh Jesús, deseamos consagrarnos hoy. A través de esta consagración, queremos adentrarnos en tu Corazón para que guardados dentro de él, seamos protegidos de los enemigos de nuestras almas. Protégenos de todo error y confusión, de toda frialdad, egoísmo e indiferencia. Que dentro de tu Corazón adquiramos las virtudes que más necesitamos; la luz para dirigir nuestros pasos y la fortaleza para ser fieles a todos tus designios. Que tu Corazón, Jesús, sea nuestro único tesoro y herencia. Que las gracias de misericordia, conversión y paz que fluyen de tu Corazón lleguen a cada uno de nosotros, transformándonos y dándonos un nuevo corazón semejante al tuyo. Que movidos por el amor de tu Corazón nos convirtamos en canales de gracia para un mundo tan necesitado de amor, de verdad y de luz. Que consagrados a tu Corazón , edifiquemos en el mundo entero: la civilización del amor.
Oh Corazón Inmaculado de María, por tu perfecta comunión de amor con el Corazón de Jesús, eres la escuela viviente de total consagración y dedicación a Su Corazón. En tu Corazón, Oh Madre, queremos vivir para aprender a amar, sin divisiones, al Corazón de Jesús; a obedecerle con diligencia y exactitud; servirle con generosidad y a cooperar activa y responsablemente en los designios de Su Corazón.
Deseamos consagrarnos totalmente a tu Corazón Inmaculado y Doloroso que es el camino perfecto y seguro de llegar al Corazón de Jesús. Tu Corazón, es también refugio seguro de gracia y santidad, donde nos vamos liberando y sanando de todas nuestras oscuridades y miserias. Deseamos pertenecer a tu Corazón, Oh Virgen Santísima, sin reservas y en total disponibilidad de amor a la voluntad de Dios, que se nos manifestará a través de tu mediación maternal. En virtud de esta consagración, Oh Inmaculado Corazón, te pedimos que nos guardes y protejas de todo peligro espiritual y físico. Qué nuestros corazones ardan con el fuego del Espíritu como arde tu Corazón. Qué unidos a ti, que eres la portadora por excelencia de Cristo para el mundo, y ungidos por el poder del Espíritu Santo, seamos instrumentos para dar a un mundo tan árido y frío, el amor, la alegría y la paz del Corazón de Jesús.
¡Oh Corazones de Jesús y de María, esperanza de la humanidad! Esperanza porque en su perfecta comunión de amor por Dios y los hombres, se han entregado a la obra de la salvación del mundo. A través de esta consagración deseamos participar, desde nuestra pequeñez, en los designios de misericordia que los Dos Corazones están manifestando en la humanidad. Deseamos ofrecer nuestras vidas en amor y reparación a sus Corazones. Deseamos con todo nuestro ser promover y establecer en todos los corazones, el Reinado de amor de los Corazones de Jesús y María. ¡Amén!
La parábola nos habla hoy a nosotros. Dios no bendice un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No puede ser que los sacerdotes se sientan dueños de la «viña del Señor» y que, entre todos, echemos al Hijo «fuera», ahogando su Espíritu. Si la Iglesia no responde a las esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios abrirá su acción a nuevos caminos, nuevos pueblos que produzcan frutos.
ResponderEliminar¡Oh Corazones de Jesús y de María, esperanza de la humanidad! Esperanza porque en su perfecta comunión de amor por Dios y los hombres, se han entregado a la obra de la salvación del mundo. A través de esta consagración deseamos participar, desde nuestra pequeñez, en los designios de misericordia que los Dos Corazones están manifestando en la humanidad. Deseamos ofrecer nuestras vidas en amor y reparación a sus Corazones. Deseamos con todo nuestro ser promover y establecer en todos los corazones, el Reinado de amor de los Corazones de Jesús y María. ¡Amén!
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