ADORAR
A JESUCRISTO EN LA EUCARISTÍA
“Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn
13,1)
1. Reflexión
Hemos hablado hasta aquí de la adoración a Dios en general y de la
adoración específica a Jesucristo. Hemos reflexionado sobre distintas razones y
modos de adorar a nuestro Salvador, y hemos dejado para el final el modo más
sencillo y más cercano para adorarle: nos referimos a la adoración que
tributamos a Jesús sacramentado. De hecho, si dijéramos que adorar a Jesucristo
en el sacramento de la Eucaristía es el modo normal de adorarle, creo que los
católicos estaríamos todos de acuerdo, pues la verdad es que, cuando se habla
de adoración entre nosotros, lo que cualquier católico entiende de entrada, a no
ser que se diga otra cosa, es adoración a Jesucristo presente en el pan y el
vino consagrados. Como nos recuerda el nuevo Catecismo: “Expresamos nuestra fe
en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras
maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al
Señor. La Iglesia católica ha dado y continúa dando este culto de adoración que
se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino
también fuera de su celebración” (CEC 1378),
¨
Jesús se queda para siempre en la
Eucaristía con una presencia personal y sustancial. Jesús es el mismo en el
Cenáculo y en el Sagrario. En la Sagrada Eucaristía se contiene verdadera, real
y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad
de Jesucristo.
¨
“Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no
fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y sustancial,
pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro”
(Pablo VI, Mysterium Fidei, 3.IX.1965)
¨
El Cristo eucarístico se
identifica con el Cristo de la historia y de la eternidad. No hay dos Cristos,
sino uno solo. Nosotros poseemos en la Hostia al Cristo de todos los misterios
de la Redención: al Cristo de la Magdalena, del hijo pródigo, de la samaritana,
al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos,
sentado a la diestra del Padre [...] Esta maravillosa presencia de Cristo entre
nosotros debería revolucionar nuestra vida [...]; está aquí con nosotros, en
cada ciudad, en cada pueblo (M. M. Philipon, Los sacramentos en la vida
cristiana, p. 116)
La
adoración eucarística es adoración al Cristo del amor: “Es grandemente
admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta
singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma
visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en
la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con
que nos había amado "hasta el fin"
(Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística
permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó
por nosotros” (CEC 1380).
Adorar a Jesucristo presente en la
Eucaristía implica también adorarlo en fe... “Por la profundización de la fe en
la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del
sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies
eucarísticas” (CEC 1379). Como decía Santo Tomás: “La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de
Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, sino sólo por la fe,
la cual se apoya en la autoridad de Dios”.
El que está a la derecha del Padre y es adorado en los cielos está
igualmente cercano a nosotros en la tierra y nos concede el privilegio de poder
adorarle ya en fe como los bienaventurados lo hacen en visión, hasta que llegue
el día en que por su misericordia podamos integrarnos en la adoración única y
eterna al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario