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lunes, 26 de noviembre de 2012

INTERCEDER

 
 
 
 
INTERCESORES CON CRISTO
 
“¡Buscad al Señor y su fuerza!” (1 Cr 16,11).
 
   Interceder ante el Dios de todo poder
 
    Conocer el amor de Dios estimula nuestra confianza para presentarle las intenciones por las que queremos interceder, porque el amor es dinámico y busca el bien del ser amado. Pero, ¿puede Dios intervenir para cambiar el curso de los acontecimientos?
 
     A veces, cuando escuchamos a algunas personas que presentan a Dios ciertas necesidades en oración, parece que lo hacen ante alguien limitado, que quizá pueda conseguir algunas metas, pero en todo caso incapaz de hacer grandes cosas. Ése no es Dios. El intercesor está ante el Dios de todo poder y toda fuerza, dueño de cielos y tierra, que gobierna con sabiduría, “vestido y ceñido de poder” (Sal 93,1), el Dios de poder y autoridad, cuyos decretos se cumplen, cuyos planes triunfan, cuyos mandatos son obedecidos y ejecutados. Dios no es simplemente más poderoso que los hombres; él es “el Todopoderoso” (Ap 19,15), para quien nada es imposible.
 
     Sabemos que Dios es todopoderoso, pero ¿realmente lo creemos? ¿Somos consecuentes en la práctica con lo que creemos? Jesucristo se vio confrontado por dos ciegos en una ocasión. Querían algo tan concreto como recuperar la vista. No sabemos cuál había sido la causa de su ceguera, pero fuesen ciegos de nacimiento o no, lo que ellos querían parecía humanamente imposible. Sin embargo, siguieron a Jesús gritando: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9,27). Y Jesús les preguntó: “¿Creéis que puedo hacer esto?” (Mt 9,28).
 
    ¿Es Dios poderoso?, ¿puede él atender las necesidades que le presentamos?, ¿Dios tiene la solución?, ¿creemos que él puede hacer lo que para nosotros es imposible? Si la respuesta a estas preguntas fuese negativa, la intercesión no sería más que una formulación de deseos sin esperanza alguna de alcanzar una respuesta, estaría condenada irremediablemente al fracaso, sería querer y no poder.
 
    ¡Pero no es así! El intercesor toca la fuente absoluta del poder que alcanza los cielos y la tierra. El intercesor clama: “¡Señor, actúa!”, y desata el poder de Dios. Cuando el Señor se levanta en su trono, los cielos se estremecen, la tierra tiembla, los elementos se conmueven, nada permanece igual. “Si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir” (Ap 3,7). Conociendo el amor de Dios, ya no podemos decir que él reserva su poder o se niega a mezclarse en los acontecimientos humanos. ¡Él es poderoso y quiere manifestar su poder para nuestra salvación! Dios es poderoso, mas no indiferente.
 
     En el Apocalipsis leemos que la oración de los santos de la tierra es llevada a la presencia del Cordero de Dios: “Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos” (Ap 8,4). Y esto es lo que ocurre a continuación: “El Ángel tomó el badil y lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra” (Ap 8,5). ¡El poder de Dios desatado actúa en respuesta a la oración de los intercesores!
 
     Intercedamos ante el Dios todopoderoso, que “no tiene la mano corta para salvar” (Is 59,1), pues como dice Pablo, “poderoso es Dios para colmaros de toda gracia” (2 Co 9,8
 



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