Texto del Evangelio
(Mt 16,24-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien
quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.
Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?
O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre ha
de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada
uno según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que
no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino».
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
y sígame
Hoy, el Evangelio nos
sitúa claramente frente al mundo. Es radical en su planteamiento, no admite
medias tintas: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y sígame» (Mt 16,24). En numerosas ocasiones, frente al sufrimiento
generado por nosotros mismos o por otros, oímos: «Debemos soportar la cruz que
Dios nos manda... Dios lo quiere así...», y vamos acumulando sacrificios como
cupones pegados en una cartilla, que presentaremos en la auditoria celestial el
día que nos toque rendir cuentas.
El sufrimiento no
tiene valor en sí mismo. Cristo no era un estoico: tenía sed, hambre,
cansancio, no le gustaba que le abandonaran, se dejaba ayudar... Donde pudo
alivió el dolor, físico y moral. ¿Qué pasa entonces?
Antes de cargar con
nuestra “cruz”, lo primero, es seguir a Cristo. No se sufre y luego se sigue a
Cristo... A Cristo se le sigue desde el Amor, y es desde ahí desde donde se
comprende el sacrificio, la negación personal: «Quien quiera salvar su vida, la
perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25). Es el
amor y la misericordia lo que conduce al sacrificio. Todo amor verdadero
engendra sacrificio de una u otra forma, pero no todo sacrificio engendra amor.
Dios no es sacrificio; Dios es Amor, y sólo desde esta perspectiva cobra
sentido el dolor, el cansancio y las cruces de nuestra existencia tras el
modelo de hombre que el Padre nos revela en Cristo. San Agustín sentenció: «En aquello
que se ama, o no se sufre, o el mismo sufrimiento es amado».
En el devenir de
nuestra vida, no busquemos un origen divino para los sacrificios y las
penurias: «¿Por qué Dios me manda esto?», sino que tratemos de encontrar un
“uso divino” para ello: «¿Cómo podré hacer de esto un acto de fe y de amor?».
Es desde esta posición como seguimos a Cristo y como —a buen seguro— nos
hacemos merecedores de la mirada misericordiosa del Padre. La misma mirada con
la que contemplaba a su Hijo en la Cruz.
ResponderEliminarAntes de cargar con nuestra “cruz”, lo primero, es seguir a Cristo. No se sufre y luego se sigue a Cristo... A Cristo se le sigue desde el Amor, y es desde ahí desde donde se comprende el sacrificio, la negación personal: «Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25). Es el amor y la misericordia lo que conduce al sacrificio. Todo amor verdadero engendra sacrificio de una u otra forma, pero no todo sacrificio engendra amor. Dios no es sacrificio; Dios es Amor, y sólo desde esta perspectiva cobra sentido el dolor, el cansancio y las cruces de nuestra existencia tras el modelo de hombre que el Padre nos revela en Cristo. San Agustín sentenció: «En aquello que se ama, o no se sufre, o el mismo sufrimiento es amado».