Los
Magos de Oriente, modelos del verdadero sabio
Descubrieron
un nuevo rostro de Dios, una nueva realeza: la del amor.
Celebraremos la gran fiesta de la
Epifanía, el misterio de la Manifestación del Señor a todas las gentes,
representadas por los Magos, venidos de Oriente para adorar al Rey de los
Judíos (cfr Mt 2,1-2). El evangelista Mateo, que relata el acontecimiento,
subraya que éstos llegaron a Jerusalén siguiendo una estrella, avistada en su
surgimiento e interpretada como signo del nacimiento del Rey anunciado por los
profetas, o sea, el Mesías. Llegados sin embargo a Jerusalén, los Magos
necesitaron las indicaciones de los sacerdotes y de los escribas para conocer
exactamente el lugar a donde dirigirse, es decir, Belén, la ciudad de David
(cfr Mt 2,5-6; Mi 5,1). La estrella y las Sagradas Escrituras fueron las dos
luces que guiaron el camino de los Magos, los cuales aparecen como modelos de
los auténticos buscadores de la verdad.
Éstos eran unos sabios, que escrutaban
los astros y conocían la historia de los pueblos. Eran hombres de ciencia en un
sentido amplio, que observaban el cosmos considerándolo casi un gran libro
lleno de signos y de mensajes divinos para el hombre. Su saber, por tanto,
lejos de considerarse autosuficiente, estaba abierto a ulteriores revelaciones
y llamadas divinas. De hecho, no se avergüenzan de pedir instrucciones a los
jefes religiosos de los judíos. Habrían podido decir: hagámoslo solos, no
necesitamos a nadie, evitando, según nuestra mentalidad actual, toda
"contaminación" entre la ciencia y la Palabra de Dios. En cambio los
Magos escuchan las profecías y las acogen; y, apenas se vuelven a poner en
camino hacia Belén, ven nuevamente la estrella, casi como confirmación de una
perfecta armonía entre la búsqueda humana y la Verdad divina, una armonía que
llenó de alegría sus corazones de auténticos sabios (cfr Mt 2,10). El culmen de
su itinerario de búsqueda fue cuando se encontraron ante "el niño con
María su madre" (Mt 2,11). Dice el Evangelio que "postrándose le
adoraron". Habrían podido quedarse desilusionados, es más, escandalizados.
En cambio, como verdaderos sabios, se abrieron al misterio que se manifiesta de
modo sorprendente; y con sus dones simbólicos demostraron que reconocían en
Jesús al Rey y al Hijo de Dios. Precisamente en ese gesto se cumplen los
oráculos mesiánicos que anuncian el homenaje de las naciones al Dios de Israel.
Un último detalle confirma, en los Magos,
la unidad entre inteligencia y fe: es el hecho de que "advertidos en
sueños de que no volvieran a Herodes, volvieron a su tierra por otro
camino" (Mt 2,12). Habría sido natural volver a Jerusalén, al palacio de
Herodes y al Templo, para proclamar su descubrimiento. En cambio, los Magos, que
han elegido como soberano al Niño, lo custodian escondiéndolo, según el estilo
de María, o mejor de Dios mismo, y tal como habían aparecido, desaparecieron en
el silencio, apagados, pero también cambiados tras el encuentro con la Verdad.
Habían descubierto un nuevo rostro de Dios, una nueva realeza: la del amor. Que
nos ayude la Virgen María, modelo de verdadera sabiduría, a ser auténticos
buscadores de la verdad de Dios, capaces de vivir siempre la profunda sintonía
que hay entre la razón y la fe, entre la ciencia y la revelación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario