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domingo, 5 de enero de 2014

DENLE USTEDES MISMOS DE COMER


 
 
 
“DENLES DE COMER USTEDES MISMOS”.
 
Mateo 14,13-21
 
 
Nosotros los hombres que llevamos una vida normal y de esfuerzo, tenemos nuestras limitaciones si se trata de acudir en ayuda para alimentar a muchos, entonces frente a tantas necesidades solo podemos hacer hasta donde nos alcance, sin embargo Dios esta dispuesto a darnos todo lo que nos sea necesario, pero todo lo que de El viene, no es solo para nosotros, sino que para lo compartamos, de allí es que nos preguntamos, ¿si Dios nos ha dado bienes, favores, atenciones,  educación, recursos materiales, es todo eso solo para nosotros o para que los multipliquemos y podamos compartirlo?, ¿Qué conciencia tenemos de esto?
 
El Señor pone en nuestras manos mucho de los que los demás necesitan, El es generoso y ofrece a manos llenas la abundancia de sus bienes, y estamos llamados a responder a una encantadora palabra del Señor: “Denles de comer ustedes mismos”, el pone en nuestra manos como alimento la Palabra, para que regalemos Palabra, pone en nuestras manos Pan, para que regalemos Pan, y de lo poco que tengamos, El Señor se encargara de multiplicarlo.
 
Así fue como en aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado, El se retira a un lugar desierto a causa de esta noticia.  Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos, llevando a los enfermos, seguramente llenos de esperanza, por esos los llevaron.
 
Al desembarcar vio Jesús a la muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Y los cura sin que las gentes se lo pidan. Jesús nos muestra como en casi en todos los Evangelios su carácter lleno de sentimientos de pena y lástima por la desgracia o por el sufrimiento ajeno. Siempre nos enseña esa natural inclinación a compadecerse y mostrarse comprensivo ante las miserias y sufrimientos, siempre motivado por un autentico sentimiento de afecto, cariño y solidaridad hacia aquella gente que estaba cansada y hambrienta, por querer estar en su compañía, es así como sintió una gran compasión y curó a los enfermos que ellos traían.
 
Mateo relata: Como ya se hacía tarde, pone en conocimiento que el día esta por terminar, y ya no hay tiempo necesario para poder ir a proveerse de víveres y alojamientos, entonces se acercaron sus discípulos a decirle: Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Los discípulos están preocupados, lo que había llevado como provisiones, no era suficiente para tanta gente. La enseñanza que impartía de Jesús debe haber sido cautivante, se había quedado más tiempo de lo considerado y se habían agotado los víveres. Entonces los discípulos le dicen al Señor: Despide a la gente para que vayan a las aldeas y compren algo de comer.
 
Para los discípulos de Jesús, la solución era simple para remediar el hambre, que vayan ellos a proveerse de alimentos, sin embargo para El Señor, hay otro mas sencillo, y en sus manos esta la posibilidad de hacerlo, y no es mandar a comprar, al contrario, proveer personalmente. 
 
Entonces Jesús les contestó: No hace falta que vayan; denles ustedes de comer. Ellos le respondieron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados. El Corazón de Jesús, siempre esta dispuesto a dar una solución y no titubea en recurrir a lo que El puede hacer, para ir en ayuda a tanta gente hambrienta, entonces le dijo: Tráiganmelos. Jesús dan pan material a las gentes, pero el sabe que también los hombres sienten hambre de Dios, las dos hambres que experimenta el hombre y los dos son urgentes de atender.
 
Luego mandó que la gente se recostara en la hierba. Tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición. Jesús elevó los ojos al cielo. Este gesto de Jesús era frecuente en su oración. En cambio, no era usual en las costumbres rabínicas, porque se decía: “La regla es que el que ora ha de tener los ojos bajos y el corazón elevado al cielo.” Jesús no enseña nuevamente que todo viene del Padre, El esta con su corazón en ese momento en la tierra, pero levanta los ojos al cielo, enseñándonos que es allí donde debemos mirar, porque todo viene de Dios y todo nos debe llevar a Dios. También el relato nos dice que: pronunció una bendición. Jesús sigue la tradición judía. La costumbre rabínica había establecido que no se comiese o bebiese sin bendecir los alimentos, pues equivalía a un pecado de infidelidad.
 
También dice Mateo que: partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. El milagro se hizo en las manos de Jesús, y se puede suponer que se fue multiplicando en las manos de los discípulos, porque de lo contrario hubiese sido incesante e inacabable ir y venir a Jesús. Entonces, Jesús no sació directamente el hambre, lo hace a través de sus discípulos, es así como les dios a ellos los panes y estos a las gentes.
 
Así han de ser los apóstoles de hoy, en ningún caso indiferente a las necesidades de los demás, siempre dispuestos a atender y acudir en la ayuda de los necesitados, con generosidad y sin pensar muchas veces en el descanso, porque esto se hace por el amor a Cristo, por amor al Padre Bueno y a todos sus hermanos.
 
Los apóstoles le ofrecieron a Jesús todo lo que tenían, fruto del trabajo y del esfuerzo, solo cinco panes y Jesús hizo todo los demás. El Evangelio continúa: Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
 
El milagro fue tan abundante, que todos se saciaron y luego recogieron doce canastos sobrantes. Era uso judío recoger, después de las comidas, los trozos de comida caídos a tierra. El milagro se constataba bien: las sobras eran más que la materia de cinco panes para el milagro.
 
La esperanza de las gentes que habían seguido a Jesús, no quedo fallida, ellos recibieron lo que necesitaban, llegaron enfermos y fueron curados, para saciar su hambre les proporcionó pan, para saciar su espíritu, El les entrego su la Palabra.
 
El que sigue resueltamente a Jesucristo, encuentra todo lo que necesita para sí, en esta vida terrenal y luego en la vida eterna. Nuestro amado Padre Bueno, ya nos ha regalo su amor. En Cristo nos ha dado todo, se ha dado a sí mismo. ¿Qué otro poder será más fuerte que este amor generoso y apasionado que el Padre manifestó en Jesús? Este amor nos sostiene en medio de toda circunstancia adversa. Así lo comprendió también San Pablo; ¿Quién podrá separamos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? (Rom 8, 35).
 
Así como Pablo, que convencido de que en el amor de Cristo tiene la fortaleza para vencer cualquier dificultad, así también sea para nosotros el mismo convencimiento. Así como las gentes dejaron todo por seguir al Señor hasta el desierto, y sin importarle el hambre no se apartaron de El,  que ninguna adversidad nos contenga para seguirle.
 
Así como el Señor pone en nuestras manos muchos bienes, pongamos en manos de los demás compartiendo solidariamente lo que tenemos, para que le demos a otros nosotros mismos


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