El mundo tiene
necesidad de un tratamiento con la Palabra de Dios.
Es por eso que en
nuestra parroquia vivimos en forma especial,
cada mes, una
Palabra de Vida tomada de la Biblia.
Una sola podría
transformar el mundo
y todos la podemos
vivir,
porque Jesús es la
luz de cada hombre.
Este mes en nuestra
Comunidad parroquial de San Martín de Tours,
non proponemos
transformar en vida esta Palabra que te compartimos.
Te invitamos a que
lo intentes con nosotros.
Te aseguramos que
vas a experimentar una transformación en
tu vida.
En la próxima visita, intercambiaremos nuestras experiencias.
Palabra de vida
Junio
2003
"Todos los que
son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8, 14)
Esta Palabra se halla en el centro del himno
que Pablo canta a la belleza de la vida cristiana, a su novedad y libertad,
fruto del bautismo y de la fe en Jesús que nos ha injertado plenamente en él y,
por él, en el dinamismo de la vida trinitaria. Al volverse una misma persona
con Cristo, compartimos con él el Espíritu y todos sus frutos: primero de todos
el de la filiación, el ser hijos de Dios.
Aunque Pablo habla de "adopción",
lo hace sólo para distinguirla de la posición del hijo natural que le cabe sólo
al único Hijo de Dios.
Nuestra relación con el Padre, en efecto, no
es puramente jurídica, como sería la de los hijos adoptivos, sino sustancial,
que cambia nuestra misma naturaleza como por un nuevo nacimiento. Toda nuestra
vida es animada por un principio nuevo, por un espíritu nuevo que es el mismo
Espíritu de Dios.
Por eso, no se terminaría nunca de cantar,
con Pablo, el milagro de muerte y resurrección que realiza en nosotros la
gracia del bautismo.
"Todos los que son conducidos por el
Espíritu de Dios son hijos de Dios".
Esta Palabra nos dice algo que tiene que ver
con nuestra vida de cristianos, en la cual el Espíritu de Jesús introduce un
dinamismo, una tensión que Pablo condensa en la contraposición entre carne y
espíritu, entendiendo por carne al hombre entero (cuerpo y alma) con toda su
constitucional fragilidad y su egoísmo continuamente en lucha con la ley del
amor, es más, con el Amor mismo que ha sido derramado en nuestros corazones..
Aquellos que son guiados por el Espíritu, en
efecto, deben afrontar cada día "el buen combate de la fe", para
poder rechazar todas las inclinaciones al mal y vivir de acuerdo a la fe
profesada en el bautismo.
¿Cómo?
Sabemos que, para que el Espíritu Santo
actúe, se necesita nuestra correspondencia y San Pablo, al escribir esta
Palabra, pensaba sobre todo en ese deber de los seguidores de Cristo que es
precisamente la negación del propio yo, la lucha contra el egoísmo en todas sus
distintas formas.
Es esta muerte a nosotros mismos la que, sin
embargo, produce vida, de manera que cada corte, cada poda, cada no a nuestro
yo egoísta es origen de luz nueva, de paz, de amor, de libertad interior: es
puerta abierta al Espíritu.
Al dejar más libre al Espíritu Santo que está
en nuestros corazones, él podrá ofrecernos con más abundancia sus dones, podrá
guiarnos por el camino de la vida.
"Todos los que son conducidos por el
Espíritu de Dios son hijos de Dios".
¿Cómo vivir, entonces, esta Palabra?
Antes que nada tenemos que volvernos cada vez
más conscientes de la presencia del Espíritu Santo en nosotros: llevamos en nuestro
interior un tesoro inmenso, pero no nos damos cuenta lo suficiente. Poseemos
una riqueza extraordinaria, pero que por lo general queda inutilizada.
Además, para que su voz sea escuchada y
seguida por nosotros, tenemos que decir que no a todo lo que va contra la
voluntad de Dios y decir que sí a todo lo que él quiere: no a las tentaciones,
cortando enseguida con las consiguientes insinuaciones; sí a las tareas que
Dios nos ha confiado; sí al amor a todos los prójimos; sí a las pruebas y a las
dificultades que encontramos...
Al hacer esto el Espíritu Santo nos guiará
dándole a nuestra vida cristiana ese sabor, ese vigor, esa incidencia y
luminosidad que la caracteriza cuando es auténtica.
Entonces, también quien está a nuestro lado
advertirá que no somos sólo hijos de nuestra familia humana, sino hijos de
Dios.
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