Texto del Evangelio (Lc 12,49-53): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo
querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba ¡y
cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he venido a traer paz a
la tierra? Pues os digo que no, sino división. Porque, de ahora en adelante,
cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El
padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija
y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su
suegra».
¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra?
Hoy -de labios de Jesús- escuchamos afirmaciones
estremecedoras: «He venido a encender fuego en el mundo» (Lc 12,49); «¿creéis
que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división» (Lc
12,51).
Y es que la verdad divide frente a la mentira; la
caridad ante el egoísmo, la justicia frente a la injusticia…
En el mundo -y en nuestro interior- hay mezcla de bien
y de mal; y hemos de tomar partido, optar, siendo conscientes de que la
fidelidad es "incómoda". Parece más fácil contemporizar, pero a la
vez es menos evangélico.
Nos tienta hacer un "evangelio" y un
"Jesús" a nuestra medida, según nuestros gustos y pasiones. Hemos de
convencernos de que la vida cristiana no puede ser una pura rutina, un "ir
tirando", sin un constante afán de mejorar y de perfección. Benedicto XVI
ha afirmado que «Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina
abstracta, es una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar
la vida de todos».
El modelo supremo es Jesús (hemos de "tener la
mirada puesta en Él", especialmente en las dificultades y persecuciones).
Él aceptó voluntariamente el suplicio de la Cruz para reparar nuestra libertad
y recuperar nuestra felicidad: «La libertad de Dios y la libertad del hombre se
han encontrado definitivamente en su carne crucificada» (Benedicto XVI). Si
tenemos presente a Jesús, no nos dejaremos abatir. Su sacrificio representa lo
contrario de la tibieza espiritual en la que frecuentemente nos instalamos
nosotros.
La fidelidad exige valentía y lucha ascética. El
pecado y el mal constantemente nos tientan: por eso se impone la lucha, el
esfuerzo valiente, la participación en la Pasión de Cristo. El odio al pecado
no es cosa pacífica. El reino del cielo exige esfuerzo, lucha y violencia con
nosotros mismos, y quienes hacen este esfuerzo son quienes lo conquistan (cf.
Mt 11,12).
La fidelidad exige valentía y lucha ascética. El pecado y el mal constantemente nos tientan: por eso se impone la lucha, el esfuerzo valiente, la participación en la Pasión de Cristo. El odio al pecado no es cosa pacífica. El reino del cielo exige esfuerzo, lucha y violencia con nosotros mismos, y quienes hacen este esfuerzo son quienes lo conquistan (cf. Mt 11,12).
ResponderEliminar