En la página que vamos a meditar hallaremos la más dramática
descripción de la «condición humana»: el hombre es un ser dividido, que aspira
al bien y que hace el mal.
-Bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi
naturaleza carnal. En efecto, soy capaz de querer el bien, pero no soy capaz de
cumplirlo. El mal está pegado a nuestro
ser, «habita» en nosotros.
Así, incluso antes de que el hombre tome una decisión, el
mal está ya en él. Más que una simple solicitación «exterior» la tentación es
interior, está «en el corazón» de mí mismo. Es siempre un error y es
superficial, acusar a los demás, al mundo, para justificar o excusar las
propias caídas: el mal es mucho más radical que todo esto, «habita» en el
hondón de nuestra conciencia que está falseada. Es un mal anterior a nuestra
decisión, un mal «original».
-No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no
quiero.
¡Cuán verdadero es este análisis de la debilidad humana!
¿Quién de nosotros no ha hecho esta experiencia?
Es la impotencia radical de toda voluntad sin la ayuda de la
gracia. Sé muy bien lo que «tendría que hacer»... ¡Bien quisiera hacerlo!... Y
no lo logro.
-Simpatizo con la Ley de Dios, en tanto que hombre
razonable, pero advierto otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de
mi inteligencia y me encadena a la ley del pecado.
El pecado es la verdadera «alienación del hombre»: el mal
aliena al hombre comprometiéndolo a un destino que contradice sus aspiraciones
profundas y la vocación a la que Dios le llama.
El pecado es destructor del hombre.
Y lo más sorprendente es que nos damos perfecta cuenta de
ello. Nuestra inteligencia, nuestra razón están de acuerdo con Dios. Y esto es
lo mejor de nosotros mismos. Este es nuestro verdadero ser. Señor, mira en mí
esta parte de mí mismo que simpatiza contigo, y que está de acuerdo con tu ley.
Pero hay otro lado de mi ser que está «encadenado» al
pecado, dice san Pablo. Y san Pablo no se coloca fuera de esta constatación.
Por el contrario, habla en primera persona: «Yo simpatizo... pero yo
advierto... que me encadena...» ¡Qué confesión personal más conmovedora! ¿Por
qué hemos sido hechos así, Señor?
¿Por qué esa «lucha» en el fondo de nuestro ser? ¿Por que
hay en nosotros lo mejor y lo peor?
-¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me
lleva a la muerte?
Hay que repetir esta oración. Porque es en verdad una
oración. Podemos repetirla con san Pablo. Y darle todo el contenido de nuestras
debilidades y de nuestra indigencia.
-Por esta liberación, gracias sean dadas a Dios por
Jesucristo, nuestro Señor.
Acción de gracias. Alegría. ¡Que mi debilidad termine
siempre con ese grito de confianza!
El optimismo fundamental de san Pablo no es ingenuo, irreal.
Es la conclusión de un análisis riguroso de la impotencia del hombre para
salvarse.
En el momento mismo en que corremos peligro de salvarnos,
«la mano de Dios viene a asirnos y nos salva».
El optimismo fundamental de san Pablo no es ingenuo, irreal. Es la conclusión de un análisis riguroso de la impotencia del hombre para salvarse.
ResponderEliminarEn el momento mismo en que corremos peligro de salvarnos, «la mano de Dios viene a asirnos y nos salva».