CONCIENCIA DE CRIATURA
“Grande es el Señor y muy digno de alabanza,
insondable su grandeza” (Sal
145,3).
1. Reflexión
La actitud correcta del hombre que adora a
Dios pasa, entre otras cosas, por tener conciencia de quién es quién. Sabemos
que hemos sido creados por Dios y que este hecho establece una diferencia
infinita entre Dios y el hombre, de tal modo que no admite comparación la
pequeñez de uno con la grandeza del otro. Ahora bien, una cosa es saberlo,
conocer el dato, y otra muy distinta tener conocimiento íntimo de esta realidad
por medio del Espíritu Santo. Una cosa es admitir que somos criaturas y otra
muy distinta tener experiencia profunda de criaturas, sin la cual la adoración
dejará bastante que desear, porque no seremos capaces de establecer una
relación justa con Dios. Al preguntarnos qué es el hombre, podemos hacerlo con
dos enfoques distintos: el hombre en relación a la creación, y el hombre
comparado con Dios.
En el primer caso descubrimos la grandeza y la
pequeñez del hombre: grandeza, porque en él encontramos facultades –la
inteligencia, voluntad, libertad, capacidad de amar libremente- que no hay en
ninguna otra criatura visible; entonces vemos al hombre como el rey de la
creación, sentimos la tentación de levantarlo y de exclamar con el salmista: “Apenas inferior a un dios le hiciste,
coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus
manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies” (Sal 8,6-7). Si luego pensamos
en las limitaciones del hombre, en su vida, enfermedades, esclavitudes,
riesgos, etc, nos apropiamos de aquellas otras palabras: “Señor, ¿qué es el hombre para que le conozcas, el hijo de hombre para
que en él pienses? El hombre es semejante a un soplo; sus días, como sombra que
pasa” (Sal 144,3-4). Y hacemos nuestras las palabras de Job que pregunta: “¿No es una milicia lo que hace el hombre en
la tierra? ¿no son jornadas de mercenario sus jornadas?” (Jb 7,1). Las dos
situaciones son verdaderas, pero se limitan a ver al hombre en su posición de
criatura y en relación con la creación.
El otro enfoque nos lleva a mirarnos en el espejo del Creador y a
preguntar: ¿Qué es el hombre en relación a su Dios? Y aquí es donde se nos
rompen todos los instrumentos de medida, porque la respuesta se escapa a
nuestra capacidad para entender, si bien la falta de entendimiento no elimina
la verdad de la situación. Escuchamos al profeta que dice: “El está sentado sobre el orbe terrestre, cuyos habitantes son como
saltamontes; él expande los cielos como un tul, y los ha desplegado como una
tienda que se habita” (Is 40,22). Y escuchamos también al Señor que
pregona: “¿Con quién me asemejaréis y
seré igualado?, dice el Santo. Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿quién ha hecho
esto? El que hace salir por orden al ejército celeste, y a cada estrella por su
nombre llama” (Is 40,25-26). A partir de aquí, o bien olvidamos la
pregunta, puesto que no podemos contestárnosla, o levantamos el corazón a Dios
suplicándole que nos dé la sabiduría de su Espíritu, “que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1 Co 2,10) y
nos permita conocer en el corazón quién es el hombre y quién es Dios, quién el
que adora y quién el que recibe adoración.
2. Palabra profética
¨ Sólo la sencillez, sólo la pequeñez y la
humildad tocan mi corazón, que se estremece de amor por los sencillos y
humildes. Mis ojos no se detienen en los que tienen grandes dones, sino en los
sencillos y humildes que están dispuestos a dejarse utilizar por mí. Os quiero
sencillos, humildes y sólo para mí. Os quiero en santidad”.
¨ Quebrantad vuestro corazón, postraos ante mí
en humildad y derramaré mi Espíritu sobre vosotros. Él os quitará el corazón de
piedra y os dará un corazón de carne. Mi Padre necesita intercesores, pero
habéis de tener un corazón limpio, compasivo y misericordioso. Yo os lo quiero
dar, pero os necesito realmente quebrantados y humillados a mis pies”.
Sólo la sencillez, sólo la pequeñez y la humildad tocan mi corazón, que se estremece de amor por los sencillos y humildes. Mis ojos no se detienen en los que tienen grandes dones, sino en los sencillos y humildes que están dispuestos a dejarse utilizar por mí. Os quiero sencillos, humildes y sólo para mí. Os quiero en santidad”.
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