. CONCIENCIA DE PECADORES
“Cierto es que no hay ningún justo en la tierra que haga
el bien sin nunca pecar” (Qo 7,20).
1.
Reflexión
No podemos perder
de vista que la adoración es un encuentro en el que convergen por una parte el
hombre pecador y por la otra el Dios infinitamente santo. Un encuentro que
parece imposible, y sería imposible si no fuera porque ”lo imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18,27).
El pecado y la
adoración son incompatibles por su naturaleza, pero el pecador puede
encontrarse con Dios; y no sólo eso, sino que Dios quiere y espera que el
pecador vaya siempre a su encuentro, porque Dios ama al pecador, pero odia el
pecado. En definitiva, todo depende de la actitud del hombre que quiere
acercarse a Dios, actitud que puede dar lugar a tres situaciones diferentes, en
las que es necesario tener conciencia de pecador y conocer la verdadera
situación para actuar en consecuencia:
1)
El hombre que se acerca a Dios,
pero permanece en su pecado porque o tiene conciencia clara de pecado, es
rechazado por Dios, como sucedió a Israel, que se atrevió a acercarse a Dios
con su pecado: “Y al extender vosotros
vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria,
yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas” (Is 1,15). ¿Razón? “Mirad,
no es demasiado corta la mano de Yahveh para salvar, ni es duro su oído para
oír, sino que vuestras faltas os separaron a vosotros de vuestro Dios, y
vuestros pecados le hicieron esconder su rostro de vosotros para no oír.”
(Is 59,1-2).
2)
Quien se acerca a Dios con
conciencia de pecado, ha de hacerlo desde el reconocimiento del pecado y
arrepentido por el mismo en busca de su perdón, para que Dios elimine la
barrera que separa al hombre de él y pueda restablecerse la relación. Así oraba
David:“Tenme piedad, oh Dios, según tu
amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de
mi pecado purifícame. Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está
ante mí” (Sal 51,3-5). El Padre de las misericordias purificará su corazón
por Cristo, pues “a quien no conoció
pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios
en él” (2 Co 5,21). Una vez perdonado, podrá adorar a Dios con “puro corazón y espíritu firme” (Sal
51,12).
3)
Cuando el pecado no nos separa de
Dios, porque tratamos con todas nuestras fuerzas de vivir en amistad con él,
todavía necesitamos recordar quiénes somos –pecadores- y que ningún mérito hay
en nosotros para poder acercarnos ante el Trono del Altísimo, ya que lo único
realmente nuestro es la naturaleza pecadora, a la que también estaría vetado
acercarse a la presencia de Dios, si no fuera porque hemos sido “elegidos según el previo conocimiento de
Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo
y ser rociados con su sangre” (1 P 1,1-2). Recordar siempre que todo es
gracia y que somos revestidos de santidad cada vez que nos acercamos al Trono
del tres veces Santo, nos ayudará a ponernos en nuestro sitio y a presentarnos
ante él en humildad y con corazón agradecido.
“¿Quién puede decir: ‘Purifiqué mi corazón, estoy limpio
de mi pecado?’” (Pr 20,9). Por eso, tener conciencia
de pecadores es un don precioso de Dios, que tendríamos que desear y pedir,
porque nos ayuda a ver nuestra realidad y nos empuja a buscarle a él como único
médico que puede y quiere sanar esta enfermedad.
2.
Palabra profética
¨
Visión de un
recipiente que contiene un líquido espeso en su interior; parece un metal
fundido del que hay que retirar las impurezas. lnterpretaci6n: el Señor nos
hace ver que para poder participar en la adoración necesitamos ser purificados
de la suciedad de nuestro corazón y ser revestidos de su santidad. Palabra: “En
la medida en que estéis
purificados y permanezcáis en mí, vuestras obras tendrán poder, vuestro amor
será mi amor, vuestras palabras serán mis palabras, vuestros sentimientos serán
mis sentimientos y vuestra mirada será
la mía”.
¨
“Venid con el corazón quebrantado
y no os rechazaré. Cuando venís a mí con corazón contrito y humillado, mi amor
infinito os envuelve; os he rescatado de las tinieblas y os he traído a mi luz.
Cada vez que os doblegáis delante de mí, me dais gloria con vuestra humildad”.
“Venid con el corazón quebrantado y no os rechazaré. Cuando venís a mí con corazón contrito y humillado, mi amor infinito os envuelve; os he rescatado de las tinieblas y os he traído a mi luz. Cada vez que os doblegáis delante de mí, me dais gloria con vuestra humildad”.
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