EL HOMBRE ACOGE A DIOS
“Me invocaréis y vendréis a rogarme y yo
os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo
corazón” (Jr 29,13).
1. Reflexión
Para que haya encuentro con Dios es
necesario que el hombre dé también los pasos que le corresponden. Podemos
esquivar a Dios, como Adán, que se escondió después de su pecado porque tuvo
miedo (Gn 3,10) o podemos responder con una actitud receptiva y de apertura al
Dios que viene a nuestro encuentro, como Pablo, que dice al Señor: “¿Qué he de
hacer, Señor?” (Hch 22,10). El Dios que se acerca a los hombres es siempre el
mismo y viene con las misma actitud de amor. Es el hombre quien, en uso de su
libertad, puede abrirse a Dios o rechazarlo.
Cuando el hombre acoge a Dios,
empieza haciéndolo en fe, pero a medida que se acerca a él empieza a
experimentar que en su relación con Dios no cabe el miedo sino la confianza,
porque Dios es fiel, y sus bendiciones no tienen límite ya que él es la fuente
de todo bien. Mientras el hombre sigue sus propios caminos sólo puede esperar
la experiencia de David, que se ha alejado de Dios por el pecado y confiesa:
"Cuando yo me callaba, se sumían mis huesos en mi rugir de cada día,
mientras pesaba día y coche tu mano sobre mí; mi corazón se alteraba como un
campo en los ardores del estío” (Sal 32,3-4). Pero cuando, saliendo de sí
mismo, se deja encontrar por Dios, todo se transforma y cambia su confesión por
esta otra: “Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se cobija
en él” (Sal 34,9).
El esfuerzo del hombre se limita
a querer acoger a Dios y dar los pasos que él le indica para conseguirlo.
Parece sencillo, pero los problemas surgen por una de estas dos razones: porque
el hombre no quiere relacionarse con su Dios o porque quiere hacerlo a su modo.
A la falta de voluntad suele preceder la falta de conocimiento, aunque éste
tampoco implica necesariamente una respuesta. La voluntad de conocerlo está al
principio, todo lo demás viene después: ”Esforcémonos por conocer al Señor, su
venida es tan segura como la aurora; como aguacero descenderá sobre nosotros,
como lluvia primaveral que riega la tierra” (Os 6,3).
El hombre que ha conocido a Dios
hasta cierto grado suele tener experiencia de la otra clase de problemas: no
estar dispuesto a hacer las cosas al modo de Dios, no aceptar la dinámica de su
voluntad. Quienes buscan a Dios de corazón siempre tienen en sus labios
preparada la respuesta: “Hágase tu voluntad” (Mt 6,10), sabiendo que esta
expresión no sólo incluye el qué, sino también el cómo y el cuándo. A medida
que el hombre hace la voluntad de Dios, su relación con Dios crece y se
convierte en intimidad y comunión: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo” (Ap 3,20).
2. Palabra profética
• “Habéis sido
llamados a una misión especial. Por eso, sólo la podéis llevar a cabo viviendo
en santidad. La fuerza os vendrá de mi amor, y el amor brotará de la cruz. Si
vivís la santidad y sois fieles a la llamada, muchos frutos se recogerán. No os
importe el tiempo de la recolección. A vosotros os toca trabajar y sembrar.
Otros recogerán la cosecha".
• "El
mundo está reseco por falta de Amor. Levantad los ojos y mirad. A vosotros os
he buscado para ser portadores de mi amor al mundo. La intercesión y la
adoración, cundo vivís en santidad y camináis en fe, son los instrumentos por
los cuales va llegando vida a la tierra".
“Busco adoradores e intercesores que estén dispuestos a
subir a la cruz conmigo. En mi cruz os espera el amor, la vida, el poder... Todo
está en mi cruz”.
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