INTERCESORES CON
CRISTO
“¡Buscad al Señor y su fuerza!” (1 Cr 16,11).
Interceder
ante el Dios de todo poder
Conocer el amor de Dios
estimula nuestra confianza para presentarle las intenciones por las que
queremos interceder, porque el amor es dinámico y busca el bien del ser amado.
Pero, ¿puede Dios intervenir para
cambiar el curso de los acontecimientos?
A veces, cuando escuchamos a
algunas personas que presentan a Dios ciertas necesidades en oración, parece
que lo hacen ante alguien limitado, que quizá pueda conseguir algunas metas,
pero en todo caso incapaz de hacer grandes cosas. Ése no es Dios. El intercesor
está ante el Dios de todo poder y toda fuerza, dueño de cielos y tierra, que
gobierna con sabiduría, “vestido y ceñido
de poder” (Sal 93,1), el Dios de poder y autoridad, cuyos decretos se
cumplen, cuyos planes triunfan, cuyos mandatos son obedecidos y ejecutados.
Dios no es simplemente más poderoso que los hombres; él es “el Todopoderoso” (Ap 19,15), para quien nada es imposible.
Sabemos que Dios es
todopoderoso, pero ¿realmente lo creemos? ¿Somos consecuentes en la práctica
con lo que creemos? Jesucristo se vio confrontado por dos ciegos en una
ocasión. Querían algo tan concreto como recuperar la vista. No sabemos cuál había
sido la causa de su ceguera, pero fuesen ciegos de nacimiento o no, lo que
ellos querían parecía humanamente imposible. Sin embargo, siguieron a Jesús
gritando: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo
de David!” (Mt 9,27). Y Jesús les preguntó: “¿Creéis que puedo hacer esto?” (Mt 9,28).
¿Es Dios poderoso?, ¿puede él
atender las necesidades que le presentamos?, ¿Dios tiene la solución?, ¿creemos
que él puede hacer lo que para nosotros es imposible? Si la respuesta a estas
preguntas fuese negativa, la intercesión no sería más que una formulación de
deseos sin esperanza alguna de alcanzar una respuesta, estaría condenada
irremediablemente al fracaso, sería querer y no poder.
¡Pero no es así! El
intercesor toca la fuente absoluta del poder que alcanza los cielos y la
tierra. El intercesor clama: “¡Señor, actúa!”, y desata el poder de Dios.
Cuando el Señor se levanta en su trono, los cielos se estremecen, la tierra
tiembla, los elementos se conmueven, nada permanece igual. “Si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir”
(Ap 3,7). Conociendo el amor de Dios, ya no podemos decir que él reserva su
poder o se niega a mezclarse en los acontecimientos humanos. ¡Él es poderoso y
quiere manifestar su poder para nuestra salvación! Dios es poderoso, mas no
indiferente.
En el Apocalipsis leemos que
la oración de los santos de la tierra es llevada a la presencia del Cordero de
Dios: “Y por mano del Ángel subió delante
de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos” (Ap
8,4). Y esto es lo que ocurre a continuación: “El Ángel tomó el badil y lo llenó con brasas del altar y las arrojó
sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra”
(Ap 8,5). ¡El poder de Dios desatado actúa en respuesta a la oración de los
intercesores!
Intercedamos ante el Dios
todopoderoso, que “no tiene la mano corta
para salvar” (Is 59,1), pues como dice Pablo, “poderoso es Dios para colmaros de toda gracia” (2 Co 9,8
NO NOS OLVIDEMOS DE LO PODEROSA QUE ES LA ORACION VICARIA.
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