EL INFIERNO ES LA CONSECUENCIA
ULTIMA DEL PECADO
Catequesis
del Santo Padre Juan Pablo II, 28 julio 1999
"El infierno como rechazo definitivo de
Dios"
1. Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero,
por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir
rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la
comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la
doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un
castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya
puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que
conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de
algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele
decir, en "un infierno".
Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy
diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra
quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien
rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida.
2. Para describir esta realidad, la sagrada Escritura
utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo
Testamento, la condición de los muertos no estaba aún plenamente iluminada por
la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían
en el sheol, un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17;
Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un
lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).
El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de
los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido
la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.
Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de
salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será
juzgado "de acuerdo con sus obras" (Ap 20, 13). Recurriendo a
imágenes, el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los obradores de
iniquidad como un horno ardiente, donde "será el llanto y el rechinar de
dientes" (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la gehenna de "fuego que
no se apaga" (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma de narración,
en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el infierno es el
lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación del dolor
(cf. Lc 16, 19_31).
También el Apocalipsis representa figurativamente en un
"lago de fuego" a los que no se hallan inscritos en el libro de la
vida, yendo así al encuentro de una "segunda muerte" (Ap 20, 13 ss).
Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se
predisponen a "una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de
la gloria de su poder" (2 Ts 1, 9).
3. Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos
presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa
frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar,
indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se
aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre
este tema el Catecismo de la Iglesia católica: "Morir en pecado mortal sin
estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa
permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección.
Este estado de auto exclusión definitiva de la comunión con Dios y con los
bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno" (n. 1033).
Por eso, la "condenación" no se ha de atribuir a
la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer
sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la
que se cierra a su amor. La "condenación" consiste precisamente en
que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada
con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica
ese estado.
4. La fe cristiana enseña que, en el riesgo del
"sí" y del "no" que caracteriza la libertad de las
criaturas, alguien ha dicho ya "no". Se trata de las criaturas
espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que se llama
demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800_801). Para nosotros, los seres humanos,
esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta continuamente a evitar
la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir nuestra vida según el
modelo de Jesús, que siempre dijo "sí" a Dios.
La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no
nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y
cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella. El pensamiento del
infierno y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas no debe
crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y
saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido
a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar "Abbá,
Padre" (Rm 8, 15; Ga 4, 6).
Esta perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el
anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la
Iglesia, como lo atestiguan, por ejemplo, las palabras del Canon Romano:
"Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu
familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus
elegidos".
La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella. El pensamiento del infierno y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas no debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar "Abbá, Padre" (Rm 8, 15; Ga 4, 6).
ResponderEliminarEsta perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia, como lo atestiguan, por ejemplo, las palabras del Canon Romano: "Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos".