«La gloria de la cruz»
El Señor descubre su gloria en presencia de
testigos escogidos, e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo común a
todos, que su rostro se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras
aparecieron blancas como la nieve. En su transfiguración, se trataba, sobre
todo, de alejar de los corazones de sus discípulos el escándalo de la cruz, y
hacer que la ignominia voluntaria de su muerte no pudiera desconcertar a estos
antes quienes sería descubierto la excelencia de su dignidad escondida.
Pero con no menor vista se estaba
fundamentando la esperanza de la santa Iglesia, ya que el cuerpo de Cristo, en
su totalidad, podría comprender cual habría de ser su transformación, y sus
miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que
brillaba en la cabeza de antemano.
“Este es mi Hijo amado,...escuchadle”.
Escuchadle, a él que abre el camino del cielo, por el suplicio de la cruz,
vosotros preparar las enseñanzas para subir al Reino. ¿Por qué teméis, ser
redimidos? ¿Por qué, heridos, teméis, ser curados? Qué más voluntad hace falta
que el querer de Cristo. Arrojad el temor carnal y armaos de la constancia que
inspira la fe. Pues no conviene que dudéis en la pasión del Salvador que, con
su auxilio, vosotros no temeréis en vuestra propia muerte...
En estos tres apóstoles, la Iglesia entera
ha aprendido todo lo que vieron sus ojos y oyeron sus oídos (cf 1Jn 1,1). Por
tanto la fe de todos ellos se vuelva más firme por la predicación del santo
Evangelio, y hace que nadie enrojezca ante la cruz de Cristo, por la cual el
mundo ha sido rescatado
ResponderEliminar“Este es mi Hijo amado,...escuchadle”. Escuchadle, a él que abre el camino del cielo, por el suplicio de la cruz, vosotros preparar las enseñanzas para subir al Reino. ¿Por qué teméis, ser redimidos? ¿Por qué, heridos, teméis, ser curados? Qué más voluntad hace falta que el querer de Cristo. Arrojad el temor carnal y armaos de la constancia que inspira la fe. Pues no conviene que dudéis en la pasión del Salvador que, con su auxilio, vosotros no temeréis en vuestra propia muerte...