INTERCESORES
CON CRISTO
“Está
siempre vivo para interceder”
(Hb 7,25).
Jesucristo, intercesor hoy
La vida de Jesucristo fue una vida de
intercesor. De hecho, no sólo su vida sino también su muerte están marcadas por
la señal de la intercesión: en realidad su muerte fue, desde el principio hasta
el final, el acto supremo de intercesión que llevó a cabo ante el Padre en
favor de los hombres. Él es el intercesor por antonomasia, el único intercesor
adecuado, válido, capaz y perfecto. Pero, ¿terminó su capacidad intercesora y
su obra de intercesión en la cruz? Tras resucitar y ascender a la derecha del
Padre, ¿se desinteresó ya de nuestras necesidades?
No. Fue
precisamente después de resucitar cuando el Señor reveló a los discípulos este
secreto: “Me ha sido dado todo poder en
el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). No hizo esta manifestación para
vanagloriarse de nada, -porque no necesita la gloria de nadie-, sino en orden a
la utilización de su poder.
Para que no haya duda, les habló a continuación de
su misión, que quedó avalada por su presencia –y por tanto por su poder-, para
siempre: “He aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Jesús vuelve al
Padre, pero se queda con los discípulos, para llevar a cabo con ellos, bajo la
dirección y el poder del Espíritu, la obra de redención que ya había
realizado.
Con su
ascensión Jesús “penetró los cielos” (Hb 4,14), de forma que, como él mismo
profetizó, “de ahora en adelante, el Hijo
del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios” (Lc 22,69). Y nos
preguntamos: ¿Cumple allí alguna misión? ¿Para qué “está sentado a la diestra del trono de Dios” (Hb 12,2)? La
respuesta nos dice que no sólo para compartir la dignidad divina y la autoridad
soberana sobre toda la Creación, sino también para ejercer esa autoridad:
·
La
carta a los Hebreos afirma: “No penetró
Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del
verdadero, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento
de Dios en favor nuestro” (Hb
9,24), es decir, como intercesor a favor de los hombres.
·
Y
no sólo eso, sino que en esta posición de privilegio “debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies”
(1 Co 15,25), hasta el final de los tiempos.
Jesucristo
conserva las marcas de la pasión (cf. Jn 20,20), esos cardenales que nos traen
la salud (Is 53,5). Él los presenta ante el Padre recordándole que sufrió para
que los hombres alcancemos la vida. El manantial de misericordia y de gracia
que se abrió en la cruz no está cerrado. Podemos acercarnos confiadamente al
trono de gracia donde Jesucristo nos espera e intercede por nosotros (cf. Hb
4,16), pues él “posee un sacerdocio
perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar
perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para
interceder en su favor” (Hb 7,24-25).
El amor de
Dios y de Cristo no se han agotado. Su amor es, en definitiva, el fundamento
del ministerio intercesor de Cristo, que se prolonga y actúa hoy también en
nuestro favor. San Pablo lo expresó con palabras admirables a los cristianos de
Roma cuando les escribió:: “El que no
perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará con él graciosamente todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de
Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que
murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que
intercede por nosotros?” (Rm 8,32-34). Jesucristo es para los hombres el
único intercesor válido, universal, suficiente y permanente que tenemos los
hombres ante el Padre.
Respuestas a la intercesión –
Palabra profética
Intercediendo
por la unidad de la Iglesia: visión de murallas en las que aparecen grandes
grietas, al lado de las cuales hay ángeles intentando cerrarlas con una
argamasa que lleva el nombre de AMOR. El enemigo por su parte está golpeando
otros puntos de las murallas con enormes lanzas y va abriendo nuevas grietas
que llevan el nombre de PECADO. Son los diferentes pecados de la Iglesias, pero
el pecado de soberbia es el que abre las grietas más grandes. Los enemigos que abren las grietas de
soberbia sacan sus lanzas para evitar que nadie las cierre.
Interpretación:
El Señor nos llama a orar por la unidad de la Iglesia y a relacionarnos
mediante la práctica del amor y la humildad.
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